En la Ética a Nicómaco, Aristóteles define la virtud como “un hábito electivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, regulado por la recta razón en la forma en la que lo regularía un hombre verdaderamente prudente. Es un medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto”. Para llevar una vida racional, el filósofo griego nos aconseja moderar nuestros deseos y nuestras pasiones, dándoles justa satisfacción. O sea, frente a la cobardía y la temeridad, estaría la valentía; frente al desdén y la adulación, la gentileza. Y así en todo.
Pero Aristóteles deja claro que la virtud siempre está en la esfera del bien. Con respecto a éste, sería el extremo deseable. Por tanto, la virtud nunca se sitúa a medio camino entre el bien y el mal. Siempre se ubica en el plano moral de lo mejor.
Pedro Sánchez ha equiparado recientemente la manifestación de los separatistas en Barcelona durante la cumbre hispano-francesa con la celebrada dos días después en Madrid en defensa de la Constitución y el Estado de derecho. Según el presidente del Gobierno, entre ambos extremos está la posición razonable que él defiende. Esta “virtuosa” equidistancia que pretende vender el Gobierno, y que comprarán muchos ciudadanos ingenuamente, o conscientemente, es una auténtica aberración. El punto medio entre el bien y el mal nunca es la virtud. Ésta solo se encuentra en el lado del bien.
No pueden colocarse en el mismo plano aquellos que pretenden saltarse las reglas de convivencia entre españoles y los que defienden la Constitución aprobada por una abrumadora mayoría de la sociedad española. Sin respeto a las reglas de la democracia, solo hay caos, anarquía, ley del más fuerte.
Pero es sabido que en política la manipulación es una estrategia. En este caso, la equidistancia de Sánchez es un artificio consciente para descalificar a los oponentes y quedar él como el más sensato, el más justo, el más demócrata. A fin de preservar la salud mental de los españoles, deberíamos exigirles a nuestros dirigentes que pasaran por el polígrafo antes de una intervención pública. Podríamos ahorrarnos así el tener que escuchar una retahíla de disparates con la engañosa apariencia de Verdad revelada.
El proceso de socialización del individuo durante la infancia y la adolescencia es decisivo a la hora de interiorizar las normas comunitarias que ayudan a distinguir el bien del mal
No obstante, lo más descorazonador es cuando la práctica de la equidistancia se instala en la sociedad, o en una gran parte de ésta. Mantenerse al margen ante la iniquidad es una muestra de cobardía, de abdicación civil. Acertadamente lo expresó Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz en 1984, que dijo: "Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor."
Una sociedad crítica se construye desde la base. El proceso de socialización del individuo durante la infancia y la adolescencia es decisivo a la hora de interiorizar las normas comunitarias que ayudan a distinguir el bien del mal. Este proceso se apoya en tres pilares básicos: la familia, la escuela y el grupo.
Además, para el pleno desarrollo del sentido moral se necesita empatía. Si pretendemos discernir lo que está bien de lo que está mal, hay que tener la capacidad de ponerse en el lugar de los demás y reconocer lo que es bueno o malo para ellos. Así se entenderían, por ejemplo, la desesperación y la impotencia que sienten las familias cuyos hijos no pueden estudiar en español en Cataluña, que es una parte de España.
Cuenta una antigua leyenda india que un jefe cheroqui explicaba a sus nietos cómo en las personas hay dos lobos: de una parte, el del resentimiento, el abuso, la prepotencia, la mentira y la maldad; de otra, el de la bondad, la alegría, la solidaridad, la misericordia y la esperanza. Terminada la narración, uno de los niños preguntó: “Abuelo, ¿cuál de los lobos crees que ganará?” El abuelo contestó: “El que alimentéis". "En nuestras manos está tomar partido por la causa más justa o practicar la equidistancia".