Opinión

Colorín colorado

El secretario general de Junts per Catalunya, Jordi Turull, sostiene, amenazante, que si el PSOE no negocia con ellos un imposible referéndum de autodeterminación en Cataluña, “colorín colorado”, es decir, que la pr

  • Jordi Turull y Carles Puigdemont.

El secretario general de Junts per Catalunya, Jordi Turull, sostiene, amenazante, que si el PSOE no negocia con ellos un imposible referéndum de autodeterminación en Cataluña, “colorín colorado”, es decir, que la pretendida legislatura de cuatro años que quiere Pedro Sánchez, se habrá acabado antes siquiera de echar a andar este enero.

Personalmente no lo creo, porque a la Ley de Amnistía le queda mucho trámite todavía antes de ejercer el efecto taumatúrgico de traer de vuelta limpio de polvo y paja al huido Carles Puigdemont, algo que difícilmente sucederá antes de 2025. Pero lo importante no es la amenaza en sí, lo importante es el tono empleado por Turull en tanto los sondeos confirman que resulta performativo de cómo la opinión pública está percibiendo la relación de Sánchez con el independentismo catalán: O cede en todas y cada una de sus pretensiones o ya puede empezar a hacer las maletas.

El presidente y, en general, todos los miembros del Gobierno de coalición PSOE/Sumar están persuadidos de que esta suerte de chantaje por parte de los siete diputados de Junts es solo una estrategia negociadora coyuntural, sin más; una estrategia no dirigida tanto a debilitar a Sánchez y a Yolanda Díaz como a cobrar ventaja electoral frente a su eterno rival, ERC, de cara a los comicios autonómicos en Cataluña a final de año. Y puede que tengan razón… pero no aliviará el principal problema que tienen.

El problema de Sánchez no es que Puigdemont vaya de farol; el problema es que, para ser creíble, en algún momento tendrá que cumplir alguna de sus sucesivas amenazas si no quiere verse superado por una ERC que hoy gobierna la Generalitat y no dudará en usar todo ese poder para que Junts no retorne a la Plaza de San Jaime

El problema del inquilino de La Moncloa no es que Carles Puigdemont vaya de farol; el problema es que, para ser creíble, en algún momento tendrá que cumplir alguna de las sucesivas amenazas si no quiere verse superado por una ERC que hoy gobierna la Generalitat y no dudará en usar todo ese poder para anular sus posibilidades de volver al barcelonés Palacio de Jaume. Así de simple.

Y si al ruido que produce la competencia entre independentistas catalanes se le une otro, peor aún si cabe en tanto que afecta al núcleo más a la izquierda del gabinete, el ruido que ahora mismo domina la no relación entre Sumar y Podemos/Yolanda Díaz y Pablo Iglesias tanto monta monta tanto, el panorama podría acabar siendo desolador para el PSOE en tan solo unos meses.

Sin ir más lejos, si para convalidar tres decretos que únicamente contenían indexaciones de pensiones y de subsidios, además de transposiciones de legislación europea, en definitiva, temas de trámite -por más que la decisión de La Moncloa de incluirlas todas en la técnica del decreto ómnibus haya sido un error-, ¿Qué podemos esperar en la inminente negociación presupuestaria?

Visto lo visto, ¿qué presupuesto va a poder aprobar Pedro Sánchez, el de ese Podemos impugnador de todo lo que huela a Sumar o el de Junts y el PNV, fuertemente condicionados por la CEOE de Antonio Garamendi por la vía interpuesta de las patronales vasca, Confebask, y catalana, Fomento del Trabajo?

Visto lo visto, insisto, ¿Qué presupuesto va a poder aprobar Pedro Sánchez allá por marzo, el de ese Podemos impugnador de todos y de todo lo que huela a Sumar o el presupuesto que estén dispuesto a votar Junts y el PNV, fuertemente condicionados por la CEOE de Antonio Garamendi por la vía interpuesta de las patronales vasca, Confebask, y catalana, Fomento del Trabajo?

A diferencia de lo que ocurrió durante toda la pasada legislatura, en la cual los socialistas siempre tuvieron a el comodín de Ciudadanos para esquivar el NO de ERC y Bildu a algunos de sus proyectos -léase reforma laboral-, esa opción se esfumó el pasado 23 de julio. Como dice el lendakari, Íñigo Urkullu, “Sánchez necesita todos los votos todo el tiempo”. Y Puigdemont lo sabe.

Por eso, esta inconfundible sensación de fragilidad política que nos rodea desde la delirante negociación de los decretos, el jueves pasado, la cual, según parece, ha llegado para quedarse. No había más que ver este martes la incomodidad del secretario de Organización, Santos Cerdán, ante las decenas de periodistas que le esperaban en el Congreso cuando llegaba para reunirse con Jordi Turull.

La satisfacción de Turull

Y el consiguiente gesto de satisfacción de la mano derecha de Puigdemont viendo cómo Junts ha logrado devolver al primer plano el pretendido derecho de autodeterminación de Cataluña; esta vez para disgusto no solo de los socialistas, también de ERC y del presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, que ven que cómo su eterno rival les vuelve a robar la cartera discursiva.

Como dijo Óscar Wilde hace siglo y medio: “Hay sólo una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti”… Sobre todo si te juegas el ser o no ser en las urnas catalanas dentro de menos de un año.

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