Domingo, dos y media de la tarde. Dejo de comer mi plato de arroz en el momento en que el presidente se pone importante, frunce el ceño y mira a la cámara. Enseguida pienso en la cantidad de veces que habrá ensayado ese gesto que pretende, sin ningún tipo de disimulo, entrar de lleno en las cabezas de los fatigados telespectadores. Digo fatigados por experiencia propia. Hay que estarlo, y mucho, para seguir estos mortecinos monólogos en los que la tautología es el único argumento. Paralogismo puro.
Aún así, aunque su relato no avanza o lo hace a trompicones, Sánchez muestra audacia a la hora de afirmarse en alguna idea. Quizá alguien se la ha escrito, y él, un hombre sin capacidad para distinguir la verdad de la mentira, la lee en la seguridad de que habrá quien se la compre. La ignorancia te hace atrevido. La falta de lecturas, insolente. La ausencia de escrúpulos te reviste con una pátina que te aleja de la valentía para colocarte en el sitio del temerario. El temerario, dentro y fuera de los ruedos, siempre es un tramposo, y además, de los sentimientos.
Presidente de un país inexistente
Y en eso estamos cuando Pedro Sánchez tiene el cuajo -suena mal escribir lo que usted está pensando-; tiene el cuajo, digo, de pedirnos concordia, comprensión, convivencia, solidaridad y empatía. Todo eso pide un hombre que nunca ha gastado lo que receta. ¿Creerá que está gobernando así? Porque, si en verdad lo cree, no tenemos sólo a un presidente con un problema con la verdad y una vocación extrema con la mentira. Tenemos a alguien que percibe mal lo que hace. O sea, tiene un problema con la verdad, una asociación con la mentira y una declarada incompetencia con la realidad.
Que alguien que aísla intencionadamente al PP para que quede siempre cerca de la ultraderecha invoque la unidad y la concordia; que quien hace piña con separatistas y deroga la reforma laboral con filoetarras reclame la convivencia y la solidaridad, resulta extravagante. Que quien estruja hasta la agonía organismos claves de la arquitectura constitucional. Que quien se dispone a reactivar la vergonzosa mesa de negociación que le pide ERC a cambio de sus votos. Que quien defiende al ministro que ha destituido a un ejemplar guardia civil por cumplir con la Ley y hacer bien su trabajo. Que el que firma un pacto con Bildu sin contar con los empresarios ni con los sindicatos. Que quien dijo que sería el presidente de todos los españoles gobierne como si los 3.640.063 votantes de Vox fueran sillas, objetos despreciables y no le repugne los votos de separatista y de los que no condenan la violencia etarra. Que acepte y tolere el repugnante tufo chavista de su vicepresidente asegurando que la derecha española está promoviendo la insurrección de la Guardia Civil (Iglesias) y del Ejército (su mujer, Montero).
A vueltas con la bandera de España
Que quien es juez y parte de todo esto pida concordia, unidad, empatía, solidaridad, comprensión y convivencia resulta ser un insulto a la inteligencia, al decoro y la dignidad de las palabras que destroza en su boca.
Ahora ha pedido a la derecha que no utilice la bandera de España. Que deje de provocar con ella. Suelen decir lo mismo los que la detestan o siguen viendo en ella la cara de Franco. Quizá Sánchez no recuerde el 20 de junio de 2015. Ese día apareció en la sede de la calle Ferraz con una bandera detrás que competía en tamaño con la que flamea cerca de la estatua de Colón en Madrid. Entonces necesitaba reafirmar la españolidad del PSOE por algunos pactos -nada que se parezca a esto que vivimos-, que los socialistas estaban haciendo en varias autonomías. Que pida ahora que la bandera no se manipule y se utilice como un símbolo de paz y futuro resulta chocante. Y lo dice quien está acostumbrado a dar mítines en las que flamean banderas republicanas con descaro.
Es la bandera republicana la que luce la ministra de Igualdad. Bien haría Sánchez en empezar por su ministra para después pedir a los demás respeto que la insignia nacional merece
Como se dice ahora, no soy de himnos ni me emocionan las banderas, pero hay quien la saca a pasear más de la cuenta y hay quien se avergüenza de ella. Y hay hasta quien siendo ministra la lleva en su muñeca. Con una particularidad, es la bandera republicana la que luce la ministra de Igualdad. Bien haría Sánchez en empezar por su ministra para después pedir a los demás respeto que la insignia nacional merece.
Carrillo y la bandera
La bandera constitucional española la lleva en este país quien quiere y no la lleva el que no quiere. Hay quien siente urticaria cada vez que la ve en el mástil, en el hombro de un ciudadano o en el escudo de la selección española. Es su problema. La izquierda, y menos la extrema izquierda que se sienta en el consejo de Ministros, no ha asumido que es la bandera de todos. Carrillo, mutatis mutandis y en un gesto inteligente y necesario en plena Transición, apareció un día de 1977 con ella detrás, y allí, en pleno Comité Central del PCE dijo que esa era su bandera. Y dijo que estaría al lado de la del partido. Y dijo que en los actos que el PCE hiciera allí estaría la tricolor. Carrillo está muerto. Para la izquierda lábil que cogobierna con el PSOE era un revisionista, cuando no un colaborador de las élites franquistas comprometidas con el cambio.
En fin, lector atento, qué pereza volver a todo esto. A modo de compensación, prometo no darles más la matraca con los monólogos televisados de Sánchez. A ver si no pico el domingo próximo.