Día 38 de confinamiento. Desde hace un par de semanas me levanto de la cama enumerando cosas. Son listas de asuntos que me gustan y otros que no. Formas simples y no muy elaboradas que se reparten en función del bienestar o el desagrado que me producen.
No tienen un propósito definido, ni siquiera existe una voluntad expresa de hacerlas. Ellas solo aparecen en mi mente mientras deambulo por la casa. Son descripciones con las que más o menos organizo mis estados de ánimo y que siempre tienen que ver con la realidad inmediata de estar confinada.
Me gusta que amanezca, que lean la prensa en la radio y los libros que se caen de las estanterías. No me gustan las reposiciones de la Liga, tampoco la voz de Donald Trump ni los niños que felicitan a sus abuelos en los informativos. Me gusta escuchar a Macron, las imágenes de Italia vacía y los museos vaticanos en Internet. No me gustan los retos de Twitter, la tabarra de los poetas del confinamiento ni los músicos que dan la chapa a sus vecinos.
Desde hace unas semanas me levanto de la cama enumerando cosas. Son listas de asuntos que me gustan y otros que no. Siempre tienen que ver con estar confinada
Las frases van juntándose en mi cabeza, como trocitos de algo cotidiano, fragmentos de unos meses que podré o no recordar, pero con los que sería posible reconstruir, en un tiempo más o menos lejano, cómo se comportó mi cerebro durante el aislamiento. No tengo interés en tal cosa como memorializar mis miserias, sólo lo hago por darme conversación a mí misma. Sin embargo, pasados unos días, me he dado cuenta de la lógica que me lleva a hacer esto.
En 1978, Geroges Perec publicó Me acuerdo, un libro que reúne 480 anotaciones que comienzan con la evocación que de título al libro. Son apuntes más o menos banales de asuntos, objetos, costumbres y personajes que desaparecieron o fueron olvidados: estaciones de metro, cines de París, escritores, políticos. Aisladas parecen flecos, pero es su conjunto lo que las hace valiosas. Forman el compendio de lo que fue, diseñado con la lógica del escribiente. Por eso suenan como letanías.
Perec atribuyó la influencia que tuvo Je me souviens: viaje a la memoria de un país (1970), de Joe Brainard, para crear este catálogo de cosas simples en el que escribe cosas como estas: "Me acuerdo del pan amarillo que hubo durante un tiempo después de la guerra". "Me acuerdo de los viejos números de L’ Illustration". "Me acuerdo de las agujas de acero, y de las agujas de bambú que afilábamos sobre un rascador tras cada disco". "Me acuerdo de que en el Monopoly, la avenida de Breteuil es verde, la avenida Henri-Martin roja, y la avenida Mozart, naranja".
Me acuerdo se convirtió en un clásico de la literatura memorialística. Perez ponía en cuestión la idea de qué merecía ser recordado o incluso escrito
La traducción al español que hizo Mercedes Cebrián para el sello Impedimenta me introdujo en Perec hace no mucho -la reedición se publicó en 2017- y abrió un pasillo para comprender las obsesiones de los autores que habían escarbado en el dietario y el apunte mínimo como obsesión literaria. Con el paso del tiempo, Me acuerdo se ha convertido no sólo en un clásico de la literatura memorialística, sino una lógica que ponía en cuestión la idea de qué merecía ser recordado o incluso escrito.
Estas enumeraciones o listas que ahora compongo de modo menos aseado, van a romper en la orilla de lo que permanece o lo que no. No pretendo, ni mucho menos, apisonar una tradición de semejante riqueza en las enumeraciones matutinas con las que saco a pasear mi mal humor, pero algo ese motor de lo simple, empujado por el aislamiento, sospecho que resuena en la cabeza de más de uno.