Opinión

Albert Rivera y el jefe de la banda

“Puro teatro. Es lo que lleva usted haciendo en los últimos tres meses. Y hoy nos trae aquí un truco de los malos: truco en la tribuna y trato en

  • Albert Rivera y el jefe de la banda.

“Puro teatro. Es lo que lleva usted haciendo en los últimos tres meses. Y hoy nos trae aquí un truco de los malos: truco en la tribuna y trato en la habitación de al lado. Discurso aquí para despistar, mientras en la habitación de al lado se reparte sillas con Podemos y hace concesiones a los golpistas. Usted tiene un plan para perpetuarse en el poder. Y, ¿con quién piensa llevar a cabo su plan el señor Sánchez? Pues con su banda: con Podemos, con Otegui, con los nacionalistas vascos, los separatistas catalanes, Més en Baleares, Compromís en Valencia… Sánchez tiene un plan y tiene una banda. Y la pregunta es: ¿la banda se ha juntado para esta investidura? Sí, pero lleva tiempo operando, lleva como mínimo desde la moción de censura, diría yo que desde que le echaron del partido. Usted lleva más de un año ejecutando su plan, un plan que beneficia principalmente al señor Sánchez y que perjudica a las familias españolas. El plan de Sánchez consiste en vender humo en la tribuna del Congreso y pactar con sus socios en la habitación del pánico. Eso es lo que tenemos que desmontar” (Intervención de Albert Rivera en el Congreso el 22 de julio de 2019, debate de investidura de Pedro Sánchez).

¡Y cuánta vestidura desgarrada, cuánto aspaviento impostado, cuánto cínico lamento por aquellas palabras de Rivera una mañana de julio! Fueron legión los escandalizados. Pero el entonces líder de Ciudadanos tenía razón. Su predicción se ha cumplido casi al milímetro. Pedro Sánchez tiene un plan y tiene una banda al servicio de ese plan. Una banda muy cara, a la que hay que retribuir en especie un día sí y otro también.  Se trata de acabar con el régimen del 78, haciendo añicos la Constitución (desmontando el artículo 1 de la misma, ese que afirma que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, y que “la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”), para instaurar una República Federal de la que ya se habla estos días con soltura en algunos medios. Para dar el salto a lo desconocido hace falta destruir el legado de la Transición, profundizar en el descrédito de las instituciones y emplearse a fondo en la demolición del sistema de valores que ha garantizado la convivencia entre españoles desde la muerte de Franco. Puro Gramsci. Es probable que Sánchez no cambiara una coma de la Carta Magna si alguien le asegurara el poder durante un número de años, pero, si para seguir en el machito necesita contar con los servicios de la banda, es seguro que no tendrá inconveniente en poner patas arriba el país embarcándonos en ese viaje a la República Federal de Cartagena y sus pedanías.    

Inquilinos de una balsa de piedra a la deriva, asistimos perplejos a una preocupante degradación de los equilibrios democráticos. No se puede decir que no hayamos visto en el pasado, tanto con Gobiernos del PSOE como del PP, casos de utilización torticera de las instituciones, pero nada de lo ocurrido desde los ochenta es comparable al desahogo y la desvergüenza con las que este personaje se comporta. Tanto González como Aznar y sus sucesores abusaron de la Fiscalía General del Estado, pero ninguno tuvo el cuajo de nombrar como jefa a su ministra de Justicia; todos barrieron para casa con el CIS, pero nadie llegó a la descarada utilización que Sánchez hace del mismo como arma de propaganda electoral; todos se aprovecharon de RTVE, pero nadie se acercó siquiera al umbral por él traspasado, al convertir la tele pública en un arma de propaganda al servicio del Gobierno social comunista. Todos trataron de utilizar al CNI (¿verdad, señor Bono?) para buscarle las cosquillas al adversario, pero ninguno se atrevió a incrustar en los servicios de inteligencia al líder de un partido crecido a los pechos de un zafio dictador venezolano. Los ejemplos serían incontables.

