Opinión

Patriotas de cuenta bancaria

Tal vez deberíamos plantearnos retribuir a nuestros representantes con el salario mínimo, la cuantía que ellos mismos han visto suficiente para vivir

  • Amparo Rubiales -

Días atrás, Amparo Rubiales —quien ha recorrido casi todos los escenarios políticos: desde el local hasta el nacional, pasando por el autonómico—, dijo las siguientes palabras durante un acto del PSOE en la provincia de Sevilla:

«Que si yo soy patriota de algo, soy patriota de partido. ¿Y sabéis por qué? Porque yo lo elegí. [...] El resto de las patrias yo no las he elegido. [...] Sin embargo, yo elegí el partido, y por eso soy patriota de partido por encima de cualquier otra patria. Mi patria es el PSOE, porque es mi elección personal».

Mientras tanto, sonreían y aplaudían los militantes y cargos del PSOE allí reunidos, entre quienes se encontraba la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Si bien para los oídos piadosos dichas afirmaciones pueden responder a una demostración puntual de entusiasmo mitinero, la gravedad de su significado bastaría para dejar de piedra a los allí presentes, de no expresar para ellos una realidad: si hacen del partido su patria es porque en él encuentran su sustento, o porque esperan conseguirlo en el futuro. Si Amparo Rubiales dijo lo que dijo no fue por maldad, sino porque lleva desde la Transición cobrando muy bien de la política gracias al PSOE. No hay que perder de vista que este partido, como cualquier otro de dimensiones relevantes y de larga trayectoria, es ante todo una máquina electoral y de colocación de afines para que la rueda siga girando. Y claro, en la vida hay que ser agradecido.

La tierra de los padres ni siquiera es (únicamente) el terruño donde uno se cría, sino la comunidad política, el Estado-nación

No es otra cosa lo que ha llevado a los diputados y senadores del PSOE a votar a favor de la amnistía, o de suprimir el delito de sedición y rebajar las penas de la malversación, antaño líneas rojas; ni lo que hace que hasta el último concejal de pueblo aplauda lo que antes aseguró combatir. Las nóminas de miles de representantes políticos y cargos públicos de confianza, junto con la expectativa de una parte de la militancia de acceder a ellas, son un pilar fundamental para sostener la adhesión disciplinada al líder. Del resto se encarga la presión de grupo, el seguidismo gregario y una confianza ciega en la marca —sea cual sea—.

No, el partido no es la patria, como tampoco lo es un equipo de fútbol o una empresa. En la era de las naciones políticas, la tierra de los padres ni siquiera es (únicamente) el terruño donde uno se cría, sino la comunidad política, el Estado-nación. Lo entendemos bien cuando comprobamos en primera persona que fuera de la patria hace frío; cuando al salir de España, del territorio donde nuestra ciudadanía opera a pleno rendimiento, nuestros derechos se ven reducidos y limitados, quedando más expuestos ante la adversidad y la arbitrariedad de otros. En la patria disponemos de servicios públicos que nos protegen, nos instruyen, nos curan y hasta nos aportan recursos económicos cuando el desempleo, la salud o la edad nos impiden trabajar. En ella estamos amparados por nuestros iguales a través del Estado, y por eso la defendemos —con las armas, si es preciso— frente a terceros que buscan debilitarla o destruirla.

Entre el sacrificio y el privilegio

Por todo ello, por la enorme importancia que tiene para nuestras vidas, urge hacer limpieza en las instituciones y librarse de los patriotas de cuenta bancaria. Tal vez deberíamos plantearnos retribuir a nuestros representantes con el salario mínimo, la cuantía que ellos mismos han visto suficiente para vivir. Sin llegar a ser un suplicio, servir a la patria debe tener mucho más de sacrificio personal que de privilegio. Para ganar dinero ya está la empresa privada.

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