Los hemos visto en el pinar distraídos por el arrullo vespertino de la tórtola pero sin acabar de sacudirnos la inquietante imagen que consagró Martín-Santos en Tiempo de Silencio. La procesionaria, la oruga solidaria que repta de noche y se alimenta al atardecer, avanza aferrada a su predecesora ofreciendo su cola a la siguiente, siempre de abajo arriba, apuntando a la copa. Tal como la golfemia actual trepa por el pino propicio del Poder como un símbolo inigualable de la amnesia que borra la memoria anterior con cada paso adelante: de Tito Berni a Koldo, de Begoña y el hermano músico al comisionista Aldama, de éste a Ábalos y de Ábalos a Errejón, distraen a la opinión y diluyen (o aplazan, ya veremos) las responsabilidades. Sólo es cuestión de paciencia: cada eslabón del escándalo diluye al que le antecede, aliviando la indignada memoria colectiva. Y Sánchez lo sabe de sobra sin necesidad de que se lo recuerde Tezanos. Como la mancha de la mora que con otra verde se quita, eso es todo.
Ni es verdad que esta descarada jarana no sea más que el efecto óptico de la libertad (no poco condicional) de prensa, ni mucho menos lo es esa pamema de que bajo la dictadura anterior el agio habría sido mayor que en nuestra democracia. Aunque nos cueste admitirlo a muchos, lo cierto es que durante esta última, las corrupciones --incluidas las de su propia familia y las de sus peones más allegados-- eran tasadas con rigor por el propio dictador y no fruto, como hoy, de un zoco espontáneo por completo incontrolado. Hoy Monipodio no se esconde en su fortín arrabalero sino que se exhibe retadoramente en público hasta conseguir en la práctica la normalización que persigue y desconcierta incluso a los jueces.
La amnesia de 'la gente'
Por eso cada día tiene menos sentido la confianza en que el pueblo soberano, tan cuidadosamente neutralizado por el gusano catenario, ponga coto por fin a esta apoteosis de la corrupción. Porque no cabe dudar de que tras Ábalos y Errejón vendrán otras canallerías y negocios nunca vistos para continuar erosionando la perceptiva pública perpetuando la amnesia de eso que el populismo llama “la gente” para distinguirlo de un electorado consciente y responsable.
Y la pregunta es si caerá el sanchismo socavado al fin por sus propias corrupciones o logrará perpetuarse sobre sus propias ruinas. Comentando mi anterior columna sobre el duque de Lerma, me recuerda un historiador de fuste que no fue él el derribado como merecía sino su mano derecha, aquel don Rodrigo Calderón que elevó hasta el patíbulo su honra caballeresca. Sugería mi sabio amigo que después de todo, como Lerma en su tiempo, Sánchez tiene ya en Ábalos su don Rodrigo. No sé, francamente, porque me temo que esta pícara fábula oculte todavía mucha miseria que desvelar.