El pasado domingo se celebraron las elecciones primarias en la República Argentina. En ellas se determinaron los partidos habilitados para presentarse a los comicios nacionales, aquellos que obtuvieron al menos el 1,5 % de los votos, y quedaron perfiladas las candidaturas de cada uno de ellos a través de un procedimiento en el cual todos los ciudadanos con derecho a voto participan en la selección de los candidatos estén o no afiliados a alguna formación partidista. Los resultados han sido demoledores para el peronismo, los peores de su historia, y un éxito rotundo para la oposición de centro derecha que ha logrado alrededor del 60 por 100 de los sufragios.
Si ese panorama no se altera, Argentina puede asistir el próximo 23 de octubre, fecha de las elecciones a la Presidencia y al Congreso, al inicio del ocaso de la larga hegemonía peronista que ha dominado la República austral desde hace casi un siglo. Por añadidura, el escenario es muy distinto al del pasado. Las fuerzas opositoras no plantean una reforma del modelo imperante sino una clara ruptura con él. De Javier Milei a Patricia Bulrich, los dos principales aspirantes a la Presidencia, el centro derecha argentino ha adoptado el ideario liberal frente al estatismo peronista, que ha convertido Argentina en un país tercermundista. Como dijo Churchill: "Esto no es el fin, ni siquiera es el comienzo del final. Pero, posiblemente sea el fin del comienzo."
Cuando el peronismo, sus compañeros de viaje y buena parte de la izquierda internacional acusan -en su estilo habitual- a sus opositores de ser la extrema derecha y otras lindezas conviene recordar que aquél es el único partido gobernante en el mundo que es heredero directo del fascismo, en cuyas fuentes se inspiró su fundador para destilar un producto que resultó una mezcla del fascio en el plano socio-económico y de bonapartismo en el político. Para Perón, el enemigo siempre fue el demoliberalismo; y ese legado ideológico ha persistido y se ha adaptado con una habilidad camaleónica a los vaivenes de la historia a lo largo de casi una centuria.
Uno de cada dos menores de 14 años vive en un hogar con ingresos insuficientes para comprar bienes básicos como alimentos y ropa y afrontar gastos vinculados a vivienda, transporte, educación y salud.
El peronismo nunca aspiró a ser un partido sino a transformarse en un Régimen y lo consiguió. Ha moldeado las instituciones, la economía y la sociedad para someterlas a su control y crear un statu quo con aspiraciones de irreversibilidad mediante el constante ejercicio de un populismo regresivo y autoritario. Esa estrategia sostenida durante décadas ha destruido los cimientos de la prosperidad; ha cuasi eliminado todos los controles institucionales al poder; ha creado un sistema corrupto y clientelar asentado en una creciente dependencia anestésica de los individuos hacia el Estado. La Administración Fernández-Kirchner simboliza las consecuencias últimas de ese ideario y de su praxis que cabe sintetizar como La Larga Agonía de la Argentina Peronista descrita por Tulio Halperin Donghi en el ensayo así titulado.
La Argentina clientelar
En la Argentina actual, el 62 por 100 de los ciudadanos reciben transferencias monetarias directas del sector público. El 37,3 por 100 de la población estaba en una situación de pobreza en 2022 y se espera que aquella se eleve al 40 por 100 al cierre de este año. El grupo más castigado son los niños. Uno de cada dos menores de 14 años vive en un hogar con ingresos insuficientes para comprar bienes básicos como alimentos y ropa y afrontar gastos vinculados a vivienda, transporte, educación y salud. En el extremo más vulnerable, el 8,1% de los argentinos está en la indigencia; es decir, sus recursos ni siquiera les alcanzan para comprar comida.
La financiación del gasto público mediante la maquina de imprimir billetes del banco central ha desencadenado una brutal dinámica inflacionaria. En lo que va de año, la M3 ha crecido un 35,9 por 100. De acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), el incremento del nivel general de precios en julio fue del 6,3 por 100 mensual y la inflación interanual ha escalado hasta un espectacular 113,4 por 100; el fantasma de la hiper vuelve a planear sobre una economía que entre 1980 y 2022 registró una tasa media de inflación del 206 por 100 anual.
Argentina es un ejemplo de manual de los estragos causados por el estatismo y la irresponsabilidad macroeconómica. Desde mediados del siglo XIX con la aprobación de la Constitución de 1853 experimento un verdadero milagro económico que la llevó a ser uno de los países más ricos del mundo en las tres primeras décadas del XX. Ello no obedeció a la suerte sino a la existencia y consolidación de un marco institucional de seguridad jurídica, a la apertura financiera y comercial al exterior, a la existencia de mercados libres y a una política macro definida por la estabilidad monetaria y presupuestaria. El peronismo destruyó ese entorno de capitalismo liberal, que empezó a resquebrajarse en la llamada década ominosa (1930-1940), e impuso un sistema que ha permanecido intacto en lo esencial desde 1946.
Si el centro-derecha gana la Presidencia y obtiene una mayoría en el Congreso, como augurarían las primarias, Argentina tendrá una oportunidad, la más clara de los últimos 80 años, para desmantelar el Ogro Filantrópico creado por el peronismo y convertirse en una democracia liberal y en una economía de mercado modernas que la permitan retornar al Primer Mundo. La tarea no es sencilla, la resistencia al cambio será sin duda importante pero todo indica que se ha producido un punto de inflexión en la sociedad argentina, consciente de la insostenibilidad del sistema creado por el peronismo.