Todos sabíamos que esta legislatura, recién comenzada, va a ser deprimente.
Las premisas nos lo indicaban, con las sombrías alianzas tejidas por el Sr. Sánchez con aquéllos que no utilizan la palabra España y desdeñan la Constitución; con la amnistía como señal de privilegio innoble que unos políticos se otorgan a sí mismos mediante la fuerza de sus propios votos y el chantaje al conjunto del país. Y, por si fuera poco, el discurso de investidura del presidente Sánchez –quedará como el discurso del muro–, nos lo confirmaba explícitamente.
Pero siempre nos quedaremos cortos, producto de nuestra ignorancia de lo que no sólo no sabemos, sino que se nos niega el derecho a conocer.
El bochornoso suceso en Ginebra del pasado fin de semana nos da buena medida de ello. Una reunión entre Junts y el PSOE de la que únicamente sabemos, a través de un comunicado del propio PSOE el sábado por la tarde que se nombró a un diplomático salvadoreño, Francisco Galindo Vélez (?), como verificador para “alcanzar la solución política y negociada al conflicto”. No se comprende nada de ese comunicado, que se convierte en grotesco: ¿Qué hace el PSOE reunido en Suiza se supone que con un prófugo de la justicia? ¿Qué pinta un diplomático salvadoreño en esa reunión? ¿Qué solución política y negociada a qué conflicto? Es no sólo una humillación para todos los españoles descubrir que los siete votos de Junts justifican tamaña patochada. Es que produce una sensación de deshilachamiento de nuestro orden constitucional. Si lo que afecta al gobierno de la nación, y por tanto a todos los españoles, se decide en el extranjero, con un prófugo de la justicia, y con la mediación de un diplomático salvadoreño, qué nos queda por ver.
Y sin embargo todo estaba en el acuerdo PSOE–Junts hecho público el pasado 9 de noviembre. Para quien no lo conozca, bastará con que lo busque en Google. Son escasas 1.500 palabras, que caben en tres folios y cuatro líneas, está al alcance de todo el mundo leer ese bodrio que condensa lo más granado del pensamiento reaccionario. Ahí figura: “La metodología de la negociación para dotar al proceso de certidumbre, en la que el mecanismo de acompañamiento, verificación y seguimiento del que se han dotado, desarrollará la negociación entre las partes”. Bueno, ya tenemos verificador, un diplomático salvadoreño. Y la pregunta es elemental: ¿de qué se habló en esa reunión del pasado sábado? No parece que tenga sentido que nadie haya de trasladarse a Suiza para acordar el nombre de un verificador, como no tiene sentido que ese verificador exista. Si se trataba únicamente de designar a esa estrafalaria figura, bien se podía haber hecho por teléfono, o por videoconferencia.
Ese espectáculo lamentable e indigno conduce a pensar que detrás del acuerdo Junts–PSOE o PSOE–Junts de 9 de noviembre existía un protocolo secreto, donde se pactó lo que luego nos irán diciendo debidamente a su antojo
«El “verificador” es como un notario que recuerda a las partes lo que ellos deciden». Lo escribió Iván Redondo este lunes en La Vanguardia. Lo cierto es que no se entiende tanto esfuerzo. Para eso, bastaría con colocar una grabadora, es mucho más fiable, pues a fin de cuentas al terminar la reunión cada parte se lleva una copia de la grabación y ya está. Todo eso es grotesco, de todo punto bochornoso. Es cuando la democracia pasa a lo clandestino, no se da cuenta de nada, no se sabe de qué se habla, todo el mundo permanece en la inopia.
Ese espectáculo lamentable e indigno conduce a pensar que detrás del acuerdo Junts–PSOE o PSOE–Junts de 9 de noviembre existía un protocolo secreto, donde se pactó lo que luego nos irán diciendo debidamente a su antojo. Sí, tantas veces no es lo más importante lo que acuerda y se transmite a la luz pública como lo que permanece, también pactado, en secreto. Recordemos el pacto germano–soviético de 23 de agosto de 1939 suscrito por Von Ribbentrop y Molotov en el Kremlin. Un acuerdo teórico de no agresión –pacto llamado “Tratado de no agresión” entre Alemania y la URSS–, que fue lo que se transmitió a la opinión pública. Pero donde lo más importante era el protocolo secreto que se adjuntaba: aquel en que la URSS acordaba apropiarse de una parte del este de Polonia, de los países bálticos y parte de Finlandia, en la guerra –la Segunda Guerra Mundial–, que empezó la semana siguiente, el 1 de septiembre de 1939, con el ataque de Alemania a Polonia. Y así sucedió exactamente, hasta que la invasión de Alemania a la URSS en junio de 1941 comenzó a variar, afortunadamente, el curso de aquella guerra en favor de los aliados.
Ese protocolo secreto concluía con el siguiente texto: “El contenido del presente documento deberá ser mantenido en estricto secreto por ambas partes signatarias”. Fueron precisos cincuenta años, hasta 1989, en que una URSS ya cercana a la implosión lo dio públicamente a conocer.
¿Referéndum? ¿Concierto económico?
Tranquilos, aquí, por suerte, nadie es Hitler ni Stalin, ni se va a desencadenar ninguna guerra mundial –laus deo–. Pero es útil ese texto para comprender la eficacia de los protocolos secretos, aquello que no está a la luz y que, sin embargo, es la parte sustancial, por más que desconocida, de lo que sale a la luz. Porque la pregunta seguirá siendo: ¿De qué hablaron en Ginebra el pasado sábado? ¿De qué más se hablará en las sucesivas reuniones que se produzcan? Cuando el Sr. Puigdemont anuncia que la amnistía es el primer paso en orden a un fin que no es sino la independencia de Cataluña, es absolutamente necesario que los españoles sepan qué se está negociando. ¿Acaso un referéndum de independencia, un concierto económico?
Y otro tanto sucede con Bildu. ¿De verdad han facilitado sus cinco votos al Sr. Sánchez para “frenar al fascismo” como tan campanudamente manifiestan? O, ¿hay algún pacto que no se ha hecho público y que se refiere a los terroristas presos?
Creo que los socios de Sánchez, impugnadores de primera hora de la Constitución de 1978, ni siquiera imaginaron que ésta podría declinar, por causa de su deshilachamiento. Porque lo que se negocia afecta, por supuesto, al Gobierno de la nación y por ende a todos los españoles. Con esa clandestinidad insoportable con la que se está actuando, es la democracia la que se debilita amargamente.
Este grotesco espectáculo –más propio de las andanzas de Tintín y el General Alcázar, en el espléndido álbum La Oreja Rota de Hergé– manchará la democracia española hasta tanto el presidente del Gobierno sea claro y transparente, y nos cuente de qué van esas conversaciones. Es un espectáculo triste, destructivo y humillante que no merecemos los españoles. Sí, mejor olvidarse de clandestinidades absurdas y puestas en escena extravagantes. No pinta nada el PSOE en esas reuniones suizas en las que la figura del verificador es directamente absurda.
Y a pesar de todo, con la plena confianza de que los españoles nos sobrepondremos a tanto estropicio, en estas fechas ¡Viva la Constitución!