Es tan escaso el crédito del que dispone el señor presidente del Gobierno que cada vez que habla sube el pan. Andaba el Ibex 35 intentando remontar el vuelo en la mañana del viernes, nada menos que 10 puntos porcentuales arriba, y fue aparecer el señorín en televisión para anunciar que al día siguiente anunciaría (¡!) el estado de alarma en todo el país y hundirse de nuevo las Bolsas, que cerraron con una ganancia de apenas 2,23%. Otro tanto había ocurrido el día anterior, jueves 12, cuando el selectivo español registró el mayor batacazo de su historia, nada menos que del 14,6%, después de que el asalta caminos que nos preside protagonizara una de esas performances suyas en televisión, la nada con gaseosa o todo por la imagen, esa suficiencia impostada, esa solemnidad de cartón piedra, esa sensación fatal de que el tipo no sabe nada, ni controla nada, ni siente nada porque todo en él es artificial, forzado, falso. Estamos viviendo la peor crisis nunca imaginada en España –también posiblemente en el planeta-, con el peor Gobierno posible a los mandos. Un chimpancé pilotando un Ferrari a 250 km por hora. ¿Qué puede salir mal?
Han sido tres apariciones seguidas en la pequeña pantalla que hasta la de este sábado –cuarta de la serie, cara de auténtico funeral- han servido de muy poco, que no han aclarado nada ni despejado ninguna duda porque todo en el personaje es pura extenuante fanfarria verbal plagada de frases tan campanudas como vacías de contenido. Decir que posponer el pago de impuestos durante seis meses a las pymes es “inyectar 14.000 millones de liquidez en el sistema” es una solemne tontería, por más que sea cierto el aserto liberal según el cual el dinero está mejor en el bolsillo de su dueño que en las arcas de ese depredador insaciable que es el Estado. Entre la estulticia del Gobierno que dizque nos gobierna y el pánico provocado por el maldito virus, cientos de miles de negocios han visto en apenas unos días caer de forma drástica su cifra de facturación. Tiendas que no despachan, restaurantes que no sirven comidas, bares que no tiran cañas… Cientos de miles de empleos en el aire, millones de empleos que pueden irse al garete. España vuelve a asomarse al precipicio de una crisis mucho más profunda que la de 2008. Una crisis que, una vez superado el gravísimo problema sanitario -los Dioses y la ciencia nos ayuden- podría dejar tras sí el desolador panorama de un tejido productivo destruido. Como en 2008.
Todo lo que ha venido haciendo este Gobierno en materia de política económica desde que tomó posesión ha sido un desatino juzgado bajo el prisma de un entorno que apuntaba claramente al estancamiento, caso del rally alcista del SMI o las últimas subidas de las cotizaciones a la seguridad social, de modo que todo el mundo sabía que eso acabaría por tener su reflejo en la caída del empleo, porque todo era equivocado, todo iba en la mala dirección. Nada, sin embargo, es comparable a la gravísima situación que ahora plantea una pandemia que se puede llevar por delante a un montón de empresas, firmas que se enfrentan a “imputs” más caros, a aumentos del coste por hora trabajada, al mismo tiempo que ven recortadas sus ventas. Una crisis de oferta que hace inútil el uso de instrumentos monetarios, y que exige por tanto profundos cambios estructurales para aliviar la situación a la que se enfrenta ese 90% de pymes que componen nuestro tejido productivo.
Cuatro decisiones que más que importantes parecen imprescindibles. En primer lugar, dotar a las empresas de la máxima flexibilidad laboral para poder ajustar plantillas sin coste para su tesorería, un asunto esencial para poder volver a contratar cuando pase el pico de la crisis. Multitud de empresas españolas fueron a la quiebra en 2008 obligadas a pagar costosas indemnizaciones por despido. Alemania, por contra, decidió subsidiar a sus empresas para que no recortaran plantilla, porque el sistema le resultaba más barato que afrontar el pago de los correspondientes seguros de desempleo. En segundo lugar, sería necesaria una drástica reducción de las cotizaciones empresariales a la seguridad social, lo que supondría como poco echar por tierra las dos últimas subidas registradas, la del 22,3%, bases mínimas de cotización -del 7% en el caso de las máximas- de 2019, y la del 5,5% (lo mismo que el SMI) para las mínimas registrada este año, olvidando esa subida del 2,8% para las máximas que ha anunciado el ministro Escrivá. Imprescindible dejar de ahogar a las empresas con cotizaciones que siguen encontrándose entre las más altas de la OCDE.
