Este lunes se homenajeó en Barcelona a Miguel Ángel Blanco, vilmente asesinado por la banda criminal ETA. Recuerdo aquel día horrible de 1997, en el que la certeza del mal intentaba ser vencida por la fe. Pero el terrorista es bestial y de nada sirvió la apelación a su conciencia. Y eso duele a los que ahora pretenden vendernos que ETA era un movimiento político, sus ex dirigentes personas de paz y que existe una España fascista contra la que es lógico alzarse, vulnerar sus leyes y, llegado el caso, asesinar.
Miguel Ángel fue arrebatado de una vida que apenas empezaba por un tiro en la nuca, descerrajado por la mano homicida de quien no siente empatía con sus semejantes. Gente que solo conoce de odios. A ese acto no acudieron Junts, Esquerra, las CUP ni los Comuns. ¿Por qué? ¿Tanto les ofende rendir un modesto tributo a quien cayó víctima de una bala por ser del PP? ¿Tan duro tienen el corazón que son incapaces de ponerse en la piel de su familia, sus amigos, sus compañeros? ¿Tan mala gente son que ni siquiera ante el asesinato pueden apearse de sus ideologías? Colau, Borrás, Aragonés, ¿no les da vergüenza?
La respuesta a esas preguntas que una persona de bien, piense como piense, se formula es que sí, son capaces de permanecer impasibles cuando matan a alguien que no sea de los suyos. Estos son los que se horrorizan cuando hablan de los muertos en las cunetas, muertos del franquismo, claro, pero callan como puertas cuando hablas de los paseos, de las checas, de Paracuellos, de los campos de concentración rojos, de Andreu Nin, de Muñoz Seca, de los más de doscientos comités de milicias que en Cataluña reprimieron a placer robando, deteniendo, torturando, asesinando a miles de personas que tan solo habían cometido el delito de pensar distinto o poseer algo que el miliciano de turno codiciaba.
Tomen nota: 2.441 religiosos, entre sacerdotes y monjas. Solo en mi tierra. Qué triste es ver como sectores de la iglesia apoyan ahora el procés. A mi abuelo materno intentaron darle el paseo, siendo anarquista, por decir que le habían quitado su modesto puesto de verduras en el Borne y que no entendía cómo los compañeros mandamases se paseaban con vehículos robados a los burgueses, instalados en sus mansiones junto con sus fulanas. “A ti ya te contestaremos a solas” le dijeron. Solo la intervención a tiro limpio de mi tío Eduardo, que se enfrentó esa misma noche con el rondín de la muerte, impidió la muerte de mi abuelo, que nunca más volvió a levantar cabeza.
Historia de una traición
Claro que los herederos de aquellos chequistas de Esquerra, del partido comunista, del socialista, de los anarquistas, no quieren participar en nada que tenga que ver con las víctimas como Miguel Ángel. Claro que arrugan la nariz ante lo que, se lo he oído decir a muchos, no dejó de ser la muerte de un facha. Claro que en la sede del PSC se brindaba con champán cuando caía acribillado un guardia civil. Lo cuento en mi libro “El PSC: Historia de una traición” y mi hermano Juan Carlos Girauta, testigo de aquella infamia, me guardará de mentir.
Claro que ni separatistas ni comunistas acudirán jamás a un acto de piedad, de recuerdo, de dolor y de homenaje a las víctimas porque a ellos solo les gusta ser verdugos y, como tales, carecen de compasión. Claro que a muchos no les sale decir que Cuba es una dictadura criminal, claro que argumentan que quienes defendemos la libertad en mi tierra somos fascistas, claro que si pudieran, Dios no lo quiera, volverían a las andadas.
Las listas negras las tienen, la muerte civil a la que han condenado a muchos es constatable. Solo queda pasar a la última fase. Saben que, careciendo de razón, lo único que les queda es la fuerza. Balzac lo argumentó cuando dijo que cualquier crimen es, antes que nada, la falta de razonamiento. Es lógico, pues, que quien no tiene razones no acuda a un acto cargado de ellas. Ahora ya saben quienes y por qué no homenajean a las víctimas, optando por el bando de los asesinos.