A este diario de la cuarentena hay que sumar tres días más. No son 32 sino 35, el total que queda junto a los tres a partir del anuncio de la Comunidad de Madrid de decretar el cierre de los colegios. Desde entonces, no he vuelto a pisar la redacción y he abandonado un mundo que, supongo, a usted también le resulta extinto.
De aquel día recuerdo una sensación de irrealidad, una especie de simulacro de pandemia que nos pilló a todos en medio de bares que despachaban las últimas cañas y los supermercados abarrotados de personas que entendían que para el fin del mundo eran necesarias cantidades ingentes de papel higiénico y garbanzos.
El estado de excepción llegó a la verdad y a la vieja tarea de buscarla. La Uve pues, parece más picuda y rota que nunca
Una sensación de parodia se desplegó entonces. Los memes campaban y el miedo aún no metía las zarpas de lleno en nuestra vida. Era la época de las aplicaciones para no perder la forma física y la barra libre de la solidaridad. El aburrimiento se convirtió en filantropía. Aún no apedreaban autobuses con ancianos ni conseguían cadáveres en las residencias, tampoco llamaban "ratas contagiosas" a los médicos ni invitaban a los cajeros de supermercados a marcharse de sus viviendas.
No esperé entonces que el mundo fuera a mejor, pero sí que nuestra capacidad de renunciar a la estupidez pudiese imponerse. Desde esos días, más de 18.000 personas han muerto, cerca de 30.000 sanitarios se han infectado por falta de medios, tres morgues provisionales comenzaron a funcionar en Madrid y el pulso económico del país se enlenteció hasta aplanar sus picos en una línea horizontal. De la uve quebrada a la recta moribunda.
Un día como hoy, hace un mes, no estábamos tan aletargados ni con la buena disposición para firmar cheques en blanco
En un mes ha surgido un extraño estado de ánimo que se mueve entre el belicismo y la propaganda y hasta descubro, según un CIS de altísima cocina, que los españoles aceptarían de buena gana la censura si de luchar contra los bulos se trata. El estado de excepción llegó a la verdad y a la vieja tarea de buscarla, por la vía de las versiones contrarias. La uve, pues, parece más picuda y rota que nunca.
El mundo que viene no resulta especialmente atractivo y justo por eso es imposible ignorarlo. No es que no pueda salir, es que ya no quiero hacerlo. Por ese motivo, la obligación es luchar contra a infección que el confinamiento ha impuesto en las certezas, aunque sean pocas. Quizá a usted también le ocurra, lector. Una sensación de estar noqueado y en la lona.
No soy médico ni sanitario, pero sí ciudadana. Un día como hoy, hace un mes, no estábamos tan aletargados ni con la buena disposición para firmar cheques en blanco. Hay que tener cuidado con lo que se suscribe. El desánimo o la desesperación son el caldo de los guisos más ponzoñosos. Hay que tener cuidado porque esta sopa no quema, pero aletarga.