Opinión

Los endoscopistas trabajan a destajo con la generación infeliz... y la prensa edulcora la pobreza

No hay mes en el que no le ocurra a alguien cercano, de los que todavía no peinan canas, ni lloran a padres ni a hijos. Le aparecen de repente los dolores de estómago, las indigestiones y los vómitos diarios, como si el cuerpo luchara si

  • La prensa edulcora la pobreza -

No hay mes en el que no le ocurra a alguien cercano, de los que todavía no peinan canas, ni lloran a padres ni a hijos. Le aparecen de repente los dolores de estómago, las indigestiones y los vómitos diarios, como si el cuerpo luchara sin tregua para expulsar algo nocivo. El sufridor piensa en un cáncer. En un tumor intestinal o en un síndrome extraño que le destruye poco a poco. A partir de ahí, empieza un peregrinaje por los centros médicos para hacer la prueba del aliento, las de las intolerancias y las que requieren exploraciones con tubos. Los endoscopistas trabajan a destajo para certificar que ese joven profesional sufre estrés y ansiedad, contra los que el organismo reacciona de forma muy fuerte, como si estuviera afectado por un problema mucho mayor.

El muchacho que vuelve de la consulta del médico con expresión preocupada y enciende el televisor podrá ver a Íñigo Errejón o a Yolanda Díaz hablar de la necesidad de establecer la jornada de 37 horas semanales o de reforzar la atención sobre la salud mental en la sanidad pública. Hablarán de parches sin referirse al origen de los problemas porque de ese modo serán más efectivos los medicamentos sociales que prescriban. Se gana más votos hablando de psicólogos, de Interrail gratuito y de bonos culturales de 400 euros que explicando las verdaderas causas de la ansiedad, del insomnio y de ese dolor de estómago que aparece una hora después de cada comida y convierte los siguientes noventa minutos en una experiencia insoportable. O de las taquicardias. O de esas náuseas de ansiedad con las que parece que el corazón se va a salir por la boca.

Hay quien se ahoga en un vaso de agua, pero también hay quien puede llegar a pensar que los sueños de prosperidad y progreso que le vendieron fueron una auténtica estafa, al igual que lo es el mantra de que quien cotice actualmente, a sus 30 años, cobrará una pensión digna cuando se jubile. A lo mejor, los más crédulos escucharon la frase que pronunció hace una semana José Luis Rodríguez Zapatero, que afirmaba que “España vive en el mejor momento económico y social de su historia” y se pensaron que largas penas les aguardan en el horizonte si este es el punto más alto que se puede alcanzar.

Porque en la España campeona que vende el PSOE -Pedro Sánchez la situó hace unos días “a la cabeza de Europa” en lo económico- hay problemas de salud mental derivados de dos líquidos viscosos que son muy difíciles de deglutir. Son la angustia y la desesperanza, que son normales en quienes se acercan a la muerte, pero que quizás no deberían serlo en quienes ni siquiera han llegado a la mitad de la vida. No debe ser casual que los suicidios hayan aumentado un 15% en España desde 2008. Tampoco lo es que las patologías sociales y mentales aumenten en un siglo en el que la clase media ha caído en 8 puntos porcentuales (2000 – 2020, según la Universidad de Alcalá). El feminismo y otras corrientes woke celebran que la sociedad es cada vez más igualitaria y en realidad tienen razón: estamos cerca de eso. De que todos estén igual de descontentos.

Porque... ¿quién puede ser optimista o considerarse afortunado en estos tiempos? Por poner un ejemplo, los alquileres han aumentado el 61% su precio en Madrid durante los últimos 10 años (Fotocasa), mientras que el sueldo medio tan sólo lo haya hecho el 10% (INE). Si la actividad se resiente en varias provincias españolas y las oportunidades se concentran cada vez más en la próspera capital, en la que los sueldos no son para tirar cohetes... hay quien llegará por aquí con la certeza de que sólo podrá sobrevivir, lo que implica compartir un apartamento con 2 ó 3 personas y renunciar a la intimidad necesaria para que el amor adquiera un ingrediente familiar. “Puerta del Ángel se transforma en el Brooklyn madrileño”, mientras “Tetuán atrae cada vez más a las clases altas”, leía el otro día en dos periódicos. Vendían aquellos enunciados como algo positivo.

