El informe del Gobierno del Reino Unido que vaticina pérdidas económicas durante los próximos quince años tras abandonar la Unión Europea, compensa ese diagnóstico pesimista con ventajas, llamémoslas así, espirituales: los británicos serán soberanos para vivir peor, que es lo que finalmente sucederá después de su referéndum.
En un informe riguroso, titulado “EU Exit. Long-term economic analysis. November 2018. Presented to the Parliament by the Prime Minister by Command of Her Majesty” (lo copio en su versión original, pues así se capta un lenguaje parlamentario que se está extinguiendo, para pesar de los que creemos en la democracia representativa), se lee lo siguiente: “Pero la gente no se fija solo en la economía. También contempla los beneficios políticos y constitucionales de la salida”. Ha sido redactado por el ministro de Economía Philip Hammon y su equipo para influir en la opinión pública de cara a la votación parlamentaria de los días 11 y 12 de diciembre, una dramática votación para Gran Bretaña y, también, no nos engañemos, para la Unión Europea.
Philip Hammon es un europeísta convencido que, temiéndose una votación contraria al acuerdo de su Primera Ministra con la UE, confía que la opinión pública pueda cambiar el voto de un grupo de diputados que evite el desastre de que Gran Bretaña rechace el acuerdo, abriéndose a continuación un periodo de incertidumbre que en estos tiempos de triunfo de los demagogos podría arrastrarnos al peor pasado de Europa -por cierto, ahora sabemos las oscuras relaciones de Nigel Farage, el campeón del Brexit, con Putin y sus negocios con Trump-.
Si se rechazara el acuerdo May-UE, se abriría un periodo de incertidumbre que en estos tiempos de triunfo de la demagogia podría arrastrarnos al peor pasado de Europa
La escala de consecuencias económicas, todas ellas innecesariamente malas o peores, tuvieron en el factor emigración su causa profunda. La demagogia de gamberros políticos como Nigel Farage (hoy todavía europarlamentario de un grupo que se denomina “Para la democracia directa”), caló en el pueblo inglés, ese pueblo tradicional y reaccionario que Hannah Arendt calificó de “populacho”, la base de los movimientos nacionalistas e incluso totalitarios.
“Empleos para los de aquí”, y “fuera los extranjeros en los centros de salud”, y cosas parecidas, penetraron en la mentalidad de ingleses de clase media empobrecida, personas con poca capacidad para encontrar empleos en la economía actual. En USA, Trump ha agitado esa masa de populacho con eslóganes como “América, lo primero”, pero allí no existe, como en Gran Bretaña, y en la UE, un “Estado de bienestar”, y su progresiva gratuidad sirve de maravilla para alimentar el discurso contra los emigrantes, que llegan para expulsar a los nacionales.
Pero la globalización no se puede detener cerrando fronteras (salvo que se apueste por soluciones bélicas). A causa del Brexit, el número de ciudadanos de la UE que emigraron a Gran Bretaña ha disminuido en estos años. Como la economía y los servicios públicos ingleses necesitan trabajadores y técnicos emigrantes (dado, entre otras cosas, el envejecimiento de su población), Inglaterra está contratando a asiáticos, en lugar de los “invasores europeos”.
Un emigrante asiático tiene menos derechos laborales que un europeo; eso es lo que hay detrás del cántico nacionalista: el rancio discurso de los antiguos patronos
Los asiáticos, muchos nacidos en el antiguo Imperio Británico, son personas con alta capacidad profesional, con lo cual, el discurso xenófobo de tipos como Farage se fortalecerá aún más; si no querían enfermeras españolas, ahora serán de Pakistán o de Ceilán.
Theresa May, en su desesperada gira territorial para defender su acuerdo con la UE, dijo una insensata frase: “Los ciudadanos de la Unión Europea ya no se saltarán la cola para pasar por delante de los que no son europeos”. Luego se retractó de esa estupidez cuando su frase estalló en la Unión Europea y en los círculos serios de su país, pero eso no quita que fuera muy aplaudida por sus seguidores. En el fondo, un emigrante asiático tiene menos derechos laborales que un ciudadano europeo; detrás de un cántico nacionalista, se esconde el viejo y rancio abuso de los patronos con los trabajadores.
El Brexit apuesta por una sociedad económicamente desigual y socialmente conflictiva. Ciertamente, el ideal de Europa está a punto de desaparecer. ¿Habrá beneficios políticos y constitucionales con el Brexit? ¡Ojalá lo consigan los británicos! Pero el fundamento de su ejemplar democracia, que se asentaba en la soberanía del Parlamento, ahora está siendo alterado por culpa de la irresponsabilidad de los dirigentes actuales; el pueblo “empoderado” chocando con la democracia representativa británica.
Adam Smith, el primero que entendió el libre mercado, escribió esto: “Ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si la mayoría de sus miembros son pobres y desdichados”.