El suelo estaba húmedo en Vitoria, me resbalé y me caí. Mejor dicho, me metí una leche de escalofrío. Las enfermeras, ya en Madrid, me rogaban que les firmase la radiografía porque era una triple fractura bellísima, impecable, de las que se ven pocas. Desde el primer momento decidí gestionar el accidente como debe hacerse hoy en día y comencé por lo más indispensable, que no es conseguir una silla de ruedas sino crear un grupo de WhatsApp. Lo llamé La Pata Quebrada y en Casa y añadí a la familia y a los numerosos amigos que tendrán que hacer turnos para ayudarme durante semanas o meses, porque esto va para largo, dicen los médicos.
Creo que un grupo de guasap debe tener seriedad, funcionalidad, dinamismo y eficacia, así que empecé por una declaración, digamos, institucional: “La Piedna y yo nos sentimos llenos de odgullo y satisfación pod la cadiñosa acogida que ha tenido este gdupo tan entdañable pada todos, y quiedo decidos que sé que atdavesamos tiempos difíciles, pedo si pedmanecemos unidos sabdemos supedad todas las dificultades, incluida la opedación de pasado maniana, podque somos un gdan país y juntos sedemos capaces de ganad el futudo”.
Como es costumbre, hubo división de opiniones. Hubo quien me reprochó que no hablase del terrorismo, otros lo vieron demasiado paternalista y frío, pero ¿han probado ustedes a escribir con un tobillo hecho trizas y desde la cama del hospital, como estoy haciendo yo ahora?
Hay muy poca gente. Muy poca. Se ve inmediatamente. ¿Y por qué hay tan poca gente, por qué faltan sillas de ruedas, por qué hay suciedad donde de ninguna manera debería haberla?"
Me ha sorprendido mucho comprobar cuánto ha cambiado en los últimos años la sanidad pública española. No la usaba desde mucho tiempo atrás (quiero creer que afortunadamente) y estoy comprobando que lo que fue uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo tiene serios problemas para sobrevivir a quienes vinieron a salvarlo.
No importa en qué hospital estoy. Uno de los mejores de Madrid. Fui atendido con rapidez y con eficacia, algo sorprendente porque el servicio de Urgencias estaba hasta arriba de enfermos en diversos grados de postración, y los celadores, enfermeros y auxiliares corrían como hormigas de un sitio a otro. No daban abasto. Eran claramente pocos. Urgencias siempre está así, pensé. No pasa nada nuevo.
Pero sí pasa. No es fácil entender que en el servicio de traumatología de un gran hospital haya nada más que diez sillas de ruedas, y que quien llega descalabrado tenga que arreglárselas como pueda… o gestionar el alquiler privado de una, que fue lo que tuve que hacer yo.
Hay muy poca gente. Muy poca. Se ve inmediatamente. ¿Y por qué hay tan poca gente, por qué faltan sillas de ruedas, por qué nadie te ayuda cuando lo necesitas, por qué hay suciedad donde de ninguna manera debería haberla? Pues porque esto ya no es un hospital público. Es un hospital público cuya gestión fue contratada a una empresa privada gracias a las ideas liberales que defienden personas como Esperanza Aguirre.
No trato de hacer un artículo político ni de meterme con nadie. Tan solo trato de contar lo que me está pasando, lo que estamos viendo la Piedna y yo. Señora Aguirre: rómpase usted una pierna, la que quiera, y venga a mi hospital, o a otro cualquiera de aquellos que usted inauguraba como quien inaugura decorados de teatro. Verá lo que pasa.
Verá que, cuando alguien contrata un servicio público esencial a una empresa privada, lo que esta empresa pretende no es ganar el cielo ni obtener el Nobel de la paz, sino sacar dinero, aumentar sus beneficios. Para eso está y para nada más. ¿Y cómo se aumentan los beneficios? Pues reduciendo los costes. ¿Y cuál es la manera más sencilla de reducir costes? Pues está claro: echar gente y reducir la calidad del servicio que uno da. Por más esencial que sea. Eso es lo que usted llama luchar contra el despilfarro.
Pero no se llama así, señora Aguirre. Se llama de otra manera, porque casi ya son historia los tiempos en que el conductor de una ambulancia llegaba al lugar del accidente antes que nadie: ahora los propios médicos te avisan de que, si quieres una ambulancia, tendrás que esperar horas, bastantes horas (yo esperé cinco), porque el servicio ha sido externalizado y quienes lo atienden cobran una miseria, así que lo mejor es no imaginar milagros.
Por eso llamas al botoncito de la habitación para pedir un calmante (la fractura de tobillo es dolorosísima) y no debes sorprenderte si el socorro tarda, o tarda mucho. No es mala voluntad lo que te tiene mártir. Es que los enfermeros, médicos y auxiliares son muy pocos, cada vez menos, y tocan a cada vez más enfermos que tienen que atender para que la empresa gane dinero. Y van los pobres con la lengua fuera. Y les pagan una reverenda mierda.
Esto no se hunde por la gente. Tenemos una gente cojonuda. Tenemos los mejores médicos, enfermeros, auxiliares y celadores de todas las galaxias conocidas"
¿Cómo se consigue que esto no se hunda? Pues por la gente, señora Aguirre, usted lo sabe bien. Tenemos una gente cojonuda. Tenemos los mejores médicos, enfermeros, auxiliares y celadores de todas las galaxias conocidas. Tenemos a Raúl, que es un cirujano magnífico y que se preocupa personalmente por sus pacientes, recuerda su nombre y sus circunstancias. Tenemos a Dani, enfermero que a sus 23 años todo lo sabe y todo lo cuida y todo lo vigila, y que corre como una liebre de habitación en habitación porque, lo mismo que sus compañeros, no da abasto con todo lo que tiene a pesar de que es amable, divertido, eficaz, meticuloso y de que se mata para que te encuentres bien. Lo mismo que los demás. Y cobra un sueldo de vergüenza. Lo mismo que los demás: Eva, Vanessa, Natalia, Sergio, Abel, tantos nombres y tantas vocaciones en manos de sus mercaderes, señora Aguirre. Y esos mercaderes pueden despedir a Dani y a los demás cuando les salga de los alopurinoles gracias a la reforma laboral de ustedes, doña Aguirre, reforma que está creando miles de empleos tamaño pitufo y con sueldos del siglo XIX. Eso es lo que hemos visto la Piedna y yo. Eso es lo que me ha contado esta gente maravillosa. Y la Piedna y yo queremos que nos opere Raúl, que nos cuide Dani, que nos atienda Eva, que sea Natalia la que nos cambie el gotero o nos ponga la vía, que sea Cristina (alumna) la que nos tome la tensión; porque saben hacerlo, porque les gusta cuidar de los demás. A pesar de sus mercaderes, doña Aguirre, que a estos chicos les tienen agarrados por la garganta. Y el liberalismo que usted dice, al contrario que Dios, aprieta pero no suelta.
¿No lo cree? Puede comprobarlo cuando quiera, doña. Es fácil. Yo le digo dónde está la rampa del párking en la que tiene que resbalar. Usted se rompe la pierna, la ingresan aquí y en diez días se dará cuenta de que lo que necesita es que la traten como a una paciente, no como a una cliente ni como a un sujeto pagano con código de barras. Y verá con sus propios ojos que la sanidad no tiene por qué dar beneficios a los mercaderes. Entenderá que la salud no es un negocio. Es un derecho. Coño.