Un mes, doscientos muertos y 6.000 afectados después, el Gobierno de Pedro Sánchez sigue sumido en el desconcierto y la parálisis. La declaración del estado de alarma ha sido la primera medida adoptada por el Gabinete luego de una semana de desbarajustes. Una medida que se pretende firme, adoptada en una reunión del Ejecutivo plagada de tensiones, choques internos y hasta de amenazas de ruptura, que se queda algo lejos de la determinación que se precisa para atajar la expansión de la pandemia.
Sánchez empezó mal el viernes, cuando anunció un decreto del estado de alarma en diferido para el sábado y sin concretar en qué iba a consistir exactamente, lo que provocó escenas de pánico en algunos supermercados de España ante la incertidumbre de lo que iba a aprobarse.
Luego se filtró el sábado por la mañana un borrador con las medidas del decreto, pero la reunión del Consejo de Ministros se prolongó durante tantas horas que fueron surgiendo todo tipo de especulaciones sobre las supuestas apetencias de Podemos o las exigencias de los nacionalistas periféricos.
Y ya el colmo fue ver sentado en la mesa del Consejo de Ministros a Pablo Iglesias, pese a estar teóricamente sometido a cuarentena en su propia casa. ¿Qué tipo de ejemplo es este? ¿Qué broma de mal gusto es que el vicepresidente no atienda las recomendaciones que hace su propio Gobierno?
Decreto insuficiente
El decreto de alarma, iniciativa amparada en el artículo 116.2 de la Constitución que otorga al Ejecutivo poderes ilimitados en todos los ámbitos, ha nacido medroso y dubitatitvo. Señala límites al desplazamiento de los ciudadanos sin concretar cómo se llevará a la práctica, cómo se controlará su cumplimiento o cómo se sancionará su transgresión. "Se encargarán los cuerpos y fuerzas de seguridad", explicó el presidente en la rueda de prensa. Se podrá sacar a pasear al perro, dijo Sánchez, pero no a un niño pequeño, por no hablar de que se permite que sigan abiertas las peluquerías sin aclarar cómo se mantendrá la distancia mínima de un metro entre peluquero y cliente.
Por el contrario, no se intervienen las fronteras ni los transportes públicos, que reducirán su servicio a la mitad en los trayectos de media distancia. Una medida que era urgente desde hace semanas, cuando el espejo italiano nos avisaba de la dimensión de la amenaza y cuando algunos gobiernos regionales, como el de Madrid, la reclamaban con insistencia.
Sin noticias de la economía
Además, las medidas económicas siguen brillando por su ausencia. El jueves, en otro Consejo de Ministros extraordinario, el Gobierno anunció un plan de choque que quedó en nada: una mera transferencia pendiente a las regiones y el retraso en el pago de impuestos durante seis meses. Nada se dijo sobre cómo facilitar la supervivencia a los autónomos, por ejemplo, auténticas víctimas de este estado de alarma. Y ahora se nos anuncian nuevas medidas, pero para el próximo martes porque el Gobierno no ha sido capaz de consensuarlas este sábado.
Cuatro apariciones ha efectuado el presidente del Gobierno a lo largo de esta semana trágica, de estos ocho días negros que arrancaron con la manifestación del 8-M, en la que Sánchez evidenció su catadura moral al anteponer sus intereses propagandísticos a cualquier tipo de consideración por la salud de sus compatriotas. Las tres primeras intervenciones fueron redundantes e inútiles, y pusieron en evidencia el estado de temerosa postración en el que se encuentra Sánchez, bloqueado por el pánico.
Hasta ayer Sánchez no había sido capaz de transmitir un mensaje de fortaleza y de esperanza a una sociedad que se encuentra aterrorizada ante las dimensiones de la pesadilla y la ineptitud de quienes deben combatirla. Este sábado lo hizo, aunque de forma poco convincente y con siete horas de retraso.
España se encuentra ante la peor crisis sanitaria de su reciente historia. Atajarla es lo más urgente y perentorio, ya que, pese a los esfuerzos, entrega y sacrificio de los profesionales, verdaderos héroes del momento, la embestida es tan brutal y los recursos tan limitados que apenas dan abasto para atender todas las necesidades. Y todo por la mala cabeza del Gobierno, que miraba para otro lado desde hace días, mientras preparaba la manifestación feminista y quitaba importancia a esta letal pandemia.
Es preciso un golpe de firmeza, un liderazgo inapelable que sepa reconducir esta crisis. La gestión de Sánchez, entre la ineficacia y la incompetencia, está evidenciando el amateurismo de una coalición de Gobierno incapaz de hacer su trabajo y entretenida en juegos sobre la ideología de género y la memoria histórica. En estos momentos de tremenda angustia y de profunda zozobra, España necesita un presidente con coraje y convicción, que no vaya a remolque de los acontecimientos, que vaya por delante de los problemas y que no dude a la hora de presentarse ante los ciudadanos y explicarles abiertamente la verdad, con transparencia y valentía. España es un gran país, pero necesita un mejor Gobierno.