El inglés es la lengua del Gobierno de los Estados Unidos, de las empresas grandes y las chicas y de casi todos los ambientes de la vida cotidiana, pero no es la lengua oficial de la nación, aunque sí la de unos 30 estados. En 1981 los senadores intentaron introducir una enmienda para hacerla oficial, pero el respeto a la libertad superó las restricciones y no se aprobó. Por la misma razón fracasó la segunda iniciativa, la que tuvo lugar en 2006. Ningún poder político obliga, prohíbe, multa ni sanciona a nadie por la lengua que prefieran utilizar los ciudadanos estadounidenses para hablar en casa, en la calle o en los patios de los colegios, para estudiar, para rotular o para cualquier uso. Y aunque el país sea cada vez más más abiertamente multilingüe, la realidad muestra que el inglés preside toda iniciativa.
En el ambiente de la nación de las libertades, y también de las desigualdades, más de 41 millones ciudadanos mayores de cinco años habla español, que es, con diferencia, la segunda lengua del país. Otros seis millones la estudian, y la demanda crece. Alrededor del 50% de los universitarios tiene conocimientos más o menos vivos y el 70% de los estudiantes menores de doce años optan por aprender español en algún momento de la escolarización. El francés y el alemán sobreviven en la enseñanza, es verdad, pero a gran distancia de la demanda de la lengua que nació en Castilla.
Los anglófonos norteamericanos son esencialmente monolingües. Ni siquiera lo necesitan en la mayoría de los estados. Los hispanos, sin embargo, son ambilingües o desean serlo, usan a diario las dos lenguas. Se calcula que los monolingües con insuficientes conocimientos de inglés no llegan al 40%, pero todos ellos desean conocer la lengua de la nación para acceder al tren del progreso. Los hijos de los inmigrantes hispanos son ambilingües, diestros en ambas lenguas. En la tercera generación puede empezar a desaparecer el español como lengua heredada, pero brota de nuevo con el deseo de aprenderlo, pues hablar español, salvo excepciones, se tiene a bien en Estados Unidos.
Más de 40 millones de estadounidenses hablan español e inglés o hablan español y aprenden inglés, ya sea de manera voluntaria, ya como resultado del contacto y convivencia
Sabemos, sin embargo, que no todo es gloria, que son muy pocos quienes desean leer el New York Times en español. Por eso en septiembre de 2019 el periódico retiró su edición hispana. Y hace poco, el Washington Post también cerró sus dos ediciones en la segunda lengua del país. No daremos más ejemplos, pero es sabido que los grandes medios de comunicación han fracasado en sus intentos por captar a los hispanohablantes. ¿Qué está pasando?
Si revisamos los informes, entre ellos The 2020 Hispanic Market Report, sabremos que, solo de manera excepcional, el español se integra en la vida social y cultural de los Estados Unidos. Habría que decir, para ser más exactos, que 41 millones de estadounidenses hablan español e inglés o hablan español y aprenden inglés, ya sea de manera voluntaria, ya como resultado del contacto y convivencia con una lengua que ocupa casi todos los espacios socioculturales y solo se frena en la puerta de los domicilios de las familias hispanohablantes.
Periódicos, televisiones, publicaciones, traducciones y asociaciones llegan a la misma conclusión, la escasa demanda del mercado cultural en español. Univisión emite en español, al igual que Telemundo, y llegaron a niveles de audiencia similares a los canales anglófonos, pues los veían millones de inmigrantes, la mayoría recién llegados, que iban abandonándolos a medida que se integraban en la corriente anglófona. Una asimilación muy parecida ocurrió con periódicos como La Opinión de Los Ángeles, el Nuevo Herald de Miami, El Diario de Nueva York o El Planeta de Boston, que vieron disminuir sus ventas porque sus usuarios se unieron a la lengua que más y mejor cubre su posicionamiento social y económico.
Los anglófonos se muestran generosos con la variedad de acentos de la nación. No es una cuestión de prestigio, sino de herramienta
Los hispanos representan aproximadamente el 20% de la población de EE.UU, que no es poco, pero no siempre hablar español está bien visto. Lo mejor es aprender inglés cuanto antes. Los anglófonos se muestran generosos con la variedad de acentos de la nación. No es una cuestión de prestigio, sino de herramienta. Se trata de comunicarse, no de reivindicar derechos imposibles. Cuanto antes puedan leer, escribir y entender las noticias, mucho mejor. Ser estadounidense facilita más la vida que ser hispanohablante a secas.
Ese desplome acaba con la idea de hacer negocio con las decenas de millones de hispanos porque prefieren abandonar unas veces, y ocultar otras, sus raíces, para ser más norteamericanos. Eso no impide que las tradiciones culinarias se multipliquen en taquerías y también en otros tipos de servicios en fusión cultural, pero no en cuestiones de lengua. El español se queda en casa y si sale a la calle lo hace en familia, el inglés es la lengua viva que colma los rincones sociales y culturales.
Es cierto que existen áreas como Nueva York o Miami en las que la tradicional presencia de puertorriqueños y cubanos respectivamente mantienen un español salpicado de anglicismos. Y también en San Diego, y en partes de Texas y Nuevo México, donde no es tanto una cuestión de cortesía como de exigencia. Casi el 80% de la población de Los Ángeles habla español. Los derechos del español se incluyeron en la primera constitución de California, donde todas las leyes, decretos, reglamentos y disposiciones de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial deben publicarse en inglés y en español.
La situación de convivencia de lenguas no es una excepción, sino la norma. Parecidas limitaciones experimentan miles de lenguas en el mundo. En América, el francés de Canadá es lengua condicionada, pues se puede ser monolingüe de inglés, pero cuesta más serlo de francés. También el náhuatl de México y el quechua de Perú son lenguas condicionadas. Y en Europa el tártaro de Rusia, el siciliano de Italia, el irlandés de Irlanda, el bretón de Francia y el vasco de España, todos ellos tan incapaces de cubrir la comunicación que sus hablantes han de conocer ruso, italiano, inglés, francés y español respectivamente.
Pongamos las cosas en su sitio sin aspavientos ni nacionalismos estúpidos. Las lenguas son lo que son y sirven para lo que sirven. Si se llevan a otros derroteros es porque no podemos evitar las graves heridas en las inteligencias.