Opinión

La ciudad okupasostenible

Ver a este bulímico del Falcon prometer tropecientas mil viviendas, mientras su nueva chacholey rezuma laxitud extrema frente a la okupación, es duro de sobrellevar

  • Un ciclista circula por el carril bici.

-Pero Ángel Luis, ¡¿Otra vez?!

Mariví sale de la cocina limpiándose las manos en el mandil, y mira desolada a su marido que entra en casa echando el bazo.

Ángel Luis le da la bolsa del súper, pliega la bici, la apoya en la pared y se lanza en plancha al sofá, dispuesto a agonizar.

-Mira, Ángel Luis, - prosigue ella – ya está bien de la tontería esta de cronometrarte cada vez que te mando a por algo. Lo de los quince minutos no es literal. Ya no tienes edad. Mira lo que lo de tu padre el otro día... ¡Me tenéis en un sinvivir!

Ángel Luis y Mariví votan Soe, y gracias a su voto viven en el metaverso inmobiliario de la España de Jisperson, del cual, debido a resentimientos atávicos de origen guerracivilista y un externamente inducido pánico a la derecha, son incapaces de escapar.

Traducido al repolludo dialecto de nuestro Prometéitor presidencial, se transforma en “ciudades renaturalizadas, biodiversas, ecosistémicas y ecoconectadas con lo periurbano". (Glorioso)

DE PUERTAS AFUERA…

Su barrio representa el concepto de la “ciudad de los 15 minutos”, sublimación urbanística del objetivo once de la Agenda 2030: “Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”. Se busca “rediseñar las ciudades para que sus habitantes puedan llevar a cabo todas las actividades personales, laborales y de ocio, accediendo a todos los servicios que necesitan, a 15 minutos a pie o en bicicleta, sin necesidad de transporte público o vehículo propio”. Esto, traducido al repolludo dialecto de nuestro Prometéitor presidencial, se transforma en “ciudades renaturalizadas, biodiversas, ecosistémicas y ecoconectadas con lo periurbano". (Glorioso).

Ángel y Mariví tienen todo a mano, salvo caprichos concretos, que están en otros barrios, pero se aguantan. Mariví aborrece la bici (se piñó de pequeña y la costra le duró tres meses), con lo cual los quince minutos se le alargan bastante, y está todo el día con zapato plano, sufriendo porque no es Tkachenko. El vecindario es un arco iris étnico y social, que les reta día a día a fluir y socializar. Como entregados a la causa inclusiva que son, lo gozan.

Como aportación ideológica del goaverno a este paraíso, tenemos el “urbanismo de género”, gracias al cual, Mariví podría, en el hipotético caso de que le entraran ganas, volver sola y beoda a casa, por calles harto luminosas y bautizadas con nombre de mujer a posta; y de ser asaltada, se plantaría en cualquier punto violeta de los cientos que hay, para calmar ansiedades. Para mayor “bienestar” femenino, no la va a piropear ni su padre, porque allá donde hay un muro, hay un cartel pegado, como de Western, que pone: “Prohibido piropear. Razón aquí”, con ese careto tan suyo de la jefa de las jotías, que fulmina libidos.

Aparte de sus innegables beneficios cardiovasculares, básicamente lo que es la ciudad de los 15 minutos, es una unidad urbana perfecta para el acto confinador; el sueño de virólogos, filomenólogos y presidentes varios. (Sin acritud y desde el análisis objetivo).

Por cerrar el tema del padre de Ángel Luis, decir que era forofo del as del pedal Martín Bahamontes, “El Águila de Toledo”, y al igual que su hijo, votante de izquierdas. Gracias a esta última condición, y jubilado ya el hombre, se ha retirado con su mujer a un pueblo que es zona experimental de la “Regla de los 30” de Jisperson, clave para lograr “que los ciudadanos, especialmente en el medio rural, tengan a menos de 30 minutos todos los servicios esenciales: sanidad, educación..." Lo que no aclaró, es si estos 30 minutos eran en bici, en coche, o en Falcon; de ahí que el padre de Ángel Luis, que gusta como él de afrontar retos ciclistas, casi la palma de un infarto cuando tuvo que ir al Leroy más cercano a por un cortacésped, y arrastrarlo de vuelta, subido en un remolque para motos.

DE PUERTAS ADENTRO… (FLASHBACK)

Ángel Luis y Mariví llegan a la inmobiliaria.

Abren la puerta dos piernas interminables, un cinturón ancho que cubre la parte superior de las mismas, y un melenón negro enmarcando una cara de diosa caribeña.

-Buenos días, soy Yésica, su asesora inmobiliaria. Pasen si gustan, -dice el conjunto, con acento colombiano.

Ángel Luis babea con la susodicha y Mariví entra en modo alerta, pero disimula.

A petición de las piernas, toman asiento en una mesa adornada con una orquídea falsa.

Yésica les muestra en el Ipad los planos de la vivienda que les ha sido asignada en el programa “Casas por Votos”, (un rectángulo con un baño y una cocina), y ellos preguntan por el segundo baño, cosa con la que Mariví, viendo el lado bueno del nido vacío, viene soñando.

- ¡Ay, qué pena con ustedes! -dice Yésica ladeando la cabeza.

Que no es posible. Que sólo tienen uno. Y les suelta un rollo acerca del reciclaje de aguas residuales.

La pareja se resigna, pero con bajón.

Siguen preguntando acerca del equipamiento de la cocina (“microondas no. Nuestros expertos no lo recomiendan”) y la calefacción (“no alcanza más de dieciocho grados. Es muy bueno para el cutis”, dice guiñando un ojo a Mariví).

Al tercer “¡Qué pena con ustedes!”, a Ángel Luis, Yésica le empieza a parecer incluso paticorta, y el común bajón ya es gordo.

- ¿Y esta segunda puerta de aquí?, -señala Mariví en la pantalla.

La casa no tiene tabiques porque “hoy en día nunca sabes cuántos quieren compartir dormitorio, dependiendo un poco de cómo se autoperciban”

La comercial se tensa ligeramente y procede a explicar que es la puerta secreta que sólo conoce el propietario para poder okupar su propia vivienda en caso de que se la okupen (“Diosito no lo quiera”), y el okupa salga a buscar provisiones. Al lado de esta puerta hay un mecanismo similar al del torno de convento, para que al propietario reinstalado le pasen sus allegados la comida, y no tenga que volver a abandonar la casa y convertir su vida en una tediosa espiral de reokupaciones.

El matrimonio se mira ojiplático, y se consuelan pensando que, llegado el caso, se turnarían en el avituallamiento.

Tras explicarles finalmente que la casa no tiene tabiques porque “hoy en día nunca sabes cuántos quieren compartir dormitorio, dependiendo un poco de cómo se autoperciban”, y que “ustedes mismos la pueden dividir con unos paneles de bambú que van incluidos”, Yésica los acompaña a la puerta, no sin antes regalarles un ejemplar del Manual de Resistencia de Jisperson, para que lo pongan en la mesita de noche.

Hoy terminamos con un “¡Qué pena con nosotros!”, gobernados por un machomán inmobiliario y su banda, que viven sumidos todos en un permanente orgasmo veintetántrico. Ver a este bulímico del Falcon, por un lado, vendernos una ciudad ecotodo, enferma de viruela morada, y por otro, prometer tropecientas mil viviendas, mientras su nueva chacholey rezuma laxitud extrema frente a la okupación de las mismas, es duro de sobrellevar.

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