Opinión

El PSOE siempre gana

Ya no hay efecto Feijóo. La derecha no le pasa ni una a la derecha, al contrario que la izquierda

  • Pedro Sánchez, en el pleno del Congreso. -

Desde hace ya varios años (décadas) existe una devoción inquebrantable hacia una frase tumbativa: “Se nos acabó el amor, es algo irremediable”. De tanto usarlo, añaden algunos. A veces entre risas, otras resignados, como quien comenta que está nevando y nada puede hacer al respecto. Los caminos matrimoñales (con ñ, sí, si no no tiene gracia) son inescrutables, y cada uno recorre el suyo. Pero hay alguna receta que otra universal para intentar evitar ese proceso, deshilachado y progresivo, del desvanecimiento de los primeros furores de la atracción y el romanticismo.

El primero y más efectivo es no emprenderlo. Si no quieren que se les muera el amor no se enamoren. Mano de santo. Si ya están metidos en faena, hay varias cosas que pueden ayudar. Por ejemplo, hacer cosas juntos (empezando por la principal que se le supone a un matrimonio. En teoría, claro. Otra cosa es la práctica, y por eso resulta buen consejo retomar ciertas costumbres para evitar que la práctica venza a la teoría). Más allá de lo obvio, es bueno decidir qué cosas hacer en pareja para cuidar la relación y, de paso, disfrutar un rato.

Una de los asuntos a los que nos dedicamos mi marido y yo últimamente es a jugar a mus. En bucle. Tuve una etapa de enganche total cuando iba a la universidad, y Manuel quiso aprender también. Cometí el error (o el acierto) de enseñarle, y ahora caen varias partidas a la semana (vivir en Navarra facilita el asunto). El mus tiene el encanto de la apuesta, sin la adrenalina del peligro que encarnan juegos similares, como el póker. En este juego de naipes español se envidan tantos (puntos), no dinero. A lo sumo se puede acordar una cierta cantidad de dinero a priori, que se quedará quien gane la partida. Pero los envites (apuestas) que se hacen a lo largo de esta no son monetarios. Así, la única adicción que puede surgir es a la del juego en sí mismo, y no la del riesgo en vistas a ganar dinero. Parece igual, pero no es lo mismo, que diría el castizo. Así pues, mi marido y yo somos adictos a jugar a mus, pero como lo somos a pintar y dibujar cuando los niños se han dormido. Aquí no cabe aquello de “la banca siempre gana”, hacer negocio de una posible adicción. ¿Por qué gana siempre el casino? Evidentemente, de las pérdidas de los jugadores, pero también del porcentaje que se lleva de los que salen victoriosos.

Aplican a sus anchas la ley del embudo: ancho para mí, estrecho para los demás, y nosotros lo tenemos más que asumido, como un extraño síndrome de Estocolmo

¡Qué parecido es el PSOE en esto a un casino! No importa cuántas veces gane la oposición, no importa cómo arruine a los ciudadanos, ellos siempre ganan. Entre otras cosas, y mayoritariamente, porque les dejamos. Aplican a sus anchas la ley del embudo: ancho para mí, estrecho para los demás, y nosotros lo tenemos más que asumido, como un extraño síndrome de Estocolmo de nunca acabar. Feijóo acaba de plantar a Sánchez porque se niega a modificar el delito de sedición con los golpistas, y para el PSOE y sus votantes el PP ha resultado desleal, ilegal y el hombre del saco con gonorrea.

Para los afines al PP, Feijóo les ha decepcionado. Ya no hay efecto Feijóo. La derecha no le pasa ni una a la derecha, al contrario que la izquierda, que sólo le falta decirle a la ciudadanía “¿A quién vais a creer, a nosotros o a vuestros propios ojos? ¿En qué tipo de país vivimos en el que nos parece un horror querer evitar que se pacte con y para los golpistas? ¿Con gente que sistemáticamente vulnera la constitución? ¿Con ex etarras, asesinos? ¡Que acaba de sentenciarse en contra del mayor latrocinio en la historia de la democracia y de lo único que se habla es de si debería indultarse o no a Griñán! Y no sigo con la lista, porque es demasiado larga y tampoco serviría de nada. Empiezo a pensar que lo de la política y la ciudadanía en España resulta irremediable. Me dedicaré a jugar a mus tranquilamente, mientras todo se desmorona, lenta pero irremediablemente.

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