La canción, que es fea como un demonio, salió no se sabe de dónde hace ahora muy poco más de doscientos años. No hacía aún cuarenta (a la muerte de Carlos III) que los españoles se habían dividido en dos bandos irreconciliables; división que, en lo esencial, dura hasta hoy. En esa división las dos partes han tenido muchos nombres. Entonces se llamaban mutuamente “liberales” y “serviles”, insultos ambos que señalaban a quienes tenían sus ilusiones puestas en la primera Constitución de la historia de España (la de 1812, la famosa “Pepa”; esos eran liberales) y a los que pretendían mantener la monarquía absoluta de Fernando VII, y que preferían la Inquisición a la Constitución: esos eran los “serviles” o “servilones”.
En 1820, el general liberal Rafael del Riego se sublevó en Cabezas de San Juan y algunos meses después entró en Madrid. El rey Fernando VII tuvo que “tragarse” la Constitución de 1812, que volvió a estar vigente, y los liberales inventaron aquella simpleza de canción que dedicaron a sus enemigos, porque ya entonces eran enemigos y no adversarios: “Tú que no quieres lo que queremos, / la ley preciosa do está el bien nuestro, / ¡trágala, trágala, trágala, perro!”. La expresión hizo fortuna: desde entonces, un trágala es “un hecho por el que se obliga a alguien a aceptar o soportar algo a la fuerza”. Eso dice el diccionario.
Acabamos de contemplar, estoy convencido de que muchos con palomitas y cocacola, lo que a mí me parece un doble trágala. Vuelve a haber en España un partido grande, que está en el gobierno y que defiende la Constitución (al menos eso dice; otra cosa es que lo haga) y otro, mucho más pequeño, que la desprecia, la detesta y se ríe de ella, lo mismo que hacen con la nación española entera: Junts x Cat, el partido de Puigdemont.
Dos palabras sobre el personaje. Nadie pensó jamás, pero jamás, que este hombre pudiese estar donde ahora está. Cuando Artur Mas tuvo que dejar la presidencia de la Generalitat catalana tomó la sabia precaución de poner en su lugar a alguien más tonto que él, pensando sin duda que un día u otro eso le facilitaría recuperar la vara de mando y aquí no ha pasado nada (por lo mismo, cuando Puigdemont decidió huir escondido en el maletero de un coche dejó como encargao a Quim Torra; es el mismo fenómeno). Pero el “suplente” se creció, sin duda impulsado por acontecimientos que él no podía ni prever ni controlar.
Refugiado en Waterloo desde hace años, su carácter se ha “napoleonizado” y se siente capaz de todo. Es un error en el que a veces caen aquellos que, sin esperarlo ni merecerlo, se ven agraciados con el gordo de la lotería
Una inaudita, irrepetible aritmética parlamentaria, que pareciera inventada por Maquiavelo o por John Kennedy Toole (el autor de La conjura de los necios), ha colocado en el centro mismo del tablero político español, con un poder desmesurado, a este hombre vanidoso, no demasiado inteligente ni preparado, propenso a mecerse y a sonreír con el humo del incienso que le proporcionan los suyos, y que tiene una obsesión: pasar a la historia entre los grandes, como el prócer que logró por primera vez la independencia de Cataluña. Para ello está dispuesto a cualquier cosa. Repito: a cualquier cosa. Refugiado en Waterloo desde hace años, su carácter se ha “napoleonizado” y se siente capaz de todo. Es un error en el que a veces caen aquellos que, sin esperarlo ni merecerlo, se ven agraciados con el gordo de la lotería.
Lo que ha hecho desde el principio, y lo que sigue haciendo, es someter al gobierno al que presuntamente sostiene a una sucesión de “trágalas, perro” que parecen sacados de la canción aquella de cuando el Trienio liberal. El perro es, obviamente, el perro Sanxe, cuál va a ser si no. O me das lo que te pido, todo lo que te pido y sea lo que sea, o te quito mis votos y te vas al hermoso pueblo de Santo Tomás Porsaco. La amnistía, que va contra la ley pero ya te encargarás tú de hacer que no lo parezca. La condonación de la gigantesca deuda, que pagaréis entre todos los ciudadanos del Estado opresor. El control de los jueces, esos cabrones que nos odian porque somos catalanes. El cambio de las leyes que rigen para todos y que ahora nos favorecerán solo a nosotros. Lo que haga falta. Ahora, para sacar adelante esos decretos que pretendes aprobar, nos vas a dar el control total de la inmigración (lo cual supone poner en manos de un gobierno autonómico la gestión de las fronteras), vas a eliminar algunas pejigueras que podrían retrasar la amnistía o ponerla en manos de la Justicia europea…. Ah, y prepárate para sancionar a los miles de empresas que cometieron delito de apostasía, abjuraron de la verdadera fe patriótica y se largaron de Cataluña cuando montamos aquello del procès. Trágala, perro.
Se le calentó la cabeza, confió en su legendaria baraka y decidió hacer lo que un día u otro, seguramente no tardando, tendrá que hacer de nuevo: disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones
Pero cuidado. Puigdemont, convertido desde hace tiempo en un trasunto del general Boulanger (uno de los protomártires del populismo, que también quiso dar un golpe de Estado y también se exilió en Bélgica), parece no darse cuenta de que este trágala es de dos direcciones. Subestima una de las más peligrosas cualidades de Sánchez, que es la temeridad. El arrojo. La propensión al arrebato.
Si los tres decretos de anteayer, tan importantes para el bienestar de los ciudadanos, se hubiesen ido por el sumidero gracias al trágala puigdemontesco, no es en absoluto imposible que a Sánchez le hubiese entrado un sofocón semejante al que le entró cuando el PSOE fue clamorosamente derrotado en las elecciones municipales y autonómicas de mayo pasado. Se le calentó la cabeza, confió en su legendaria baraka y decidió hacer lo que un día u otro, seguramente no tardando, tendrá que hacer de nuevo: disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. Entonces le salió bien. O casi bien. Sánchez siempre confía en su buena estrella. Había un consejo de ministros urgente preparado para el caso de que los tres decretos se estrellasen. ¿Para qué?
¿Qué sucedería en ese caso? Pues hay muchas cosas que podrían ocurrir o no, pero una es completamente segura: Puigdemont no volvería a ser el árbitro de la política española. Los números cambiarían más o menos (yo creo que cambiarían bastante), pero la lotería jamás toca dos veces en el mismo número y el prócer ungido por Sant Jordi y Nuestra Señora de Montserrat para lograr la independencia de Cataluña volvería sin remedio a la irrelevancia de la que jamás debió salir.
Ese es el otro trágala: como te empeñes en ser la mosca cojonera de mi gobierno más allá de lo teatralmente razonable, Carlitos, guapo, te convoco elecciones generales. Yo podré ganar o perder, y seguramente ganaré, porque gano siempre; pero el que sin la menor duda se irá de vacaciones perpetuas al pueblo de Santo Tomás Porsaco serás tú. Con tu amnistía, la deuda reverdecida y la madre que a todos los alumbró. Así que mira bien lo que haces con los trágalas, que son armas que cortan mucho… por los dos filos.
¿Hasta cuándo vamos a estar así, se preguntaba el otro día Gabriel Sánchez? Pues yo creo que no mucho tiempo. No se puede gobernar a base de trágalas y bajo la constante amenaza del chantaje. No hay país que lo resista.
Otra cosa es que a toda esta gente le importe de verdad el país. Al menos tanto como el mundo ficticio e impermeable en el que ellos viven.