La prensa que edulcora la pobreza

Ahí está la clave, en esa desfachatez. En esa ruindad interesada de la prensa que prefiere echar una mano a sus anunciantes a contar la verdad. Eso genera bochorno y ganas de huir. Porque no sólo se niega la evidencia o se citan ejemplos de tiempos pasados para quitar crédito a quienes viven peor que sus padres, pero lo harán mejor que sus hijos. No sólo es eso. Es que también la prensa intenta reírse en su casa haciendo ver que resignarse a ser más pobre de lo esperado es algo positivo. Resiliente, sostenible y hasta cool.

Los medios han optado por la idiocia en lugar de por el análisis objetivo de los acontecimientos, así que se esfuerzan cada día por edulcorar las nuevas formas de pobreza

Los medios han optado por la idiocia en lugar de por el análisis objetivo de los acontecimientos, así que se esfuerzan cada día por edulcorar las nuevas formas de pobreza. El co-living, el car-sharing o el acudir a lavanderías cool por no disponer de espacio para la lavadora. Los portales de compra-venta de segunda mano, las tiendas Humana y demás sucedáneos se venden como formas de lograr sociedades sostenibles. Renunciar a comer carne equivale a modernidad. Y viajar en avión en lugar de disfrutar de las ciudades cercanas, a algo carca e insolidario. La sociedad decae y la propaganda -que está presente hasta en los anuncios de viviendas- intenta transmitir que todo está mejor que nunca. Nada más lejos de la realidad.

Lo peor es que en los lugares cuyo PIB cada vez representa un porcentaje más pequeño del global hay quien comienza a temer por perder lo suyo y pone piedras en el ascensor social. Los sistemas clientelares se defienden cuando los recursos escasean y sus miembros se agrupan de la misma forma que las tropas romanas en los cómics de Astérix: escudos arriba, abajo, a izquierda y a derecha para que nadie toque a nadie. Sus territorios se convierten en impermeables y nada ni nadie puede pasar por allí. La meritocracia se elimina y eso da lugar a castas y sistemas que a Zapatero le deben parecer bien, dado que los defendió, como es el caso del chavista. En realidad, allí nadie puede aspirar a más que a un mendrugo de pan y a una caja de leche en polvo si no forma parte del entramado político y social. Si es así, incluso siendo militar y analfabeto puede llegar a dirigir una facultad. Que pregunten en Caracas.

Está lejos todavía España de ese punto, pero la prensa más comprometida con el peronismo sanchista la sitúa a 1 millón de kilómetros de distancia, cuando la cercanía es mucho mayor. Se trata de romantizar la decadencia, de hablar de sostenibilidad para aceptar las carencias y de aceptar la fábula de la zorra y las uvas porque, en realidad, quien no tiene nada también puede llegar a ser feliz. Si acaso, se aborda el debate sobre la salud mental y se reclaman más psicólogos en el sistema público, como si las charlas de una hora semanal con un especialista sirvieran para solucionar todo lo demás.

Así que cuando cualquier esforzado joven reflexiona sobre su vida y ve el futuro nebuloso y el presente, atribulado, es normal que termine en la camilla de una sala de un centro de salud con un tubo metido por su boca o por su culo, cerciorándose de que las indigestiones que ha tenido últimamente no se deben a un cáncer rampante, sino al estrés, a la insatisfacción y a todas sus consecuencias. Y no hay mes en el que un amigo o un conocido no haga referencia a la prueba del aliento o al endoscopio que se acaba de zampar... por ansiedad.

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