Hasta que se alzó el telón del juicio al 'procés', el magistrado Manuel Marchena apenas era conocido más allá del reducido perímetro de las Salesas. Hace unos meses, asomó fugazmente en algunos titulares cuando su nombre apareció en un tuit torpón atribuido injustamente a Ignacio Csidó. Eran las farragosas vísperas de un nuevo acuerdo por la Justicia entre PSOE y PP y Marchena había sido bendecido para ocupar la presidencia del gobierno de los jueces. Episodio frustrado. Marchena renunció al puesto y volvió a lo suyo. La bendita rutina, el monástico anonimato. Trabajo, familia, música, natación y algo de balonpié. También brujulea por el dédalo de las nuevas tecnologías, asunto en el que es pionero entre sus pares.
Y en eso llegó Junqueras. Y con él, 600 periodistas, decenas de cámaras, y un sinfin de platós a las puertas del Supremo. En suma, llegaron los focos, se esfumó el anonimato. El hasta entonces casi desconocido Marchena, se convirtió en protagonista accidental en todos los informativos, los especiales, los telediarios, los debates. Marchena, ante la tentación 'prima donna'. Muchos de sus compañeros de toga han caído en ella. Muchos sucumbieron al show. Son los llamados 'jueces estrella'. Gómez Bermúdez, Andreu, Pedraz, Ruz, Castro, Velasco, Palacios… Alguno de ellos, como Garzón, se estrellaron. Otros, como Grande-Marlaska, redondearon su ambición y se aposentaron en un ministerio.
Desde los primeros compases de la vista contra el golpe, se ha podido comprobar que Marchena reúne todos los mimbres para estar en la cumbre. De la judicatura, de la política… de lo que se le antoje. Es inteligente, firme, prudente, mordaz, ingenioso, domina la sala con mano de hierro y lidia a los concurrentes, bien sean acusados, letrados, fiscales, público en general… con habilidad de malabarista. Sabida era su enorme profesionalidad, su intachable prestigio, su proverbial dominio del Derecho, su profundo conocimiento de la ciencia jurídica. Ahora, también, se ha desvelado su poderosa personalidad. Un togado de Champions. Ha sorprendido con sus primeros pasos, ha deslumbrado con sus primeras decisiones. No se casa con nadie pero deja bailar a todos.
Marchena ha sorprendido con sus primeros pasos, ha deslumbrado con sus primeras decisiones. No se casa con nadie pero deja bailar a todos
Por ejemplo, en la segunda sesión del juicio, Marchena pronunció las palabras que siempre se espera de un juez: “Silencio en la sala o serán desalojados”. En verdad, utilizó una expresión más formal: “Si vuelven a insistir en las risas como consecuencia de las respuestas, serán desalojados”. El escaso personal al que se le permite su presencia en el salón de plenos cesó en sus risitas. Este juez va muy en serio.
Algunos, sin embargo, pensaron lo contrario. El lazo amarillo de Jordi el visionario (Sánchez), el permiso para declarar en catalán (sin traductor), la segunda ronda de repreguntas de las defensas, los biombos para proteger a los procesados de las fotos furtivas… Gestos de generosidad en el terreno personal combinados con algunos guiños en el aspecto judicial… Así también, los amables pero indubitables reproches al tortuoso fiscal Fidel Cadena y a la atribulada abogado del Estado, Rosa Seoane. O el rechazo a las pretensiones de Vox de interrogar a Junqueras pese a tener constancia de que no iba a contestar. “Mire usted, la sala no puede prestarse a una escena en la que usted formula preguntas y él (Junqueras) dice le contesto/no le contesto. Ha expresado su derecho, por las razones que considere convenientes, de no contestarle y ese derecho tenemos entre todos que respetarlo y aceptarlo”. Ha irritado sobremanera a Ortega Smith, el abogado de Vox, y alguno de los letrados, como Benet Sanellas, el defensor de Cuixart, reconocible por su pendiente y su verbo abstruso. Marchena ha demostrado tener en su muñeca la habilidad de un jinete del Grand National: a un tiempo firme y flexible. Estrasburgo le espera.
Marchena, 59 años, canario de Las Palmas, criado en los campus de La Laguna y Deusto, pertenece a la carrera fiscal desde hace más de tres décadas, ejerce en el Supremo desde 2007 y preside la Sala Segunda de lo Penal desde 2014. Nadie tiene hoy tanto poder en la judicatura española. Desde hace ocho días, en el salón de Plenos del Supremo, plaza de la Villa de París, ofrece serenamente una lección diaria del porqué.
El juicio a separatistas catalanes saldrá bien. Basta con comprobar cómo le paró los pies este martes al descerebrado Turull. La Justicia española está en buenas manos. Como con Llarena o Lamela, los jueces hostigados por el mundo secesionista, por los violentos de la DUI. Una vez terminada la fiesta, Marchena se planteará su futuro. Ofertas no le han de faltar. Con toga o sin ella. Marchena for president. Quizás se equivocan. El juez supremo del 'procés' sabe, con Gracián, que “bien vive quien bien se oculta”. Esa bendita rutina.