Mientras las televisiones siguen mostrándonos, sobre todo, cifras e imágenes de gente aplaudiendo en los balcones, enfermeras bailando y pacientes recuperados, y nos ametrallan con polémicas en torno a Mariano Rajoy y a los 'y tú más' del Congreso, miles de personas se están muriendo en España desde febrero.
Ya son 18.579 víctimas mortales, que sepamos, sólo en nuestro país a causa del coronavirus Covid-19. Y muchos de los familiares de estas personas ni siquiera han podido despedirse de ellas. A pesar de lo apabullante de los números, creo que aún no somos totalmente conscientes de lo que nos está ocurriendo y de lo que está por venir.
Prueba de ello es que, en últimas semanas, el periódico El Mundo ha recibido algunas críticas por mostrar en sus portadas los ataúdes que se amontonan en el Palacio de Hielo y una foto de un hombre muerto en su casa, a causa del virus. Son instantáneas impactantes y crudas, pero también realistas y necesarias.
Ninguno de nosotros se alarmó tanto cuando vio imágenes del 11-M, del niño sirio ahogado en la playa o de menores muertos por bombas en Irak. Aquí, en cambio, nos muestran una foto de uno de los 18.579 cadáveres que ya hay ya consecuencia del virus y nos llevamos las manos a la cabeza. Es cruel, pero también es lo que está pasando, y quizá más imágenes como esas nos hacen salir del bucle infantil en el que andamos metidos y en el que nos quieren retener.
No puedo más con el optimismo de los balcones
Sé que es impopular, pero he de confesar que estoy harta de los aplausos, de las fiestas en los balcones, de los dibujos que los niños muestran en la tele, de los bailes de los enfermeros y de lo que opine uno u otro tertuliano. Quiero medidas, quiero buenos materiales para los médicos, quiero mascarillas de calidad para todos, quiero que se traigan test fiables y que se hagan, quiero datos reales de cuánta gente está muriendo en España por este virus, quiero planes claros para los 4 millones de trabajadores víctimas de un ERTE y los empresarios que se van a ver obligados a cerrar sus negocios. Quiero, en definitiva, que esta crisis sanitaria comience a gestionarse mejor.
Llevamos un mes de encierro. Al principio, la juerga y las risas estaban bien, no te lo niego. Las bromas, los memes, el vecino que pone el 'Resistiré', el otro que hace bingo... Guay, pero ya no. No veo razones ni motivos para salir a aplaudir al balcón.
Además, yo no veo a los sanitarios como "héroes que luchan en primera línea de batalla", sino como profesionales de la salud que están haciendo su trabajo lo mejor que pueden con los pocos recursos que les están dando. Y nosotros tampoco somos "héroes por quedarnos en casa": sólo somos unos pobres desgraciados metidos entre cuatro paredes, en las que nos protegemos y protegemos al resto de humanos de un posible contagio y, por ende, de una probable muerte.
¿Que el aplauso de las 20 horas puede animar a algunos sanitarios y a los niños? No te lo niego, pero si yo fuera uno de esos médicos, enfermeros o auxiliares no querría palmaditas a coro y sí más materiales y más personal. Esto es como lo del asalariado al que nunca le suben el sueldo en su empresa pero siempre le felicitan por el trabajo realizado. Oye, mira, no, dame lo que merezco y necesito y luego ya si eso me vitoreas.
El optimismo de las performances comunitarias, además, acaba en cuanto sales de tu casa. El vecino que te sonríe desde enfrente aplaudiendo con avidez es el mismo que huye de ti en el supermercado en cuanto te ve por si le pegas algo.
En fin, como dice mi admirado Houellebecq, que es casi el único que me reconcilia últimamente con el género humano, "el hombre no está hecho para aceptar la muerte: ni la suya ni la de los demás". Quizá esto explique por qué, en plena pandemia y con la economía del país en un estado crítico, preferimos los informativos positivos y salir a sonreír al vecindario puntualmente a las ocho mientras el virus se lleva a centenares de personas al día. No sé, puede ser, pero que conmigo ya no cuenten.