Opinión

LetiZia en Pascua

Habla como un robot, se mueve como un robot, respira como un robot, guarda silencios como un robot. No percibo en su tono, en su gesto, ni un ápice de cercanía, de ternura o de nostalgia por una época pasada que no volverá

  • La reina Letizia en su mensaje aniversario Informe Semanal

Suena el título de esta columna a aquellos anuncios que nos abrían la puerta al mundo idílico y polifacético de la muñeca de Mattel más famosa del planeta. Barbie en Hawai, Barbie esquiadora, Barbie exploradora, Barbie en la peluquería. 

LetiZia en Pascua va camino de convertirse en indispensable en estanterías y telediarios del país, cada año por estas fechas. De ahora son, precisamente, aquellas imágenes analizadas hasta el extremo y que dieron la vuelta al globo. Me refiero a la gresca con su suegra a la salida de misa en la catedral de Palma de Mallorca de la que se cumple justo un lustro. Periodista curtida delante de las cámaras, no supo ver aquel 3 de abril de 2018 que tenía de frente demasiados objetivos hambrientos por cazar carroña en una familia real que se descomponía como una res ante un buitre ansioso.

Su voz, su pose, su énfasis, su lectura del prónter, sus manos, sus ojos, sus movimientos, sus pausas, sus palabras, incluso su melena es imperturbable

Aprendió la lección la Reina porque ha vuelto a ser protagonista estos días, sí, aunque en esta ocasión por un video que no deja espacio alguno, ni rendija, a la improvisación. Por sorpresa ha regresado a la tele, a su hábitat, para celebrar el 50 aniversario del programa más longevo de la televisión: Informe semanal. Una felicitación estudiada hasta el último detalle y que acumula ya más de 6 millones de visualizaciones en redes sociales con comentarios -muchos elogiosos- como: “excelencia comunicativa”, “monstruo de la comunicación”, “su dicción, la aspiración de cualquier periodista”, “capacidad comunicativa bestial”. Porque una cosa es indudable e incuestionable, la entrega y la dedicación de Su Majestad con todos y cada uno de los discursos que ha pronunciado -y son unos cuantos- desde que cambió el plató por palacio. 

“¿Cómo están? Me asomo un momento a sus casas en este sábado especial, para hacerles una confesión”. Así comienza esta secuencia que dura 3 minutos y 19 segundos y en la que una Letizia enfundada en traje rojo -el color preferido de los realizadores de televisión- felicita, agradece y desgrana sus recuerdos “de puntillas” en la redacción de un formato periodístico que ha hecho historia. Su locución, perfecta. Su voz, su pose, su énfasis, su lectura del prónter, sus manos, sus ojos, sus movimientos, sus pausas, sus palabras, su intento por acercarse a los mortales desvelando algún que otro secreto de juventud: “Todos queríamos ser reporteros de Informe semanal, no lo conseguí”. Incluso su melena es imperturbable.

No advierto ni un esbozo de sonrisa que consiga escapar de esa máscara que se colocó tras aquella pedida de mano en la que le hizo callar a su futuro esposo y que no se ha vuelto a quitar

Todo es perfecto. Hasta la luz del sol que se cuela a su espalda por el ventanal de su despacho parece elegida a conciencia por los iluminadores con el fin de proporcionarle al vídeo una sensación óptima de calidez. Sin embargo, de tan perfecto, me resulta frío y terriblemente imperfecto. Nada es casual. Ni siquiera los libros que aparecen en la estantería de este rincón de Zarzuela pocas veces abierto al público. Confieso que yo también soy de las que he ampliado la imagen para poder curiosear los títulos y las inquietudes literarias de una reina. Lo mismo que han hecho digitales varios en busca de algún secreto inconfesable en sus blancas e impolutas baldas en las que ni el polvo tiene cabida.

Varias veces he visto la grabación y confieso que no conozco, que no encuentro en ella a doña Letizia sino, más bien, a la presentadora que se quedó anclada en aquel plató de informativos. Habla como un robot, se mueve como un robot, respira como un robot, guarda silencios como un robot. No percibo en su tono, en su gesto, ni un ápice de cercanía, de ternura o de nostalgia por una época pasada que no volverá. No advierto ni un esbozo de sonrisa que consiga escapar de esa máscara que se colocó tras aquella pedida de mano en la que le hizo callar a su futuro esposo y que no se ha vuelto a quitar. Hasta Siri puede sonar más espontánea.

Una corona que pesa demasiado

Y digo todo esto porque he tenido la suerte de tratarla en diferentes coberturas y es una mujer entrañable, pendiente de los detalles, empática, cercana, con ganas incluso -me atrevería a añadir- de estar con la gente de a pie. Pero, quizá es su perfeccionismo, quizá el miedo a la prensa despiadada o a esa corona que pesa demasiado y que, si ladeas la cabeza en un gesto amable, corre el riesgo de caer. Quizá todo eso, separa el Trono de la calle. A veces, no hay nada como hablar de algo tan mundano como una gastroenteritis para normalizar las cosas, para pisar tierra firme. “Todos hemos tenido una gastroenteritis alguna vez, no pasa nada”. Puede que esta frase tan terrenal que pronunció para justificar la ausencia de sus hijas en la visita al pueblo ejemplar de Asturias, puede que esta frase haya sido su mejor discurso de los últimos tiempos.

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