Perforación de tímpano, fractura de nariz, múltiples hematomas… El parte de lesiones de Gema da cuenta de la paliza que le propinó su expareja. Hace ya más de dos años de aquella agresión pero no descarta que su maltratador vuelva a quebrantar la orden de alejamiento y la ataque de nuevo. Ella es una mujer trabajadora, independiente, fuerte… pero vive con miedo. Para garantizar su integridad, reforzar su autoestima y aumentar su sensación de protección, Gema comparte su vida con Kala, un perro de protección del que no se separa y del que habla como una extensión de ella misma. Lo que empezó como una iniciativa piloto está cada vez más implantada, aunque sigue siendo una opción desconocida por muchos.
El objetivo fundamental es disuadir al agresor, pero en caso de ataque la misión del perro es servir de escudo para que la víctima tenga un margen para pedir ayuda
La ayuda de canes entrenados, muy común en el ámbito de la seguridad y la búsqueda de explosivos, drogas o personas, se amplía también a la violencia de género. Y con fantásticos resultados, según las personas consultadas. Existen empresas especializadas -que han de estar homologadas por el Ministerio del Interior- que, en colaboración con asociaciones de mujeres, ofrecen a víctimas de maltrato la posibilidad de hacerse con un perro de defensa con el fin de mejorar su calidad de vida. Por norma general, las mujeres que han soportado la violencia por parte de sus parejas sufren una importante falta de autoestima y lo que es peor: miedo. Estos singulares acompañantes contribuyen a paliar su sensación de desprotección y el simple hecho de obligarlas a salir a la calle ayuda a normalizar su vida. Para acceder a un programa de este tipo es necesario que exista una orden de alejamiento, realizar un curso previo y pasar un examen psicológico, proceso durante el cual las mujeres cuentan con el asesoramiento legal y apoyo psicológico necesario. Después el trabajo continúa y es cuando se empieza a establecer la verdadera relación entre el perro y su guía.
El pasado fin de semana tuvo lugar en Madrid el primer seminario en España sobre perros para violencia de género, organizado por el grupo Security Dogs (una de estas empresas homologadas), en el que se dio a conocer cómo se educa y se trabaja con un perro para proteger a víctimas de maltrato doméstico, dónde pueden acudir éstas y qué apoyos legales tienen. Esta empresa, dedicada a todo tipo de adiestramientos según las necesidades, cede los perros de forma desinteresada a las mujeres que acuden en busca de protección. Ángel Álvarez, instructor de guías caninos con más de 9 años de experiencia en el mundo del adiestramiento de perros, explica a Vozpópuli que el animal está entrenado para identificar un ataque del agresor a su guía y, aunque siempre está alerta, solo responde ante una situación de este tipo. “Cuando el perro está vestido con la equipación (arnés) cambia el chip y sabe que tiene que estar preparado, pero también está entrenado para actuar en pasivo, es decir, cuando no está equipado pero se produce una situación de peligro inesperada”.
Los perros contribuyen enormemente a reforzar la autoestima de la mujer maltratada y a paliar su sensación de desprotección
En ningún caso se busca una agresión. El objetivo es principalmente disuadir al agresor, pero en caso de ataque la misión del perro es servir de barrera entre víctima y atacante para que la ésta tenga un margen para pedir ayuda. Para cumplir con la normativa vigente, la equipación consta de un bozal especial de impacto para respetar el principio de proporcionalidad que exige la ley. Ángel insiste en la idea de que “no son perros agresivos, de hecho han sido criados haciendo hincapié en la socialización”. Aunque han sido entrenados desde cachorros, para este cometido concreto “han de ser animales equilibrados y estables”, explica. Como adiestrador e instructor de defensa personal, está encantado con los beneficios que observa en las chicas con las que ha trabajado. “Yo he visto recuperarse a mujeres que han pasado un infierno. Ahora el vínculo entre ellas y su perro es enorme”.
Volver a vivir
A diferencia de otras mujeres, a Gema le bastó una agresión para decir basta. Derrocha fuerza y valentía al contar su historia a este diario, pero durante la conversación reconoce que tiene miedo. En 2012 conoció a un hombre agresivo y dependiente de las drogas que desde el comienzo de su relación ya protagonizó episodios de violencia en casa (lanzamiento de objetos, destrozos en el mobiliario…). Gema rememora que era imposible echarle de casa y empezó a temer una agresión física, hasta que un año después le puso la mano encima. Ella sabía que ese momento llegaría y que sería entonces cuando podría denunciarle: “Sabía que ésa sería mi liberación”. Empezó con un bofetón, pero terminó en paliza. Al principio Gema se defendió, lo que a él le enfureció aún más. “Me cayó la del pulpo. Disfrutó como un energúmeno”. Ella acabó magullada, con la nariz rota, el tímpano perforado… y en el calabozo durante dos días. Al intentar defenderse le agarró los testículos provocándole un desgarro, por lo que lo consideraron agresiones mutuas.
