Apenas queda rastro de luz más allá de la ventana cuando el reloj de mi teléfono marca las 20:05. Escribo esto mientras la radio anuncia que tenemos por delante una de las noches más gélidas del invierno. Me pregunto, por curiosidad, qué hora será en Teherán y si allí sigue lloviendo como imagino. Dice Google que el tiempo es seco y frío en ese país cuando pasan las diez de la noche, pero intuyo que, de alguna forma, el cielo no ha dejado de convulsionar ni un solo día desde la muerte de la joven Mahsa Amini, el pasado septiembre, tras ser detenida por la policía por no cubrir adecuadamente su pelo con el hiyab.
Dicen quienes creen, que Dios está en cada gota que se forma, aunque no sé en qué momento se olvidó de las lágrimas que brotan sin consuelo de los ojos que se adivinan más allá de los metros y metros de tela oscura que cubren por completo a muchas mujeres iraníes.
Las mujeres de Irán siguen manifestándose y jugándose la vida en la batalla que mantienen por su libertad. “Heroínas del 2022”, para la revista Time
Hace unos meses, parecía que a todos nos importaba su futuro roto. Dónde quedan ahora -me pregunto- todos aquellos mechones que me harté de ver en telediarios y redes sociales. Rubios, castaños, rojizos, más gruesos, más finos. Cortados a cámara, con unas tijeras, por actrices como Penélope Cruz, Maribel Verdú y un sinfín de artistas y presentadoras de televisión como si de aquel gesto dependiera su integridad. La revolución del mechón en la que siempre me negué a participar, aunque hubo hasta un periódico que se puso en contacto conmigo para que me grabara un video rasgándome un trozo de la melena. No lo hice. Me pareció que lo que debía ser un símbolo de solidaridad se había convertido en otro ejemplo más de un postureo que me horroriza. En las cosas hay que estar, no solo parecerlo a pesar de que esto resulte imposible en una sociedad obsesionada con el exhibicionismo.
Todos aquellos hilos de cabello estarán ya desintegrados, descompuestos a saber dónde. Recorriendo tuberías infinitas bajo tierra o perdidos entre montañas y montañas de basura en vertederos. Mientras tanto, las mujeres de Irán siguen manifestándose y jugándose la vida en la batalla que mantienen por su libertad. “Heroínas del 2022”, para la revista Time y para todas las personas que las vemos luchar contra ese régimen monstruoso que se ampara en la fe y se erige en líder de una moral capaz de matar por llevar un velo mal puesto y mostrar un pelo de más.
Han sido décadas de una opresión contra la que ahora se sublevan las nuevas generaciones de iraníes agitando sus hiyabs al viento sin temor a represalias
La victoria en 1979 de la Revolución islámica se convirtió en toda una derrota para las mujeres de Irán que vieron cómo, de la noche a la mañana, desaparecían de una sociedad de la que habían formado parte, más o menos activa, hasta entonces. En pleno siglo XXl, viven discriminadas en un país que las silencia, que les obliga por ley a seguir un estricto código de vestimenta, que les repudia si son solteras, que les exige el permiso de un hombre de la familia para poder casarse y el del marido para viajar o aceptar un puesto de trabajo; un país que no les deja acceder a unas 80 carreras universitarias, que no ve bien el maquillaje, que fomenta la separación de sexos, que les prohíbe asistir a un partido de fútbol, que sostiene que enseñar el cabello, la piel del cuello o los tobillos es una provocación; un país en el que los hombres no pueden dar la mano a las mujeres en público, de ahí el comentado desplante, esta semana, del embajador de Irán a la Reina Letizia en la recepción al cuerpo diplomático. Un país que promueve, además, un matrimonio temporal que puede durar apenas minutos y que solo tiene como fin evitar el pecado. Pero, no hay mayor pecado que vivir encerrada en una celda sin haber cometido ningún crimen. Han sido décadas de una opresión contra la que ahora se sublevan las nuevas generaciones de iraníes agitando sus hiyabs al viento sin temor a represalias, sin miedo a la mismísima muerte. Valientes y firmes como molinos en días huracanados.
Recientemente he visto una película en La 2, La vida de los demás, de uno de los directores más aclamados de Irán, Mohammad Rasoulof, encarcelado por mostrar en su cine la represión que existe en su país. Tuvo incluso que inventarse otros nombres y pedir permisos alegando que iba a grabar varios cortometrajes para poder rodar clandestinamente este film. La historia, lenta, pausada, narra varias vidas quebradas por la sangre que derrama ese gobierno dictatorial. Hay un momento en el que una de las protagonistas pronuncia la siguiente frase: “Dicen que la felicidad no necesita razones”. Durante varios minutos trato de masticar estas palabras porque todavía hoy, desgraciadamente, hay lugares en este mundo en los que la felicidad se vende al peso en forma de credos religiosos y necesita demasiados motivos y recovecos para abrirse un hueco.