Sería muy conveniente tener el coraje, o el simple valor, para echar por tierras las dos últimas subidas del Salario Mínimo Interprofesional
En tercer lugar, sería muy conveniente tener el coraje, o el simple valor, para echar por tierras las dos últimas subidas del Salario Mínimo Interprofesional (el incremento del 22% en 2019, con salto desde los 735,90 hasta los 900 euros en 14 pagas, y el aumento adicional del 5%, hasta los 950 euros, de este año), porque todos los trabajadores que se hayan visto afectados, teóricamente para bien, por esas subidas serán los primeros en ser pasados por la quilla del paro en esta brutal crisis que se nos viene encima. Como sostiene desde hace tiempo el economista José Luis Feito, auténtica autoridad en la materia: “El aumento del SMI y de las bases mínimas de cotización ralentiza la creación de empleo a tiempo completo, fomenta la contratación temporal y la economía sumergida y eleva el paro estructural de los jóvenes y de los trabajadores menos cualificados. Cuando el coste salarial mínimo en términos reales asciende hasta un determinado nivel, los trabajadores empleados o parados cuya productividad sea inferior a dicho nivel tienen un riesgo elevado de perder su empleo o de permanecer en el paro, circunstancia que se agudiza en las crisis o el periodo descendente del ciclo”.
Un Gobierno incapaz
Y en cuarto y último lugar, sería necesario habilitar un macrofondo para el suministro de liquidez automática a las empresas, algo que seguramente tendría que hacerse a través del ICO y en cantidad muy superior a los miserables 400 millones que el Instituto ha anunciado en líneas de crédito. La banca privada, Santander, Caixa Bank y BBVA, parece haber reaccionado con rapidez al poner a disposición de pymes y autónomos créditos y financiación para circulante. Como de costumbre, Alemania marca la pauta. El viernes, en efecto, el ministro de Finanzas, Olaf Scholz, anunció en rueda de prensa la puesta en marcha de un programa de avales “sin límites” a empresas, destinado a evitar problemas de liquidez a su tejido empresarial. La solidez presupuestaria alemana (su ratio deuda pública/PIB está hoy situado en un envidiable 60%), permite al Gobierno de Merkel emplearse a fondo a la hora de luchar contra la pandemia. Según Scholz, Alemania pondrá en marcha una “red de seguridad de muchos miles de millones” de euros para ayudar a las empresas y conservar los puestos de trabajo.
El andamiaje de este Gobierno de cartón piedra se ha venido abajo con estrépito en cuanto el fantasma de una crisis tan brutal como la del coronavirus ha hecho acto de presencia
Unas cuentas públicas saneadas, que permiten esfuerzos excepcionales para situaciones extraordinarias, y la determinación necesaria, la voluntad política imprescindible para defender los intereses generales por encima de los particulares y de partido. Por desgracia, nada de eso se da en este Gobierno de coalición entre un socialista radicalizado y un neo comunista sin la menor idea del funcionamiento de una economía de mercado en una democracia parlamentaria. El peor Gobierno posible para la peor de las contingencias. El Gobierno de Pedro & Pablo, al que la crisis del coronavirus ha asestado una puñalada seguramente mortal apenas dos meses después de echar a andar, será incapaz de adoptar las decisiones de política económica imprescindibles en este momento. Por incompetencia y sectarismo. Porque su política no conoce otra cosa que no sea tirar del gasto público para mantener una claque electoral subsidiada, sobre la base de freír a impuestos al prójimo, particularmente a clases medias y empresas. El corolario, en fin, es que si no se acometen medidas estructurales (aunque sean temporales) en línea con lo arriba enunciado, el coronavirus podría despedir el año con cientos de muertos, quizá miles, y desde luego con un millón de nuevos parados, además, naturalmente, de con un PIB en negativo y unos ratios de deuda y déficit disparados.
Lo cual quizá solo sea una parte, desde luego no desdeñable, de nuestros problemas. El andamiaje de este Gobierno de cartón piedra se ha venido abajo con estrépito en cuanto el fantasma de una crisis tan brutal como la del coronavirus ha hecho acto de presencia. La de ayer tarde en Moncloa fue una jornada para el escarnio. La caída de los dioses de hoja de lata. De pronto el brillante señorito de las frases hechas, al que arropa todo un ejército mediático, ha quedado retratado como lo que es: un personaje sin sustancia asustado ante la enormidad del problema que afronta, incapaz de tomar decisiones, bloqueado, casi hundido. Un tipo a cuyas barbas se sube su colega de coalición. Un presidente del Gobierno al que Urkullu y Torra, un delincuente confeso, se atreven a echar un pulso. Dos supuestos representantes del Estado que aseguran a cara descubierta que no aceptarán el estado de alarma decretado por Madrid. La independencia de facto de Cataluña y el País Vasco. Nada volverá a ser lo mismo. España en un momento crítico de su historia. La situación me parece tan grave que no veo otra solución de urgencia que no pase por el sacrificio de PP y Ciudadanos, incluso de Vox, ofreciendo al insensato de Moncloa algún tipo de Gobierno de coalición o, simplemente, de salvación nacional. Así están las cosas.