Prometía mucho y bueno el documental de HBO sobre Dolores Vázquez. Visto el resultado, las altas expectativas generadas ante el estreno estaban más que justificadas. Ya decíamos aquí hace unos meses que la obra de Netflix sobre el caso era buena pero manifiestamente incompleta por la ausencia de la mujer que fue condenada por un crimen que no cometió. Cosa que lógicamente no ocurre en el caso que nos ocupa.
Resulta insoslayable la comparación entre ambas obras. La de HBO, Dolores. La verdad sobre el caso Wanninkhof, es más completa que la de Netflix porque cuenta con el terrible testimonio de Vázquez, claro, pero también porque incluye el testimonio igualmente tremendo -aunque por otros motivos- de Alicia Hornos, la madre de Rocío Wanninkhof que todavía culpa a la inocente que fue su pareja del vil asesinato de su hija. En todo caso, ambos documentales resultan complementarios.
Uno se queda sin palabras para explicar qué se siente al ver las versiones contrapuestas de ambas mujeres, cuya relación, como tantas otras, transitó desde el amor hasta el odio. Ni siquiera importa dónde está la razón (aunque está claro dónde está). Desde el punto de vista técnico, dicho contraste de opiniones resulta sencillamente sublime. Porque emociona y desgarra y muestra las brutales consecuencias de un caso como este. Quizás, desde una mirada ética, ese enfrentamiento pesa demasiado en la serie.
Huelga decir que el punto de vista de la obra es parcial, quizás porque es imposible mantener la parcialidad cuando se escucha a ambas y se observan los detalles del caso haciendo el esfuerzo honesto por conocer la verdad. En todo caso, lo mejor de semejante cruce de versiones es que cada espectador puede sacar sus propias conclusiones al final de los seis capítulos.
De alguna manera este documental, que por supuesto posee el sello de calidad de HBO, es un desquite de su protagonista. Desquite que siempre será incompleto dadas la magnitud del daño sufrido y sus circunstancias vitales -que no desvelamos aquí- pero desquite al cabo
Esa parcialidad, que al menos en mi opinión no merece reproche alguno, se percibe desde el título hasta cada uno de los planos elegidos. Resulta lógico, porque aquí lo que se cuenta es la historia de una injusticia que aún perdura. De alguna manera este documental, que por supuesto posee el sello de calidad de HBO en la producción, es un desquite de su protagonista. Desquite que siempre será incompleto dadas la magnitud del daño sufrido y sus circunstancias vitales -que no desvelamos aquí- pero desquite al cabo, porque Vázquez exorciza sus peores demonios con un discurso que deja en evidencia tanto la nefasta investigación que hizo la Guardia Civil como el deplorable juicio paralelo que perpetraron los medios, en especial algunas televisiones, para variar. Unos y otros, investigadores y periodistas, fueron injustos con ella, entre otras cosas por su condición sexual.
Este es un documental, por momentos rodado como un thriller, con final en alto en varios capítulos, sobre todo de contrastes. Porque, amén de las citadas versiones discrepantes sobre los hechos, por otra parte aclaradas en los tribunales y que en uno de los casos parece emanar de rencores no reparados y además de la diferencia entre los hechos y la sentencia contra Vázquez, impresiona el contraste entre cómo eran las protagonistas de esta historia hace 20 años y cómo son ahora. "El tiempo ha pasado para las dos". En puridad, Dolores. La verdad sobre el caso Wanninkhof nos muestra precisamente eso: cómo están las protagonistas de tamañas injusticias -el crimen en sí mismo y la condena errónea- dos décadas después. Algo básico en el género true crime.
Uno de los recursos más llamativos, aparte de algunos planos aéreos y de una fotografía grisácea como los cabellos de las dos mujeres, es la forma elegida por Noemí Redondo, directora de la docuserie, para que Vázquez se enfrente a esos demonios del pasado. Situada frente a enormes imágenes proyectadas en una pared de grandes dimensiones, donde se reflejan su sufrimiento y sus miedos, la mujer que fue condenada injustamente ofrece, por encima de todo, un ejemplo de dignidad. No por casualidad, termina diciendo que "han podido hacerme de todo, pero no han conseguido quitarme mi dignidad”. A fe que tiene razón.