A nuestro presidente sólo le importan tres cosas. Pedro, Sánchez y Pérez Castejón. La frialdad con la que ha pasado a cuchillo a los que le fueron fieles y claves en su regreso a la secretaría general de su partido es otra prueba del nueve de que nada le va a detener en su camino para perpetuarse en el poder jugando al palo y la zanahoria con el independentismo y el resto de partidos que le llevaron en volandas a la Moncloa. La remodelación ha sido un cambio de perros pero con los mismos collares. El cambio de carteras ha sido una suerte de juego de magia al que Sánchez es tan aficionado. Bajar el pistón para intentar que el viejo socialismo vuelva al redil con guiños como el de Félix Bolaños y Oscar López.
El primero ha metido en la nevera la ley de Memoria Democrática de Carmen Calvo que llevaba ya mucho tiempo en el limbo y ha conseguido, de momento, que los socios independentistas se crean que el diálogo va ser más sencillo con Calvo fuera del Gabinete. Y con Oscar López se consigue el espejismo de que el PSOE de siempre ha vuelto. Una jugada de trile para ganar tiempo e intentar pescar en el caladero de una cierta moderación. Pero después de tanto engaño ya veremos si es capaz de conseguirlo. Sánchez sigue siendo el mismo y sus aspiraciones no han cambiado con la operación estética del sábado pasado.
Los mismos socios de apoyo
El traspaso de carteras fue todo un poema. Sobre todo en el hasta entonces departamento de José Luis Ábalos al que la emboscada del viernes por la noche le pilló con el culo al aire. Su amigo le comentó los cambios sin mencionar el suyo. Puñalada a sangre fría de este ofidio que tenemos de presidente a su número dos en Ferraz que ni le mencionó en su despedida y sólo presumió por haber servido a España, afirmación de más que dudosa realidad. Pero esa es otra historia. Aquí lo único importante es que Sánchez sigue sosteniéndose en los mismos socios. Los que quieren un cambio de régimen igual que él y que terminará por ocurrir si el centro derecha no es capaz de dejarse de peleas estúpidas, posiciones en Vox de una radicalidad que asusta, y un PP al que le falla el motor de arranque para presentar una alternativa seria, trabajada, e ilusionante para los muchos constitucionalistas que sigue habiendo en España, Cataluña incluida.
Pablo Casado padece el síndrome de Simeone que sale aempatar con el Atleti y termina perdiendo. Quizá tenga su misma suerte y termine por ganar, pero no le vale hacerlo por la mínima
No basta con ser duros en las intervenciones parlamentarias que se han convertido en un teatrillo sin interés para los ciudadanos. Pablo Casado padece el síndrome de Simeone que sale a empatar con el Atleti y termina perdiendo. Quizá tenga su misma suerte y termine por ganar, pero no le vale hacerlo por la mínima. Sánchez vendió en la investidura su alma al diablo y siempre tendrá a los independentistas a su lado, lo que obliga a Casado a una estrategia de contraataque que todavía no hemos visto.
Si Sánchez consigue evitar un nuevo referéndum de independencia en Cataluña, a cambio de un nuevo estatuto donde se consagre la desigualdad entre españoles pacificando las cosas, al menos en apariencia tendría la mayoría de las papeletas para ganar en la tómbola de las próximas generales. Eso se sabe de sobra en el PP pero lejos de movilizarlos los tiene agarrotados. Confían en una nueva y más contundente victoria en Andalucía que sirva de trampolín. Pero qué pasaría si Sánchez adelanta las generales o las convoca a la vez que las municipales y autonómicas aprovechando el rebote económico en el que confía este segundo sanchismo?
Demasiado vértigo que obliga a PP a coger ya el toro por los cuernos si quiere evitar otro gobierno con el tiempo necesario para culminar el desmantelamiento de la España constitucional. Sánchez, un personaje sin escrúpulos capaz de lo que sea para mantenerse en Moncloa, necesita enfrente a alguien con menos prudencia y más osadía. Alguien capaz de aglutinar a una sociedad entumecida por la pandemia y paralizada por el miedo al futuro económico. Casado es ese hombre, pero más le vale ser menos amarrategui y más audaz.