Los periodistas a veces hacen su trabajo...y a veces hacen 'trabajos'. La diferencia entre escribir el sustantivo en singular o en plural es fundamental, pues en el primer caso se busca contar la verdad y, en el otro, una verdad interesada. Hubo este domingo quien se empeñó en mostrar calles abarrotadas en las grandes ciudades para trasladar la falsa imagen de que la ciudadanía no cumple las normas, algo que resulta especialmente humillante tras 47 días confinados, en los que millones de personas han asumido la pérdida temporal de algunos de sus derechos en pos del interés general; y en los que otros tantos han visto cómo sus contratos laborales desaparecían o quedaban en suspenso, ante la paralización de una parte de los sectores productivos.
No hay nada que predisponga de una mayor forma a las crisis de ansiedad como la incertidumbre y en estos últimos tiempos se ha registrado en abundancia, tras la llegada de esta peste contemporánea, importada del Oriente. En estas condiciones, hay impresentables que han intentado obtener su minuto de gloria en el primer día de 'desescalada', que fue el pasado domingo, cuando se permitió a los menores de 14 años salir a la calle por primera vez tras 46 días de encierro. La norma no especificaba horarios por edades, por calles o por cualquier otro criterio, de ahí que, ante la falta de restricciones mayores, hubiera momentos del día en los que se juntaron decenas de niños y de padres en algunas plazas.
Paseé por Madrid durante tres horas y no aprecié aglomeraciones. Al revés, hubo sensatez y, en algún caso, padres y madres caminando por aceras diferentes, cada uno con un crío, para no quedarse en casa. Pero eso no está prohibido. Era un mero recurso para aliviar la tensión del encierro domiciliario.
Los fotoperiodistas que buscaron ayer encuadres tramposos en lugares estratégicos -como las largas calles en recta- deberían tener hoy cierto cargo de conciencia, pues en el primer día de la 'desescalada' contribuyeron a generalizar comportamientos que fueron anecdóticos. Era fácil de prever que los documentos gráficos que iban a hacerse virales este domingo eran esos, los que mostraban a quienes presuntamente no respetaron la distancia social, pues la sensibilidad está a flor de piel.
Los fotoperiodistas que buscaron ayer encuadres tramposos en lugares estratégicos -como las largas calles en recta- deberían tener hoy cierto cargo de conciencia.
También se podía deducir que los 'talibanes de confinamiento' que llevan semanas señalando a los vecinos desde el balcón y redactando carteles anónimos para exigir a algunos sanitarios que no pisaran su vecindario hasta que terminara esta crisis, iban a utilizar esas imágenes en su cruzada particular. Es evidente que a quien mejor le viene esta actitud es al Gobierno, quien asumió el mando único en la gestión de la pandemia y que con esta 'caza' al ciudadano desobediente podrá aludir a la irresponsabilidad colectiva para derivar culpas. Que no quiere decir que vaya a hacerlo, pero que ahora tiene una carta en la manga. La que le ha otorgado el periodismo más cutre y alarmista.
Problema social
Son muchas semanas de irresponsabilidad gubernamental en la que las autoridades se han servido de un componente tan radiactivo como el miedo para tratar de 'doblegar la curva' con una mayor rapidez y enmascarar errores. También han sido muchas mañanas las que 'uniformados' han comparecido en ruedas de prensa para dar el parte -innecesario- de sanciones, detenciones y anécdotas irrelevantes sobre desobedientes que reproducían decenas de medios de comunicación, acríticos y ávidos de audiencia.
Todo eso ha provocado que seis fotos, seis, hayan sido suficientes como para generar una enorme polémica sobre la responsabilidad de los españoles. Porque la sensación que ha generado toda esa propaganda gubernamental es la de desconfianza en el prójimo. Que nunca viene mal en pequeñas dosis, pero que, si se segrega de forma excesiva, suele resultar peligrosa.
La sensación es que la hipocondría ha derivado en paranoia. La evidencia irrefutable es que a la crisis sanitaria le seguirán otras económica y social
Quienes fomentaron estas actitudes -incluidos los medios, que muestran un sorprendente respeto hacia la información oficial y las películas de policías- deberían esforzarse en las próximas semanas por transmitir calma a los ciudadanos, pues, de lo contrario, la vuelta a la normalidad -o a la 'nueva normalidad'- será conflictiva. La sensación es que la hipocondría ha derivado en paranoia. La evidencia irrefutable es que a la crisis sanitaria le seguirán otras económica y social.
Cegada por la primera, una parte de la población quizá no haya reparado en las incomodidades que implicará a partir de ahora un viaje en metro, un estornudo a destiempo o un contagio en un centro de trabajo. Por esta razón, cualquier trabajo periodístico que contribuya a alertar, como ha ocurrido en algunos casos en las últimas horas, ayudará a extender la neurosis colectiva.
Eso no quiere decir que haya ciudadanos que se pasan por el forro la normativa, pero es evidente que ayer algún redactor y algún fotógrafo salió a la calle con el objetivo de trasladar que somos irresponsables, pues eso iba a hacer más interesantes sus reportajes. Lanzaron una cerilla al aire en un camino sembrado de dinamita y dieron carnaza a esos ciudadanos que, asustados y hastiados, han optado por el cainismo como patética vía de escape.
Desde luego, quienes en Moncloa han escuchado tantas veces durante las últimas semanas que el Gobierno actuó tarde a la hora de tomar las medidas de distanciamiento social ayer debieron dar botes de alegría, pues estas imágenes servirán para echar balones fuera. “La culpa es vuestra, irresponsables”.