Es un auténtico diccionario del lenguaje chulesco de la corrupción, un catecismo del lumpen de cuello blanco. Los 60 tomos de sumario de la trama Púnica (junto a las 200 horas de declaraciones ante el juez) permiten al lector asomarse al mundo paralelo de alcaldes sobornados, tejedores de acuerdos ilegales y empresarios impúdicos. Para ellos parecía tratarse de un juego, una especie de fiesta interminable. Su comportamiento roza la patología, con dos trastornos destacables: narcisismo y sociopatía.
Algunos ejemplos. El Alcalde de Valdemoro, José Miguel Moreno, hablando con el empresario presuntamente corrupto David Marjaliza:
Jose: Bueno tío pues nada, que me voy de vacaciones, prepárame pasta.
David: ¡Qué hijo de puta! ¿Te has gastado todo ya, coño?
Jose: Yo me lo gasto todo. Prepárame dinero para antes de que me vaya el fin de semana.
Otra muestra. El ya ex diputado del PP José Miguel Moreno, a Marjaliza: “Estoy tocándome los cojones, que para eso me hice diputado”. Más. Así hablaba el ex primer teniente de alcalde de Valdemoro y concejal de Hacienda del PP José Javier Hernández sobre las adjudicaciones de contratos públicos: “Va a ser la empresa que este señor traiga; me suda la polla el nombre, cómo se llame, qué pinta él o qué no pinta - ellos van a ser los adjudicatarios y no otro”.
“Lo que tienen es un colegueo en el que prescinden intencionadamente de cualquier valor ético”, asegura a Vozpópuli Clotilde Sarrió, terapeuta gestalt. “Una de las singularidades de los corruptos es su irresponsable sensación de invulnerabilidad: Creen que sus fechorías nunca serán descubiertas ni se juzgarán y, por tanto, nunca serán condenados”.
Además, según se lee en su blog “Se sienten inmunes y descartan las consecuencias negativas inherentes a sus actuaciones, lo que les incentiva a ser temerarios, a jactarse de sus actividades ilícitas y a no dimitir de sus puestos cuando son descubiertos en sus delitos, por la obstinada y patológica negativa a reconocerlos”. El corrupto, de esta forma, “transgrede intencionadamente las normas movido por la ambición y por su obsesiva identificación del éxito con el dinero así como por su necesidad de un reconocimiento social que satisfaga a su ego”.
Perfil psicológico del corrupto
Psicopatológicamente, hay dos grandes grupos de corruptos, esgrime Sarrió. El narcisista está convencido de ser superior a los demás y se caracteriza por “un patrón de grandiosidad”, por la necesidad de ser admirado y por su falta de empatía. Y el antisocial, que necesita demostrar su superioridad sistemáticamente, pasando por encima de los derechos de los otros. Son manipuladores y propensos a cometer actos delictivos. Nunca dan muestras de arrepentimiento.
La corrupción es un síntoma de verdaderas patologías como el trastorno narcisista o el antisocial.
Su modus operandi responde a la satisfacción “de ciertas pulsiones en beneficio de su ego”. Por supuesto, hay una tendencia a identificar el éxito con el dinero. Prevalece la moral heterónoma (la que sólo frena el incumplimiento de las leyes si se prevé un castigo) sobre la moral autónoma (que cree en la justicia de las leyes y su cumplimiento).
¿Tratamiento? Difícil, “la corrupción es un síntoma o un rasgo más de verdaderas patologías tales como el trastorno narcisista de la personalidad o el trastorno antisocial de personalidad”.
La psicología social de la corrupción
La teoría económica vigente se basa en la idea de que las personas operan en función de su propio interés. Sin embargo, el estudio Aspectos psicológicos y de comportamiento en la corrupción, publicado en la revista Frontiers in Behavioral Neuroscience, ha encontrado que un tercio de los participantes en un experimento no se corrompían incluso en ausencia de castigo. “No siguieron su interés individual”, asegura a Vozpópuli Nikolaos Georgantzis, co-director de la investigación.
Muy simplificado, el ensayo ponía a un grupo de participantes en diversas situaciones relacionadas con una subasta pública, con premios pecuniarios reales. Unos eran el equivalente a los alcaldes de la trama Púnica, otros eran empresarios pujando por el contrato. “Uno de nuestros descubrimientos fue que, a pesar de lo que se creía hasta ahora, el corrupto no delinque por la excitación de romper las normas, sino que más bien sufre porque le cojan”. Utilizando un polígrafo probaron además un hecho sorprendente: sufren más, tienen más reacciones, los que se mantienen firmes contra la corrupción. “Es como si estás en un país en el que la mayoría es corrupta, la persona que peor lo pasa es la que no lo es”, concluye Georgantzis.