“Llegué a dormir con un cuchillo debajo de la almohada porque ese día era el día: venía a por la niña y a por mí”
Después de cuatro juicios fue absuelta y consiguió una orden de alejamiento de tres años, pero él la quebrantó a los pocos meses. “Me quedé con mucho miedo por si venía a por mí. Salir de casa es un suplicio, así que estaba dispuesta a pagar 2.000 euros por un rottweiler para sentirme más segura porque no me siento protegida por el sistema”. Con esa idea es como conoció el centro dirigido por Ángel Mariscal. “Era lo que necesitaba” porque aunque está dentro de un programa de asistencia a víctimas, la llamada tarda un tiempo en ser transferida y “cuando ha violado la orden de alejamiento no hay tiempo”. Kala le acompaña incluso a su centro de trabajo, donde conocen su situación. “En casa es donde más riesgo tengo y él está siempre alerta. Es muy fuerte, pero trabajamos continuamente para aprender más. Kala y yo somos uno”. Sin embargo, mudarse no es una buena opción porque sus vecinos son un gran apoyo y también ejercen de 'vigilantes'.
Cuando el pasado mes de agosto su agresor volvió a quebrantar la orden de alejamiento vio al perro, se acobardó, y Gema avisó a la Policía. Ahora tiene una condena de un año de cárcel, pero ella vive “en una montaña rusa emocional” cada vez que tiene noticias suyas y sigue angustiada por si le vuelven a conceder el tercer grado y de nuevo coincide con él en el barrio, como ya sucedió. “Espero represalias. Él piensa que yo soy la culpable de que esté en la cárcel, y sé que está pensando en cómo eliminar al perro”, asegura. “Tengo un loco y yo soy su diana, y ya no temo por mí, sino por mi hija, así que haré todo lo posible por defenderme. Si viene a por mí tengo que estar preparada”.
La expareja de Gema está en la cárcel, pero ella vive angustiada porque espera represalias. Reconoce que en su casa es donde más riesgo tiene, pero su perro está siempre alerta
El perfil de Lidia es diferente. Ella fue maltratada en su infancia y según cuenta a Vozpópuli, le costó reconocer que sus parejas ejercían violencia sobre ella. No denunció a ninguno, aunque sí acudió al servicio de atención a la mujer maltratada, donde fue asesorada. Con el primero parecía que todo formaba parte de un juego, pero la relación de dependencia emocional acabó en persecuciones e incluso un intento de atropello, por lo que ante la sensación de peligro se tuvo que marchar a vivir fuera. Su siguiente pareja y padre de su hija también resultó ser un maltratador. Según relata empezó a sentirse muy celoso de la niña y su actitud era muy agresiva. “Llegué a dormir con un cuchillo debajo de la almohada porque ese día era el día: venía a por la niña y a por mí”. Hay dos denuncias por abusos a la pequeña, las cuales han sido desestimadas, por lo que Lidia dice sentirse “totalmente desprotegida por la Justicia”. “Cada vez que el padre se la lleva tiemblo”.
Cuenta que estaba “tan mal tan mal” que, al igual que Gema, pensó que tenía que actuar y buscó en internet para comprar un perro para protegerse. También dio con Ángel Mariscal y le gustó su solución: “Cuando estás sola vale, pero con una niña pequeña no te lo puedes permitir”. En el caso de Lidia, el perro defensa con el que viven ella y su hija le ha cambiado la vida. Según explica, la sola presencia del animal disuade y da seguridad. “Las que hemos pasado por esto no tenemos la autoestima baja, la tenemos bajo tierra, tienes miedo a todo, a cualquiera que te mira, cualquier cosa nos hace daño”. El refuerzo desde el punto de vista psicológico es importantísimo ya que “te obligan a salir a la calle y a hablar con la gente”. “El perro me ha dado la vida, la que este malnacido me quitó. Ahora como, duermo… Puede que algún día pase algo, pero de momento estoy viviendo”. Lidia se lo recomendaría a todo el mundo en una situación así: “No queremos venganza, lo que tenemos todas es miedo”.