Opinión

Puigdemont es lo de menos

En este Pequod sin rumbo a la caza de un Sánchez que veranea plácidamente en tierra sólo faltaba ya un grito de guerra a la altura del ridículo empeño: “¡Un fugado de la justicia, un fugado de la justicia!”.

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  • Pedro Sánchez conversa con la presidenta del Gobierno balear, Francina Armengol

En este Pequod sin rumbo a la caza de un Sánchez que veranea plácidamente en tierra sólo faltaba ya un grito de guerra a la altura del ridículo empeño: “¡Un fugado de la justicia, un fugado de la justicia!”.

Resulta que la investidura va a estar en manos de un prófugo, y al parecer esto es lo que debe generar nuestro escándalo homeopático de la semana. Acompañando al plato principal, la guarnición de siempre: es una humillación a todos los españoles, una afrenta democrática o un ultraje a la nación, a elegir. De alguna manera los transmisores de indignación de baja frecuencia consideran que la misma sociedad que no reaccionó a los pactos con un terrorista condenado va a decir que ya basta, que hasta aquí, por la aparición en escena del trivial Puigdemont.

Puigdemont ya da igual, no asusta realmente a nadie, y es normal que sea así. Se podría incluso decir que es el último vestigio de una España sujeta a las leyes. Dio un golpe de Estado, calculó mal y acabó en el maletero de un coche cruzando la frontera para escapar de la cárcel. Lo mínimo que se puede esperar de un tirano malogrado es que mantenga cierto decoro y esté a la altura del espectáculo, y en ese sentido Puigdemont cumplió. Los que no cumplen son los cronistas de nuestro culebrón nacional. Repiten estos días con tono lúgubre que el destino de España depende de un huido, como si lo realmente pernicioso fuera el medio y no el fin.    

Lo relevante de estos días no es que un fugado de la justicia vaya a ser decisivo en la legislatura, sino que la legislatura -y la aplicación de la justicia- seguirá estando en manos del PSOE. Lo relevante no es el fantasma de Puigdemont sobrevolando la investidura, sino la materialidad de una figura política como Armengol presidiendo ya la mesa del Congreso. Lo relevante no es que el PSOE haya negociado la amnistía y el multilingüismo en el Congreso a cambio de los votos de Junts, las famosas “cesiones al independentismo”, sino que esas dos medidas no son algo excepcional. Esas dos medidas son parte de la naturaleza política del socialismo español, igual que la cercanía con Bildu, aunque por alguna razón preferimos seguir instalados en el veranito azul de la sorpresa permanente y la indignación estéril. Sólo así se explica el recurso constante a expresiones como ‘chantaje’, ‘cesiones’ o ‘rehén de los independentistas’ para hablar del PSOE y sus alianzas, con la esperanza de que Sánchez y sus votantes vean la luz y vuelvan al constitucionalismo. Lo que pasa es que Sánchez y sus votantes están comodísimos, y el único bloque Frankenstein que existe en España es precisamente el del constitucionalismo.

El objetivo es echar a Sánchez, decían los profetas de la gestión tranquila. Sánchez es quien está corrompiendo al PSOE, que es bueno por naturaleza. Se equivocaron, claro. Incluso aunque hubieran “echado” a Sánchez, el PSOE seguiría siendo un partido construido para operar sin límites. Armengol, Patxi López, José Zaragoza, los barones habituales enfurruñados pero siempre asintiendo -y asistiendo-, el retorcimiento de la ley, el país de países, la nación de naciones, a ti qué más te da, Otegi hombre de paz, hoy con las víctimas, mañana con Mertxe Aizpurua y de fondo la legión de autómatas con teclado predictivo configurado según la actualización más reciente del partido. 

No es el “alma radical” del PSOE la que ha decidido apoyar la demolición de España de la mano de Junts, ERC y Bildu, porque no hay alas en el PSOE

Hay que decir todas estas cosas sin rencor y sin esperar que el recuento tenga algún efecto. Habitualmente se dicen como apelando a la conciencia del votante socialista centrado, moderado, sensato, pero ese votante es exactamente el que ha elegido y reafirmado todo lo anterior, porque la alternativa a cualquier gobierno de izquierdas es el fascismo. No es el “alma radical” del PSOE la que ha decidido apoyar la demolición de España de la mano de Junts, ERC y Bildu, porque no hay alas en el PSOE. Lo que hay es un solo motor cuidadosamente engrasado. Lo que insufla vida y movimiento al partido es la multitud de voces y votos que al unísono corean “Perro Sanxe”, “Puigdemont a prisión” o “Con Rivera no” al dictado de la necesidad y las circunstancias políticas.

La ley y los límites del poder

El hecho verdaderamente significativo de esta próxima legislatura no será la negociación de la investidura con un fugado de la justicia, sino la consolidación del programa político-filosófico del PSOE y su integración en la naturaleza de nuestras instituciones. El punto central de este programa es su visión sobre la ley y los límites al poder: la ley es algo que debe limitar las vidas y los derechos de quienes no tienen tarjeta red. Dura lex, pero más dura es la sed, podría decir la próxima presidenta del Congreso. Nadie podía irse de copas durante el confinamiento, y efectivamente los socialistas fueron nuestro Odiseo posmoderno.

Nadie está por encima de la ley, decía en 2019 el presidente Sánchez refiriéndose a Puigdemont. Nadie puede declarar un golpe de Estado en España. Y efectivamente, los socios del PSOE serán Odisseu.

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