"Ortega Smith se ha deslomado por España levantando este proyecto", ha sentenciado Santiago Abascal, líder todopoderoso de Vox. Ha debido ser por la nación porque en Madrid, ciudad de la que es concejal, ni está ni se le espera.
Las agendas públicas son muy útiles para saber quién se dedica a la representación institucional y quién se acerca a escuchar a los vecinos y tratar de mejorar sus vidas. “Para cócteles e ir a finales de tenis estamos todos”, me decía C., un muy bregado concejal, buen conocedor del metaverso de los jetas.
El diputado en el Congreso y concejal Javier Ortega Smith-Molina se ha reunido poco o nada con los vecinos de la Villa y Corte desde su entronización como jefe de filas municipales de su partido en junio de 2019. Apenas ha menudeado la política municipal que es para lo que se supone que el pueblo de Madrid le ha “contratado”. Ha comparecido entre una y diez ocasiones ante quienes representan a su partido en los distritos. No mucha mayor noticia se tiene del número de reuniones que ha protagonizado con asociaciones culturales, comerciantes, colectivos sociales de cualquier sector o con particulares que tengan algo que decir o transmitir al Ayuntamiento.
Su día a día laboral se ha centrado, principalmente, en reunirse discretamente con sus concejales, se ignora muy bien para qué, y en lo que se denomina “labor de despacho”. A saber
Ortega quizás ignora que representa a los madrileños de a pie y que gran parte de su trabajo consiste en escucharlos para, de ese modo, transmitir sus propuestas o sus protestas al pleno del Consistorio. Su fatigada agenda es de traca porque desde que asumió su actual poltrona, no se ha perdido ningún sarao. Su día a día laboral se ha centrado, principalmente, en reunirse con sus concejales, se ignora muy bien para qué, y en lo que se denomina “labor de despacho”. Un punto que queda a la libre interpretación personal.
Lo de frecuentar ámbitos poco amables o dedicar algo de tiempo a recibir las inquietudes del vecindario no parece lo suyo. Tampoco se muestra muy dispuesto a sentarse con el alcalde y buscar la mejor manera de alcanzar acuerdos que se trasladen luego a los presupuestos. Es la segunda vez que lo hace. El señorito Ortega no quiere negociar porque está enfrascado en ese bucle espantoso del “no es no” que instauró el sanchismo, hace cinco años, y que algunos lo han tomado como su código de conducta
Primero se escabullía alegando que el alcalde cometió “fraude electoral” porque cuatro elementos de Más Madrid formaron su propio grupo. Parecía ignorar que todo fue conforme a la ley. Luego se cerró en banda con el muy polémico Madrid 360, posiblemente el aspecto menos brillante de la gestión de Almeida, y que si el gato está vivo o muerto en la caja. Ahí sigue. Parece imposible sacarle de sus trece. Mente abierta, capacidad de diálogo y de consenso. O más bien, orfandad de proyecto y argumentos.
Como Abascal no es tonto y ha visto que su concejal Ortega no está por lo que se ha de estar, le ha degradado en los estamentos internos de la formación
Martínez-Almeida le solía recordar que estaba fenomenal lo suyo de ser secretario general de un partido y diputado nacional, pero que el concejal Ortega Smith se está olvidando de los madrileños e iba a terminar como candidato autonómico por Castilla-La Mancha. Como Abascal no es tonto y ha visto que su concejal Ortega no está por lo que se ha de estar, le ha degradado en los estamentos internos de teniente de marina a grumete de las barcas de El Retiro. Le ha descabalgado como segundo del partido y le ha lanzado a la aventura imposible de desembarcar al frente de la alcaldía de Madrid, un reto que se adivina inalcanzable.
Es maravilloso que sea el mismo Ortega autoprofeta que, hace nada, proclamaba, mirando a Olona: “Quien no lo entienda, que vaya al Camino de Santiago”. La vida política le brinda la ocasión de comenzar la ruta madrileña que arranca en Cibeles y no se sabe dónde acabará. Si las cosas no van bien, siempre podrá lamentarse junto a su muy fiel compañero Martínez Vidal, quien dejó en su día el PP para irse a un mejor sillón junto a los señores de Vox. La única noticia que de este señor se tiene es que diseñó el logo con la gaviota o el charrán y, hasta el cambio de chaqueta, nunca más se supo.
Sería genial poder preguntarle al señor Ortega Smith y su aire castrense artificial en qué consiste su labor y cuál ha sido su principal aportación a la ciudad. Su respuesta estaría al nivel de aquellos maravillosos 40 segundos de Santiago Abascal en la tertulia de Federico Jiménez Losantos. No se los deseo a nadie. Ese día, el líder de la formación a la derecha de la derecha fue preguntado por el presente y futuro de Macarena Olona. El interrogado no pudo más que contestar: “Manzanas traigo. Riau. Riau”. Se quedó pasmado y más verde que su corbata.
Se pone más pesado con la milicia que aquellos kilos del bloque de hormigón que en 2014 afanó patrióticamente en Gibraltar, gesta que pasó a los anales de nuestra reciente Historia
Ortega Smith ha venido dando la chapa con el tema militar, con tal insistencia que parecía formar parte de la gran familia de las Fuerzas Armadas. Le gustaba contar que había sido boina verde y fardar de su disciplina vital, casi al nivel de los monjes cartujos (sacrificio y silencio) y benedictinos (ora et labora). ¡Ni que fuese Fernando Gutiérrez, comandante general de Melilla antes que diputado del Partido Popular! Nuestro concejal es lo que se conoce como “un fantasma” porque hizo la mili y apenas nada más, que cantara Aute.
Más pesado con la milicia que los kilos del bloque de hormigón que en 2014 afanó patrióticamente en Gibraltar, gesta que pasó a los anales de nuestra reciente Historia. Obtuvo incluso una condecoración en forma de orden de detención por parte de las ofendiditas autoridades británicas. Por eso se vio en la tesitura de invadir el Peñón a nado para colocar en la cima de aquella tierra de granujas, monas y piratas, una bandera de España.
“¿Quién era Javier Ortega? ¿Qué hizo por Madrid ese señor tan alto, con cara de pocos amigos y perfil de cabo gastador de Infantería?”. La respuesta es obvia: “Nadie, Ortega no es nadie, uno más de todos aquellos que desde distintas posiciones quisieron asaltar los cielos cuando lo que en verdad buscaban era un confortable sillón”.