Opinión

La ley Trans, una ley Frankenstein

La transexualidad ya está reconocida y protegida tanto en la ciencia como en la sanidad pública

  • La ministra de Igualdad, Irene Montero -

Sigilosamente, el Gobierno Sánchez logrará la aprobación parlamentaria de la Ley Trans antes de fin de año, una vez superada la tramitación del engendro legislativo favorito de Irene Montero. Sin embargo, es la única ley que ha tenido la virtud de abrir profundas brechas en la coalición que sostiene al Gobierno que nos pastorea. En efecto, el feminismo clásico, incluso la locuaz y normalmente falaz Carmen Calvo, se ha opuesto con todas sus fuerzas a una ley que, como dicen con toda la razón, amenaza con borrar la identidad natural de las mujeres elevando a Ley la autodeterminación de género. En resumen, esta doctrina, cuya máxima representante es la confusa activista woke Judit Butler (equívocamente llamada filósofa), viene a afirmar lo siguiente: ser mujer (u hombre) por nacimiento es un accidente biológico; elegir ser mujer a voluntad es un derecho democrático (y en realidad la prueba de estar en el lado correcto de la sociedad). Una verdadera Ley Frankenstein que, como la del famoso doctor de las viejas películas de terror, sea capaz de vencer a la naturaleza, invertir sus leyes y fabricar criaturas vivas a voluntad con restos de gente descartada. Y una ley que retrata perfectamente los propósitos de la facción ideológicamente dominante en el Gobierno Frankenstein, como lo bautizara el añorado Alfredo Rubalcaba (lo que ya expresa la caída del PSOE en el infierno de la ingeniería social).

Por qué quieren fabricar un colectivo trans

La pregunta es qué interés puede tener el Gobierno en una ley semejante. No, desde luego, reconocer los derechos transexuales, como afirma enfáticamente la exposición de motivos de la Ley, tan falsa como toda la comunicación oficial. Porque la transexualidad ya está reconocida y protegida, en la ciencia bajo la denominación técnica de disforia de género, en la sanidad pública con tratamientos apropiados cuando sea necesario y con las necesarias cautelas dado su carácter irreversible y la dificultad del diagnóstico, como explica el psiquiatra Celso Arango. Pero no se trata de reconocer derechos nuevos ni de mejorar los reconocidos, objetivo siempre digno, sino de crear un nuevo colectivo social al servicio del poder de cierta izquierda. Los voceros del colectivo arguyen que la única manera de reconocer sus derechos es por una ley específica; en ese caso, también harían falta leyes para superdotados, personas felices o cualquier categoría excepcional. Más bien es la vieja teoría izquierdista de que la ciudadanía personal no significa nada y de que los “derechos sociales” corresponden a colectivos o castas cerradas. Como escribo el Día de la Hispanidad, algo parecido a la sociedad de castas de los virreinatos hispanoamericanos, donde se nacía y normalmente moría como criollo, mestizo, mulato o indio, sin que fuera posible igualar los derechos y obligaciones desiguales de cada casta.

En realidad, veo tres malas ideas detrás de esta ley:

1 – Los derechos no son universales, personales e innatos, son colectivos y los da o quita el Estado.

2 – La izquierda neocomunista puede cancelar la naturaleza y sustituirla por ingeniería social a voluntad.

3 – No hay naturaleza humana, todo es construcción social y se trata de sustituir la liberal democrática por la socialista lunática, el sexo innato por el género electivo.

Puede inducir un efecto mimético gregario entre la multitud de jóvenes con problemas psicológicos en la pubertad, en general transitorios

Suele pasar desapercibido que los transexuales objetivo de la ley son hombres que quieren cambiar de género, no al revés. Olvidan a las mujeres con disforia o incongruencia de género que necesitan convertirse en hombres. ¿Por qué?: básicamente, porque las iluminati del género intentan aumentar el porcentaje de mujeres disminuyendo el de hombres, opresores y violadores natos como es sabido. Un efecto de esta clase de leyes, denunciado y revisadas en el Reino Unido y Suecia por los tratamientos irreversibles y precipitados que amparan, es que puede inducir un efecto mimético gregario entre la multitud de jóvenes con problemas psicológicos en la pubertad, en general transitorios. Pues, según denuncia el doctor Arango y muchos otros especialistas, demasiados adolescentes inmaduros se convencen de que su sufrimiento nace de que son transexuales, y de que deben liberarse cambiando de género (porque el sexo, ¡ay!, depende de los cromosomas). Y la disforia no es una enfermedad mental, pero su inducción desaprensiva puede causarla o agravarla y arruinar para siempre la existencia de víctimas como la británica Keira Bell, ganadora de un juicio tan histórico como desastroso por la irreversibilidad del tratamiento sufrido.

Los orígenes ideológicos

La transexualidad ha existido siempre y ha sido regulada de muchas maneras a lo largo de la historia de la humanidad, desde el travestismo regulado y el celibato religioso a formas menos amables de imponerlo, como la castración para producir eunucos asexuados. Pero el desarrollo científico-técnico permitió intuir un control cuasi soberano de la implacable naturaleza, como anticipó magistralmente Mary Shelley en Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), una novela que, por cierto, acaba muy mal por razones sexuales. Y la reflexión menos reverente sobre los revolucionarios lunáticos llevó a las desopilantes y anticipadoras escenas de política transexual de La vida de Brian (1979), de los Monty Python.

Lo que cambió el significado político del sexo biológico fue la máxima de Simone de Beauvoir: la mujer no nace, se hace (on ne naît pas femme: on le devient). Sospecho que la Beauvoir, amiga como su pareja Jean Paul Sartre de todo totalitarismo que asomara por el horizonte (y partidarios de la libre pederastia, ambos privilegiados), pretendía decir que la mujer llega a su plenitud con el sacerdocio feminista incesante. Pero la ideología de género y la teoría queer, salida de su virginal seno, ha convertido esa metáfora pijo-existencial en fe antinaturalista: si ser mujer no depende de la biología sexual, entonces el sexo no cuenta, lo que importa es la autodeterminación de género que puede conseguir la política. De un género fluido que pone todo el foco en los hombres despiertos (woke) a la luz del verdadero género y que se autodeterminan como mujeres. En el trámite, pasan a ser clientes dependientes del Gobierno creador que les da su nueva y verdadera vida con esta Ley Frankenstein.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli