Análisis

Rajoy y los minutos de la basura

Para Rajoy, que quiere gobernar a toda costa, y no se sabe realmente para qué, Thatcher sería hoy una irresponsable; peor aún, una antisistema, una revolucionaria.

Escribía Margaret Thatcher, a propósito de lo sucedido en un año crucial para Gran Bretaña como fue 1982: “La oposición se hallaba dividida entre los laboristas y la nueva "Alianza" del Partido Liberal y el Socialdemócrata. […] la Alianza ya había alcanzado su tope de apoyo y nunca pudo recuperar la atmósfera exultante de finales de 1981, cuando estaba a la cabeza de las encuestas y sus partidarios afirmaban que realmente habían "roto el molde" de la política bipartidista británica. El caso es que si hay algo que no consiguen esos partidos que buscan un camino intermedio entre la izquierda y la derecha, son ideas nuevas e iniciativas radicales.”

Y añadía: “Éramos nosotros los que rompíamos moldes, y el molde eran ellos. […] En cuanto al Partido Laborista, mantuvo un giro aparentemente inexorable hacia la izquierda. […] defendía unas políticas […] que no sólo eran catastróficamente inapropiadas para Gran Bretaña sino que además constituían un paraguas bajo el que podían ampararse siniestros revolucionarios deseosos de destruir las instituciones del Estado y los valores de la sociedad.

Ciudadanos se ha quedado en ese camino intermedio, incapaz de encontrar una identidad. Mientras que Podemos, más que nuevas ideas, propone profundizar al máximo en las soluciones viejas

Comparaciones odiosas

Las comparaciones son odiosas, es verdad, y además, en el caso de España y Gran Bretaña, inapropiadas. Sin embargo, hay paralelismos que son insoslayables. Y aunque se trate de tiempos y lugares tan distintos, se advierten en el horizonte español amenazas demasiado parecidas a las que abordó en su día la Gran Bretaña; también, a priori, el reparto de fuerzas e invenciones partidistas resultan sorprendentemente coincidentes.

Imposible no asociar con esa “Alianza” a la que se refería la “dama de hierro”, a los nuevos partidos, especialmente a Ciudadanos, y en menor grado Podemos, que hasta ayer mismo, se suponía, iban a poner punto y final a un bipartidismo que en España se reparte la tarta desde hace décadas. Una profecía que no se ha cumplido. El bipartidismo se ha fragmentado, cierto, pero subsisten intactos los bloques que lo arman. Y, en la práctica, las alternativas son las mismas. Si acaso, con matices. Es evidente que ha faltado el ingrediente fundamental: nuevas ideas con las que “romper el molde”. Ciudadanos se ha quedado en ese camino intermedio, incapaz de encontrar una identidad. Mientras que Podemos, más que nuevas ideas, propone profundizar al máximo en las soluciones viejas. Por lo demás, las rigideces del modelo se mantienen.

También es inevitable identificar, aunque por contraste, al Partido Popular. Nada que ver con el Partido Conservador que, en los peores momentos, fue capaz de armar Margaret Thatcher; Rajoy está las antípodas de esa revolución valiente, planificada hasta el último detalle que tuvo los ovarios de acometer la hija de un tendero. La cuestión no es estar de acuerdo con las políticas de la “dama de hierro”, sino admirar su determinación, coraje, inteligencia… y honestidad. Es ahí donde la comparación con Mariano Rajoy se hace insoportable.

Del PSOE de un tal Sánchez, poco que decir salvo que debió desaparecer antes que este PP sin ideas ni principios. En cuanto a Pablo Iglesias, otro pusilánime, también en las antípodas de Michael Foot, líder del Partido Laborista en aquel entonces; un hombre culto y con principios que jamás disimuló su ideología ni se cubrió con la piel de cordero de la socialdemocracia. Y qué decir de un Rivera en plenas rebajas de sus propuestas reformistas. Para este viaje no hacían falta alforjas, querido Albert.

De los padres de la patria no nos queda ya ni ese regalo envenenado que llamaron “consenso”

En definitiva, quienes no son siquiera capaces de ponerse de acuerdo para formar un gobierno de circunstancias, apto al menos para la chapuza, para el chanchullo habitual, lo son mucho menos para acometer las reformas que nuestro país necesita. Deben abandonar inmediatamente la política y probar a hacer algo productivo. Necesitamos panaderos, fontaneros, electricistas, mecánicos, informáticos, ingenieros, maestros, abogados, empresarios… y muchos, muchos, muchos contribuyentes netos.