El señor Sánchez está siempre dispuesto a pagar el precio que le exijan por su apoyo los socios de la banda

Hablar hoy de separación de poderes en España es una broma. Hace unos meses nos escandalizamos al enterarnos de que el PSOE había pactado con EH Bildu la derogación íntegra de la reforma laboral, asunto que provocó un amable pellizco de monja al presidente por parte de CEOE y los patronos del Ibex, pero ahora ya admitimos como normal que Pablo Iglesias negocie los PGE con los herederos de ETA. No es Iglesias quien negocia, claro está, sino el vicepresidente del Gobierno, y lo hace mandatado por Sánchez y en la sede del Ejecutivo. Y como Iglesias sabe de economía lo mismo que de física nuclear, hay que concluir que de lo que está hablando con Bildu y con ERC es de “la necesidad de construir alianzas para avanzar hacia un horizonte republicano”, porque acabar con la Monarquía es “la tarea fundamental” de Podemos (Iglesias este sábado, ante sus fieles). Antes de mayo de 2018 hubiera resultado inimaginable ver al Gobierno de España sentado en una “mesa de diálogo” con los separatistas catalanes, una gente cuya idea de “diálogo” es de todos conocida; hoy, en cambio, consideramos normal que el asunto se debata a cara descubierta (“pues esta semana hablaré con el presidente Torra y espero que podamos tenerla en los próximos días”, dijo Sánchez a la chica de las isobaras, en TVE, el 12 de septiembre). El señor Sánchez está siempre dispuesto a pagar el precio que le exijan por su apoyo los socios de la banda.

Un tándem demoledor

Una barbaridad sucede a otra. Una violación de la ley persigue a otra. Ni un día sin decisión del Ejecutivo capaz de provocar nuestra perplejidad y asombro. Es quizá el mayor éxito de la pareja que forman Pedro y ese que llaman nuevo Godoy, Iván Redondo: la de haber acostumbrado a los españoles a soportar sin pestañear toda clase de arbitrariedades y/o ilegalidades. Un tándem demoledor, en lo moral y lo ético, por supuesto, pero también en lo político. “Este tío es formidable”, se felicita Pedro cuando se mira al espejo por las mañanas, “cada día me dice lo que tengo que hacer para seguir en el poder y no tengo más que cumplir sus instrucciones”. Y, en efecto, se trata de tapar el problema de hoy con la treta, la mentira o la traición que tengamos más a mano. Y mañana Dios dirá. Mañana habrá que engañar o traicionar a otros o quizá a los mismos, tanto da. La oficina de Redondo en Moncloa es una fábrica de maquinar operaciones para distraer, engatusar, engañar. Es la exaltación de la amoralidad. La derrota de la ética. Todo de un cortoplacismo aterrador. Nadie piensa no ya en el largo plazo, sino siquiera a un año o seis meses vista. El próximo 15 de octubre España debería presentar ante la Comisión los primeros proyectos de inversión capaces de justificar el cobro de la talegada de millones prometida por Bruselas. A menos de un mes de esa fecha, nada se sabe del asunto.

Sin respuesta ciudadana. Siempre dije que la explicación a nuestra baja calidad democrática radicaba en la dificultad de construir una democracia sin demócratas, sin gente con tradición democrática. Somos una sociedad acostumbra desde 1940 a soportar cualquier humillación o arbitrariedad del Poder, sea el titular del mismo el presidente del Gobierno o el último guardia municipal. A este pueblo acostumbrado a agachar la cerviz, el Gobierno de Pedro & Pablo le ha hecho traspasar el umbral del dolor de cualquier tipo de vejación o afrenta, al punto de que ahora parece dispuesto a consentir cualquier tropelía, incluso que Sánchez y su banda pongan en riesgo la paz y la prosperidad colectiva. La libertad, en último extremo, el bien más preciado del ser humano. Siempre sostuve también que la peor herencia del franquismo era esa cobardía que la dictadura inoculó en el español medio a la hora de manifestar su opinión en público y comportarse como un ciudadano libre, seguro de sus derechos y consciente de sus obligaciones. El miedo a hablar y el triunfo del cenáculo. La prensa conservadora británica ha reaccionado airada con cada una de las decisiones tomadas por Boris Johnson con motivo de la pandemia que ha considerado lesivas para las libertades. En España nadie ha movido un dedo. En un país sin sociedad civil organizada, Sánchez ha roto todos los diques y derribado todas las defensas. Sociedad a la intemperie. Con la intelligentsia, si alguna queda, entregada a las dádivas del poder, y con los grandes empresarios del Ibex aplaudiendo con las orejas. Es nuestro “club de los inocentes” sobre el que teorizó Willy Münzenberg, genio del agit-prop comunista al servicio de Lenin.

