La defensa del sistema de asignación de recursos por el mercado parte de una premisa fundamental: que hay múltiples agentes económicos que compran y venden y ninguno tiene capacidad de influir sobre el precio (que resulta entonces un buen indicador de la escasez relativa). La teoría, ya se sabe, es muy bonita, pero muchas veces las cosas no son así.
La ausencia de un mercado que funcione como tal ha sido, por ejemplo, el motivo por el que la Unión Europea está considerando limitar el precio del gas. La fijación del precio de la electricidad por el coste marginal de la última energía que entra tiene sentido en condiciones de normalidad, no cuando la volatilidad es mayúscula en medio de una guerra y un país como Rusia controla el flujo de gas a Europa. Porque, si un mercado no funciona, sus precios no significan nada. Por supuesto, el resultado de las medidas no tiene por qué ser el anticipado, pero esa es otra historia: lo que está claro es que situaciones extraordinarias requieren medidas extraordinarias.
En el mundo del comercio internacional, de hecho, hay muchas situaciones en que el mercado no funciona como debe. A pesar de que la gobernanza del comercio internacional siempre fue una de las más desarrolladas (mucho más, por ejemplo, que la de los mercados financieros), con una otrora poderosa Organización Mundial de Comercio que se preciaba de su capacidad de hacer cumplir normas, hay ámbitos que siempre han escapado a su influencia; comportamientos totalmente prohibidos en el marco doméstico o europeo, pero que se producen a diario en el ámbito internacional sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo. Uno de ellos es de la competencia (o, mejor dicho, su ausencia).
La comunidad internacional nada puede contra este atentado de la OPEP al mercado, que convierte al mundo en rehén de un grupo de países
Así, por ejemplo, y por enésima vez desde su creación en 1960, el pasado 5 de octubre la OPEP (en su versión ampliada de OPEP+, que controla más del 40% de la producción mundial de petróleo) acordó establecer recortes de 2 millones de barriles por día (bpd) en su producción para lograr aumentar el precio del crudo, que estaba cayendo. La OPEP, como saben, es un cártel, es decir, un acuerdo entre los principales productores mundiales de petróleo para evitar la mutua competencia y controlar los precios. Por tanto, algo prohibido en el ámbito nacional. Sin embargo, la comunidad internacional nada puede contra este atentado al mercado, que convierte al mundo en rehén de un grupo de países. La decisión, calificada como “técnica” por los miembros de la OPEP, es sin embargo percibida en la mayor parte del mundo (y, desde luego, en Estados Unidos) como una decisión política de Arabia Saudí –líder de facto del grupo– para ayudar a Rusia.
La OPEP es muy conocida, pero hay otros oligopolios menos conocidos e igual de poderosos en el comercio mundial. Pocas personas saben, por ejemplo, que el comercio de energía y materias primas dista mucho de ser un mercado de competencia perfecta, sino que está en manos de unas pocas multinacionales que acaparan una gran parte de los flujos comerciales. Tienen poder y, como es normal, lo ejercen.
La empresa suiza Glencore es una de ellas. Es actualmente el mayor comerciante de materias primas del mundo, con unos ingresos de 170.000 millones y más de 190.000 empleados. Controla la mitad del mercado mundial de cobre, el 60% del zinc, el 38% de la alúmina, el 28% del carbón para centrales térmicas y el 45% del plomo. O el cobalto, crucial para las baterías de los coches eléctricos (y el 40% del cual se produce en el Congo). En alimentos, maneja el 10% del trigo y el 25% del mercado mundial de cebada, girasol y colza.
Otra es Trafigura, empresa creada en Singapur en 1993 por antiguos trabajadores de Glencore. Con unos ingresos de 147.000 millones, es el segundo mayor trader de petróleo y el mayor comerciante privado de metales básicos, junto con Glencore.
La holandesa Vitol, fundada en Rotterdam en 1966, también comercia con energía y productos básicos. Es, de hecho, el mayor trader independiente de energía. Transporta más de 350 millones de toneladas de crudo al año y posee 250 superpetroleros.
Después de Glencore, Vitol y Trafigura, la chipriota Gunvor es la mayor negociadora de crudo, (antes de origen ruso, ahora mayoritariamente de Sudamérica), así como de otros productos básicos. Gunvor posee además tres importantes refinerías europeas en Países Bajos, Bélgica y Alemania, con una capacidad de procesado conjunta de casi 300.000 barriles al día, y es, junto con Vitol y Glencore, uno de los mayores traders de GNL.
El gigante agrícola
Si las anteriores dominan el mercado de la energía, el de productos agrícolas es el ámbito natural de Cargill, empresa familiar estadounidense con sede en Minnesota (constituida, cómo no, en Delaware). Fundada en 1865, tiene unos ingresos de 115.000 mil millones y casi 170.000 empleados, y es la empresa no cotizada más grande de EEUU en términos de ventas. Comercia con aceite de palma, ganado, piensos, ingredientes alimentarios, aceites vegetales o grasas para alimentos procesados. Es responsable del 25% de todas las exportaciones de grano de EEUU, suministra el 22% de la carne de Estados Unidos y es el mayor productor avícola de Tailandia. Tiene además una rama de energía, acero y transporte, y un brazo financiero.
Lo más importante de la existencia de estas empresas es, fundamentalmente, que de ellas depende en gran medida el éxito de decisiones tan cruciales para el futuro de Occidente como las sanciones a Rusia
De estas empresas se sabe poco. Sólo Glencore cotiza en bolsa. Un excelente libro, El mundo está en venta de Javier Blas y Jack Farchy, es de los pocos que se adentra en los entresijos de estas grandes multinacionales de materias primas con información sólida y de primera mano.
Lo más importante de la existencia de estas empresas es, fundamentalmente, que de ellas depende en gran medida el éxito de decisiones tan cruciales para el futuro de Occidente como las sanciones a Rusia. La experiencia en este sentido no es muy buena: varias han estado involucradas en mecanismos de puenteo de las sanciones a Irak, Cuba, Irán u otros países (en algunos casos con importantes multas). Saben muy bien cómo manejarse en escenarios grises.
Esto nos demuestra, una vez más, la necesidad de contar con un marco de gobernanza internacional del comercio que no sólo contemple el dumping, las subvenciones u otros elementos prosaicos, sino también los cárteles, los acuerdos de reparto del mercado, el control de materias primas clave o los juegos para sortear las sanciones internacionales. La economía rusa se está debilitando a marchas forzadas por falta de tecnología, pero Europa necesita que las sanciones se cumplan y que el poder de las grandes multinacionales no se use en beneficio de los agresores del derecho internacional.
La amenaza de Biden a Arabia Saudita
En cualquier caso, el mundo está cambiando muy rápidamente, y con él la oportunidades de arbitraje. La información ya no es tan secreta como antes, lo que erosiona la ventaja competitiva de muchas de estas empresas. China, además, gestiona por su cuenta todo el comercio de materias primas. También se ha rebajado el margen de tolerancia: Estados Unidos, por ejemplo, está dispuesto a combatir las prácticas de la OPEP usando sus reservas estratégicas (ya lo hace desde hace varios meses) y Biden ha prometido, en un mensaje inusualmente duro, que “habría consecuencias” en las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita.
¿Y la Unión Europea? No estaría mal que, ahora que se está despertando geopolíticamente, contemplara también la posibilidad de promover serias normas internacionales de competencia.