Punto de ruptura

A cuenta de la investidura, nos tragamos todos los días los mismos discursos vacíos, las mismas apelaciones a la corrección política y al pensamiento único. Como castigo extra, sufrimos la información que proviene de este circo de cuatro pistas, una información para consumo interno, dirigida a una España política que es la que en realidad vive con el corazón en un puño, pendiente del gran enigma: el reparto de la tarta. De fondo, se habla de la fiscalidad, las pensiones, la educación y la territorialidad. Materias que, a merced de grupos tan celosos de sus propios intereses y sin unas reglas del juego iguales para todos, están condenadas al chanchullo, la componenda, la chapuza; en definitiva, al eterno retorno como problema. Para remate, hay quien saca pecho y reivindica el espíritu de la Transición, lo que quiera que eso signifique, cuando de los padres de la patria no nos queda ya ni ese regalo envenenado que llamaron “consenso”.

Estamos, sin duda, en un punto de ruptura que demanda altruismo, valentía e inteligencia. Pero nadie, en la política o en la prensa, quiere decirlo porque hacerlo tiene un precio elevado. Por eso vivimos instalados en la anormalidad, fingiendo que así es la política, la democracia, el juego parlamentario… Pero no es cierto.

La certidumbre en las reglas del juego es lo más importante. Por eso, la inconsistencia temporal que nos regalan los políticos acarrea millones de catástrofes personales

De tanto apelar a lo urgente, para luego mirarse el ombligo, nuestros políticos han olvidado que hay un derecho que está por encima de esos otros colectivos que parecen servir sólo para capturar votos, y es que el individuo pueda llevar a cabo, por todos los medios lícitos, su propio proyecto vital. Ese es, después de todo, el sentido de la vida para la inmensa mayoría de las personas. Quienes aspiren a algo más elevado, más sublime, están las religiones. Pero para el resto, la certidumbre en las reglas del juego es lo más importante. Por eso, la inconsistencia temporal que nos regalan los políticos acarrea millones de catástrofes personales. ¿Cómo planificar el futuro si tanto los impuestos que pagamos como la legislación tributaria, cambian todos los años? ¿Cómo formar a los jóvenes si el modelo educativo cambia con el signo de los gobiernos? ¿Cómo asegurar la vejez si, por un lado, nos impiden ahorrar y, por otro, nuestras cotizaciones las administran irresponsables y cleptómanos? Y en cuanto a la cuestión territorial, ¿cómo va a prosperar un país si las oligarquías locales tienen bula para hacer de cada provincia una taifa? Nada de eso cambiará con una supuesta investidura de Rajoy.     

No es una negociación de investidura, es otra cosa

Dicen que administrar rapapolvos sin contemplaciones es ponerse exquisito, que hay que bajar el pistón, ser constructivo y animar a este atajo de inanes a que hagan algo de provecho. Sin embargo, la historia nos enseña que, cuando quien puede no hace lo que debe porque no le da la real gana, de nada sirve el voluntarismo de los demás. Hay que llamar a las cosas por su nombre, poner a los líderes de los partidos y a sus respectivas camarillas frente al espejo; también al establishment, que ha terminado atrapado en su propio cepo. En definitiva, hay que denunciar sin paños calientes la tomadura de pelo de estos últimos siete meses, y si me apuran, de estas últimas décadas, donde todo se ha dejado pudrir. Ese es, con diferencia, el mejor servicio que se puede prestar a la sociedad. Y para eso estamos… o deberíamos estar.

Hay ocasiones en las que una sociedad necesita arriesgarse a un cambio radical capaz de romper con las poderosas inercias

Pero volvamos a la odiosa comparación. Margaret Thatcher, gustara o no, tenía una clara visión de cómo transformar el Reino Unido. Y hay ocasiones en las que una sociedad necesita arriesgarse a un cambio radical capaz de romper con las poderosas inercias. Ese fue el mandato de los votantes británicos. Y ella cumplió sin medianías. Es más, quienes vinieron después, conservadores o laboristas, han mantenido sus reformas (imagine, querido lector, algo así en España). Para Rajoy, que quiere gobernar a toda costa, y no se sabe realmente para qué, Thatcher sería hoy una irresponsable, enemiga de la “gente normal”; peor aún, una antisistema, una revolucionaria. Sin embargo, lo cierto es que hoy Gran Bretaña tiene un eximio 5% de paro; es decir, roza el pleno empleo. Llámenlo romanticismo, pero ya quisiéramos aquí una cifra similar.

Por supuesto que las comparaciones son odiosas. Peor aún, son incómodas, inconvenientes, dolorosas y vergonzantes. Pero necesarias para demostrar que la política y la falsa prudencia son cosas muy distintas. Dicho con otras palabras: esto no es una negociación de investidura sino los minutos de la basura de lo que hasta ayer, mal que bien, pudo valer.

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