Una barbaridad sucede a otra. Ni un día sin decisión del Ejecutivo capaz de provocar nuestra perplejidad y asombro. Es quizá el mayor éxito de la pareja que forman Pedro y ese que llaman 'nuevo Godoy', Iván Redondo

País anestesiado, que consiente sin pestañear espectáculos tan degradantes para nuestra democracia como que el presidente del Gobierno lamente “profundamente” el suicidio de un etarra encarcelado por graves crímenes terroristas, muchos de ellos cometidos contra militantes y/o simpatizantes de ese viejo PSOE ahora cristianamente amortajado. En los escasos reductos liberales que siguen penando por la piel de toro se ha dado certidumbre a la idea de que a Sánchez y a su banda se los llevará por delante la crisis económica en la que ya estamos instalados, con probablemente más de 7 millones de españoles ahora mismo en paro, pero eso no solo no está claro, sino que cada día está más oscuro. Con la Justicia intervenida, los medios de comunicación copados y las fuerzas y cuerpos de seguridad controlados, un país puede perfectamente malvivir en la miseria y en la pérdida de libertades sin necesidad de suprimir la cita electoral cada cuatro años. Argentina era uno de los países más ricos del mundo en la primera mitad del XX hasta que el peronismo acabó con su buena fortuna. Hoy siguen teniendo pobreza y peronismo. Un caso más flagrante aún es el de Venezuela, un país con enormes recursos naturales sumido en la miseria de una dictadura narco comunista.

Pedro y su banda siguen apretando el acelerador, convencidos de que nadie se va a rebelar, nadie va a decir basta

No está claro que la economía vaya a pasar factura a este Gobierno. De un modo u otro, más tarde o más temprano, con sudor y muchas lágrimas, de las crisis económicas siempre se termina saliendo; de la crisis política en la que estamos instalados, mucho más grave y peligrosa que aquella, a menudo solo se sale con sangre. Aterrados por la nueva ola de covid, angustiados por la pérdida del empleo y hastiados por el espectáculo de encanallamiento, asistimos sin rechistar a un proceso de involución política que amenaza gravemente nuestras libertades. La “ceguera voluntaria” de la que escribió Christian Jelen. Pedro y su banda siguen apretando el acelerador, convencidos de que nadie se va a rebelar, nadie va a decir basta. Esta semana hemos sabido que el PSOE quiere modificar el Código de Conducta de las Cortes Generales, vinculante para los parlamentarios electos, eliminando el requisito de actuar “con pleno acatamiento y respeto a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”. Es el “Europa se lo tragará todo” de que alardeaba Stalin cuando su terror rojo.

Rivera tenía razón

El último botón de muestra es ese proyecto de Ley de Memoria Democrática salido del magín de la vicepresidenta Calvo y sus asesores podemitas. Se trata de enmascarar la situación de un país abrasado por la pandemia y el paro insistiendo en la agenda ideológica. Porque para convertir en realidad el cambio de régimen que Pedro & Pablo persiguen es preciso hacer añicos el espíritu de reconciliación entre vencedores y vencidos que presidió la Transición, y demoler los pilares morales sobre los que la sociedad española y occidental basa la convivencia. Una vuelta a los clásicos, a Gramsci –también a Lukacs, teórico del progresismo moderno- y a la necesidad de subvertir el sistema de valores de una sociedad para hacer posible el triunfo del ideal comunista (léase podemita). Esta es la batalla cultural que Pablo Casado ha renunciado a dar.

Eso, y partir la sociedad española en dos mitades irreconciliables mediante las oportunas dosis de odio y revanchismo. Manteniendo a la oposición de centro derecha contra las cuerdas del palo y tente tieso, hasta hacerle abandonar la bandera de la regeneración que era su salvoconducto de futuro y forzarle a volver mansamente al marianismo ramplón. Y una vez de nuevo en la fosa, enterrarle bajo siete capas con abundante tierra de la Kitchen. Arrinconar al PP y mantener a Vox (¡los “fascistas”!) como única oposición reconocida. Con Abascal en la trinchera, Casado a por uvas con Mariano y Arrimadas (“su apoyo nos sale gratis”) de insólita compañera de viaje, tenemos Sánchez para ocho años y lo que venga. De modo que Rivera tenía razón: Sánchez tiene una banda al servicio de un plan, “repartirse España”, que se va cumpliendo metódicamente entre el silencio y la resignación de los corderos. Cometió muchos y graves errores pero, visto en la distancia, la salida de la política de un tipo inteligente y honesto solo puede ser vista hoy como una desgracia más de las sufridas por este país. Este martes presenta en Madrid su libro Un ciudadano libre (Espasa). Espero que revele algún detalle de quienes, entre los dueños de los media y los capos del Ibex, le forzaron a salir por pies de la política.

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