El resultado del torpe y sectario intento de boicotear el programa de 'El Hormiguero' en el que el entrevistado por Pablo Motos ha sido Santiago Abascal ha tenido como resultado una de las audiencias más altas registradas hasta la fecha por este espacio de entretenimiento. Si la izquierda no fuese tan dogmática como falta de luces -de hecho, las dos características suelen ir juntas- hubiese advertido que la táctica más hábil para restar interés a esta emisión hubiera sido no hacer la menor mención de ella y procurar que pasara desapercibida. Al incendiar las redes solicitando que no se sintonizase Antena3 esa noche, los demonizadores de Vox le han prestado un servicio impagable: más de cuatro millones de televidentes han visto y escuchado al líder conservador, con un share únicamente superado en la larga historia del programa por Isabel Pantoja, personaje imbatible por razones evidentes.
En el diseño de una estrategia de comunicación, un fallo garrafal es no adaptarse a las circunstancias cambiantes, como aconsejaba Lord Keynes. Socialistas, separatistas y bolivarianos encontraron en el auge de Vox un filón para movilizar a su electorado. Presentando a la formación verde como un monstruo terrorífico, una ultraderecha fascista, xenófoba, misógina, homófoba y franquista creyeron disponer del instrumento ideal para, por un lado, excitar emocionalmente a los suyos ofreciéndoles uno de los elementos más eficaces en política, el enemigo que representa el mal químicamente puro al que hay que combatir sin cuartel y, por otro, amedrentar al PP y a Ciudadanos tratando de impedir que aceptasen al apoyo de Vox en Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. Este planteamiento está haciendo aguas por dos razones muy poderosas, la primera es que Vox no responde a esta descripción truculenta y la segunda que la consecución del poder es un mecanismo imparable a la hora de escoger aliados, como demostró el propio Pedro Sánchez en la moción de censura.
El peligro para las restantes opciones electorales es quedar englobadas a los ojos de los españoles en una única categoría, la que Vox ha definido con indudable intensidad plástica como la “dictadura progre”
Este mismo desenfoque lo ha padecido Ciudadanos en su porfía por hacerse con el mayorazgo del centro-derecha. Un plan inteligente y acertado para dar la puntilla al PP de Rajoy y su oficial mayor SSS, ya no es aplicable cuando al frente de la fuerza azul hay un nuevo presidente más joven y sin el fardo de la corrupción sobre sus espaldas y un discurso más comprometido ideológicamente que contrasta con la tecnocracia insulsa del período anterior. La lentitud en cambiar el rumbo tras el girar del viento pesa negativamente sobre las expectativas de los naranja de cara a las inminentes elecciones generales.
Vox aprovecha astutamente, como en las artes marciales, el impacto del golpe del adversario para hacerle besar la lona. El episodio de El Hormiguero es revelador al respecto. En sus intervenciones en los medios y en sus arengas a sus fieles en Vistalegre, los dirigentes de Vox repiten incansables sus mensajes con férrea consistencia e inmunes al ruido exterior. No somos totalitarios porque defendemos las libertades, no somos homófobos porque tenemos homosexuales en nuestras candidaturas, no somos xenófobos porque lo que rechazamos es la inmigración masiva e ilegal, no somos franquistas porque predicamos la reconciliación nacional, no somos fascistas porque acatamos escrupulosamente el orden constitucional y el imperio de la ley y no somos misóginos porque si bien nos oponemos a la ideología de género aplaudimos la igualdad hombre-mujer. La indiscutible sensatez de estos argumentos va haciendo mella en la percepción de la gente y empieza a enroscar el cordón sanitario en la garganta de sus tejedores.
El peligro para las restantes opciones electorales es quedar englobadas a los ojos de los españoles en una única categoría, la que Vox ha definido con indudable intensidad plástica como la “dictadura progre”. A más ferocidad de los ataques de la izquierda, la ultraizquierda y los golpistas, acompañada del silencio tímido de sus eventuales socios, Vox cristaliza progresivamente como una roca en medio de la tempestad, un proyecto sólido de creencias inamovibles enfrentado a todas las demás siglas, homologadas en virtud de su hostilidad o su disimulo hacia Vox en un único bloque, el de los profesionales de lo políticamente correcto frente a propuestas que suenan insobornables, creibles y valientes, serenamente desgranadas la noche del pasado jueves en un canal de multitudinario seguimiento. Si Vox se consolida como una referencia contra el resto del mundo, las urnas del 10 de Noviembre pueden dar una agradable sorpresa a sus seguidores y un disgusto monumental a sus detractores.
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