Abunda en estos días bélicos la confusión, sin duda avivada por esas tertulias repletas de todólogos que pasan de comentar las cifras del paro a explicar los problemas de política internacional sin solución de continuidad. Muchos espectadores no comprenden qué es Afganistán. Otros no entienden qué son realmente los talibán. Y hasta algunos no saben qué es el yihadismo terrorista y qué vínculos tiene con lo anterior. Todos ellos, tengan las dudas que tengan, pueden recurrir para solventarlas a una serie de culto que ahora, sobre todo por lo que está pasando en tierras afganas pero también por el debate sobre la salud mental, recobra su vigencia: Homeland.
Ver las ocho temporadas de esta serie, disponible en Netflix y Amazon, es la solución perfecta para enterarse de lo que ocurre y, de paso, para entretenerse y engancharse sin freno. Las aventuras y desventuras de Carrie Mathison (Claire Danes ganó todos los premios posibles por este papel) y su mentor, Saul Berenson (brutal Mandy Patinkin), ambos agentes de la CIA, son el hilo que conecta toda la trama, si bien las tres primeras temporadas están muy centradas en el complejo personaje de Nicholas Brody (el mejor papel de Damian Lewis) por motivos obvios para quienes conocen esta ficción; de hecho, para algunos hay dos Homelands en una: las tres primeras temporadas, por un lado, y el resto, por el otro.
Pero, más allá de si el argumento es atractivo, poco creíble o demasiado cambiante, quizás lo mejor de Homeland, que por cierto es la adaptación de la serie israelí Prisoners of war, es que es capaz de abordar temas tan actuales de forma más que acertada. Es pura ficción, sí, y contiene giros casi inconcebibles, también, pero contextualiza y cuenta historias cercanas a la realidad, incluso bastante verosímiles aunque no lo parezcan. Prueba de ello, por ejemplo, es que sus temporadas seis y siete, en su día criticadas de forma severa, preconizaban con increíble precisión la crisis de la América de Trump, con presencia de las fake news, el espionaje ruso y los conspiranoicos norteamericanos -¿Les suenan estas cosas?-.
El gran enemigo a lo largo de Homeland es el terrorismo yihadista. La serie cuenta con detalle las paradojas de la guerra contra el terror, el delirio de los terroristas pero también sus motivos, la crudeza de sus atentados y la pelea en ocasiones sucia por evitarlos, a veces con éxito y a veces con fracaso para los buenos del asunto
Precisamente con la excepción de esas dos temporadas que se centran en la convulsa vida interna de Estados Unidos, el gran enemigo a lo largo de Homeland es el terrorismo yihadista. La serie cuenta con detalle las paradojas de la guerra contra el terror, el delirio de los terroristas pero también sus motivos, la crudeza de sus atentados y la pelea en ocasiones sucia por evitarlos, a veces con éxito y a veces con fracaso para los buenos del asunto. También se adentra en el complejo mundo de las relaciones internacionales y el espionaje, claro, con temas tan sensibles como el papel de Arabia Saudí o Irán en el yihadismo, el doble juego de Pakistán con los terroristas o los intereses ocultos de Israel.
Uno de sus mayores aciertos es la prodigiosa ambientación de esa batalla contra el yihadismo. El mundo que te enseña te parece real porque lo es. De Washington a Islamabad. De Berlín a Moscú. De Kabul a Teherán. Con una protagonista tan original como Carrie, que padece esquizofrenia y en muchas ocasiones se mueve sin conocer la frontera entre lo real y lo imaginario, que renuncia a una vida normal por el amor a unos ideales y que siempre, desde el primer momento hasta el último de la serie, se dedica al arte del engaño -también engaño a sí misma- propio de una espía. No puede olvidarse, en todo caso, que por encima de las tramas que cuenta -discutibles pero muy bien construidas- Homeland es una serie de personajes. Personajes con robustas personalidades y psicológicamente más que interesantes.
Digan lo que digan sus críticos, esta es una serie norteamericana pero no es estrictamente una serie pronorteamericana
Uno de los ataques más recurrentes a esta serie es su retrato de los musulmanes. Quizás quienes así atacan no tengan en cuenta que la trama versa sobre los musulmanes que son una amenaza, o sea, los fundamentalistas, y no sobre el resto. Digan lo que digan sus críticos, esta es una serie norteamericana pero no es estrictamente una serie pronorteamericana, porque sí, los héroes de la trama son los citados agentes estadounidenses (y otros), pero al mismo tiempo durante todas y cada una de sus temporadas subyace una crítica feroz a los comportamientos de Estados Unidos en general y la CIA en particular, incluidas sus más polémicas actuaciones en Afganistán, Irak y Siria (secuestros, torturas, ataques con drones, etc). En todo momento se justifica la lucha contra los terroristas, sí, pero también se pone en cuestión que el fin justifique los medios. El límite entre lo que se puede hacer y lo que se debe hacer -para un país y para los personajes- es uno de los motores de esta obra.
Decíamos al principio que esta serie es idónea para entender el yihadismo, Afganistán y los talibán. En puridad, lo que cuenta Homeland sobre la lucha contra el terrorismo yihadista, entendida en sentido amplio y con sus claroscuros, también se ha visto en otras series como Generation Kill (centrada en la guerra de Irak) o la fantástica La torre elevada (sobre los errores que permitieron el 11-S) o en aclamadas películas de Hollywood como La noche más oscura, Red de mentiras, Leones por corderos, En tierra hostil, El francotirador o 12 valientes; incluso ya existe alguna serie reciente sobre el Estado Islámico como la brillante Kalifat.
Afganistán, paz y tropas
Lo mejor de Homeland sobre Afganistán, lo que la diferencia de esas otras obras, amén de su citada ambientación, es que analiza y describe a los talibán que, tras perder la guerra contra Estados Unidos, mantienen su fanatismo, buscan refugio en Pakistán y vuelven a la batalla por reconquistar su país. Sobre ello va la cuarta temporada. Además, la última tanda de capítulos, la octava, regresa a Kabul y tiene como epicentro argumental las negociaciones de paz entre este grupo y Estados Unidos para pacificar Afganistán. Unas negociaciones que se producían en la realidad mientras la serie se grababa.
Sus guionistas, Alex Gansa y Howard Gordon, estaban lógicamente más centrados en cerrar el círculo de relaciones entre los diferentes personajes y en la batalla de espionaje entre Estados Unidos y Rusia -por cierto, el último capítulo es sublime en ambos aspectos- que en intentar vaticinar el futuro real de Afganistán. Pero nótese que en uno de los últimos capítulos Saul Berenson se lamenta porque su país abandone suelo afgano y llega a vaticinar que los talibanes se harán con Kabul "en seis semanas". Pues eso.