Opinión

Una película: 'La zona de interés'

Se puede ver ahora en los cines La zona de interés, película dirigida por el británico Jonathan Glazer. Una película al borde del abismo, en la que nada se ve y todo está presente. La vida burguesa y apacible de una familia co

Se puede ver ahora en los cines La zona de interés, película dirigida por el británico Jonathan Glazer. Una película al borde del abismo, en la que nada se ve y todo está presente. La vida burguesa y apacible de una familia con cinco hijos, al frente de la cual se encuentra Rudolf Höss y su esposa. Un chalé, con su jardín y su piscina, sus paseos por el río, su vida feliz. El problema es que la valla que circunda esa parcela es contigua al campo de exterminio de Auschwitz, cuyo comandante es Rudolf Höss; pero absolutamente nada en la película sucede en el interior de Auschwitz.

Únicamente, y de forma espaciada, los gritos al otro lado de la valla, disparos y el humo que sale de los hornos crematorios. Pero nada importa a los protagonistas de la película. Ellos prosiguen su vida feliz en el chalé contiguo a Auschwitz, completamente ajenos a lo que ocurre al otro lado de la valla.

Posteriormente, siempre en la Segunda Guerra Mundial, el comandante Rudolf Höss es destinado a Oranienburg, campo de concentración en el estado federado de Brandeburgo, en Alemania. Durante ese destino de Rudolf Höss, su mujer y sus hijos no se movieron del plácido chalé de Auschwitz, debían conservar su pequeño paraíso. Prosigue la película narrando un posterior destino de Höss en Budapest, al objeto de dar cuerpo a la “solución final”, el asesinato de los judíos en Hungría en 1944 por cientos de miles.

Se trata de una vida plácida, casi idílica, en una casa con su jardín, contigua al campo del horror y el asesinato a una escala jamás conocida en la historia de la humanidad

En la película, nada se ve, nadie habla sobre lo que ocurre y, sin embargo, eso es precisamente lo que la convierte en una terrible representación del horror. Se observa en la propia sesión del cine, con un silencio abrumador, en una película que perturba profundamente y hiela la sangre al espectador.

En el final de la película, ya pasada la guerra, ya convertido Auschwitz en un museo, se observan vitrinas tras las que aparecen zapatillas, pijamas, enseres personales de aquellas víctimas del terror a escala industrial, que son limpiados por el personal con una espantosa frialdad, como ajenos a la tragedia que allí se produjo.

Es esa cotidianeidad, próxima a lo pueril, lo que resulta decididamente insoportable. Se trata de una vida plácida, casi idílica, en una casa con su jardín, contigua al campo del horror y el asesinato a una escala jamás conocida en la historia de la humanidad.

Así, la película se coloca como una advertencia; la monstruosidad es tan evidente que nos interpela, casi como una acusación, advirtiendo que no se puede ser indiferente ante la presencia del mal en su estado más terrible. Que todos somos responsables, también a día de hoy, de lo que ocurre a nuestro alrededor en nuestro mundo atosigado de guerras y barbaridades. Que debería ser prohibido mirar para otro lado, para evitar que la indiferencia triunfe.

Algún apunte, que no figura en la película, sí es conveniente hacer: el día internacional en memoria de las víctimas del Holocausto se celebra el 27 de enero, fecha del aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, en 27 de enero de 1945. Ese campo de exterminio, situado a unos 50 kilómetros de la bellísima ciudad de Cracovia, donde fueron asesinadas más de un millón de personas, el 90% de ellos judíos. Su comandante fue Rudolf Höss, capturado por los aliados en 1945, que posteriormente declaró como testigo en el juicio de Nuremberg. Y luego, fue juzgado y ahorcado el 16 de abril de 1947 junto a un horno crematorio de ese propio campo de exterminio.

En diciembre de 1970, el canciller socialdemócrata alemán Willy Brandt efectuó una visita oficial a Polonia. Una vez allí, en Varsovia, se dirigió al monumento que conmemora la sublevación del gueto de Varsovia contra el ocupante nazi en 1943. En ese lugar, de manera imprevista y fuera de todo protocolo, se dejó caer de rodillas ante el monumento, con las manos cruzadas por delante de su abrigo negro, con el rostro impasible. Permaneció en esa postura, completamente inmóvil, durante unos largos segundos. Los fotógrafos captaron la imagen, mil veces difundida, era una imagen para la historia. A uno de sus asesores le confesó: “Me pareció que con inclinar la cabeza no bastaba”. Tiempo después, describió ese gesto en sus memorias: “Hice lo que hacen los hombres cuando les faltan las palabras”. Las palabras que faltan, ante el indecible exterminio de los judíos.

Willy Brandt siempre distinguió entre la culpabilidad y la responsabilidad. Él, luchador contra el régimen criminal nazi, no consideraba correcto considerar que el pueblo alemán fuera culpable de aquel infinito horror, pues la culpa debe recaer sobre los individuos, no sobre los pueblos. En una entrevista posterior concedida a la periodista italiana Oriana Fallaci evocando lo sucedido en Varsovia aquel día de diciembre de 1970 declaró: “Pero si hablamos de responsabilidad, la cosa cambia. Por mucho que yo no haya sido nunca partidario de Hitler, no puedo exonerarme de una suerte de responsabilidad. Si nos preguntamos por qué Hitler llegó al poder, no fue solo porque hubiera millones de personas lo bastante necias para seguirlo, sino porque todos los demás no fueron capaces de pararle los pies. No me he arrodillado por tener una culpa que confesar, sino porque quería identificarme con mi pueblo, un pueblo al que pertenecía una gente que ha cometido crímenes terribles”.

El concepto de la responsabilidad política

Willy Brandt tenía un claro concepto de la responsabilidad política, de cómo ejercerla. En mayo de 1974, días después de descubrirse que uno de sus asesores como canciller era espía al servicio de la RDA (Alemania Oriental) –Günther Guillaume–, dimitió de forma fulminante de la cancillería de la RFA. Si alguien puede definir, aquí y ahora, cómo se define el concepto de responsabilidad política, sería adoptando la misma conducta que mantuvo Willy Brandt al dimitir; eso no evitó en ningún caso que Willy Brandt haya pasado a la historia como el más grande y mejor canciller socialdemócrata de la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial.

En todo caso, si pueden, vean La zona de interés, se proyecta en los cines. Es seguro que antes de cualquier reflexión, esa película no les dejará indiferentes.

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