Llegados al punto de crisis y hasta de ruptura social alcanzados en Cataluña, no se puede reprochar a la ministra de Justicia, Dolores Delgado, que apueste por “descomprimir, destensar y desinflamar” la situación. Es una actitud prudente y cabal. El cambio de caras en el Gobierno de España puede ser una oportunidad para rebajar la tensión y tal cosa seguramente ayudará a evitar más sufrimiento fuera y dentro de Cataluña. Cosa diferente es que los gestos apaciguadores, corteses y tranquilos que puedan iniciarse ahora logren ir más allá de ser eso: gestos.
Porque, por muy educadamente que se discrepe, la discrepancia va a seguir ahí, inalterable, rocosa, omnipresente. Desde luego que mejor tomar una actitud tranquila. Hablar siempre será beneficioso, mientras se sea consciente de que hay cosas que no van a cambiar por mucho que se converse y por muy gentilmente que se haga. Por eso conviene que el Gobierno de España y las personas que, en su nombre, van a tratar de recuperar el diálogo con las autoridades autonómicas catalanas sean bien conscientes de ello, no vayan a creerse que las mutuas sonrisas van a salvar obstáculos imposibles. Van algunos.
Los nacionalistas nunca dejarán de serlo, lo que es muy lógico, pero no deber ser olvidado. Por supuesto que tampoco rechazarán ventajas (nadie lo hace), pero no renunciarán a la secesión a cambio de ellas. Están en su derecho, insisto, pero no hay que olvidarlo, insisto también.
No van a aceptar jamás que España es un estado legítimo mientras incluya el territorio del que se creen propietarios. Eso es así incluso aunque algunos de ellos admitan a regañadientes que somos un país democrático (pocos lo harán porque enfrentarse a una dictadura tiene mucha más épica).
Nunca serán respetables ciudadanos catalanes quienes se nieguen a asumir los dogmas nacionalistas, salvo que sean tan pocos que puedan ser presentados como una pintoresca muestra de su generosa tolerancia"
Tampoco aceptarán que la presencia de España dentro de Cataluña en materia cultural, idiomática e identitaria deba ser respetada. Por el contrario, va en su naturaleza tratar de suprimir lo que ven como un obstáculo y un peligro, susceptible de ser eliminado antes o después, mejor por las buenas que por las malas pero, en todo caso, inadmisible a largo plazo. Por eso mismo no aceptarán nunca como ciudadanos catalanes indudables y respetables a quienes se nieguen reiteradamente a asumir los dogmas nacionalistas, salvo que un día logren que sean tan pocos que puedan presentarlos como una pintoresca muestra de su generosa tolerancia.
Y, por último, algo muy importante: jamás aceptarán que el sistema autonómico español pierda su carácter más o menos provisional. Obviamente porque admitir lo que se ha llamado el “cierre” del sistema autonómico significaría la extinción de su política.
Así que introducir el federalismo en una hipotética reforma constitucional no sé si es viable o urgente pero es seguro que no contentará y menos aún apaciguará a ningún nacionalista. En un Estado federal las competencias, obligaciones y derechos (incluso la lealtad federal) están perfectamente definidos y asignados en su Ley Fundamental de forma definitiva. Es decir, una España federal activaría la cerradura autonómica y desaparecería la “bendita” provisionalidad de facto, de la que viven nuestros nacionalistas. Eso sin contar con la posibilidad de que, al abrir el debate, surgieran partidarios, también legítimos, de resetear el sistema autonómico y expurgarlo de errores y disfunciones que, sin duda, los tiene. Me refiero a lo que los nacionalistas llaman retroceder pero que otros podrían llamar modernizar, o sea, avanzar.
Pero, volvamos a los sentimientos, que es lo que nos mola. Por supuesto que España es plurinacional. Tanto lo es que, aunque hay lindes entre las autonomías, no hay fronteras en la plurinacionalidad del país. Comprar la idea de que España sólo es 17 veces plurinacional es empobrecernos. Todos nos consideramos de nuestro pueblo (más intensamente cuanto más pequeño sea) pero nos movemos y nos entendemos con los demás. La plurinacionalidad de España está, afortunadamente, muy mezclada y se extiende desde los idiomas y los territorios hasta las familias, pasando por los barrios y los equipos de fútbol. El domingo, sin ir más lejos, desembarcaron en Valencia cientos de personas que van a traernos aún más diversidad identitaria, idiomática y nacional.
Esas sonrisas con las que se ha recibido a los migrantes del Aquarius son armas poderosas para calmar su angustia, pero no servirán cuando se trate de arreglarse con los secesionistas. Ellos también hablaban de “revolución de las sonrisas”, pero enseguida las convirtieron en muecas, cuando vieron que no ganaban.