Opinión

La osadía de mentar al diablo en las siglas

De las 39 candidaturas al Parlamento Europeo que recoge el Boletín Oficial del Estado, el nombre de la primera ha molestado especialmente a ciertos sectores izquierdistas, y eso que simplemente han decidido llamarse Izquierda Española. De

  • Felipe González y Pablo Iglesias

De las 39 candidaturas al Parlamento Europeo que recoge el Boletín Oficial del Estado, el nombre de la primera ha molestado especialmente a ciertos sectores izquierdistas, y eso que simplemente han decidido llamarse Izquierda Española. Desde que el nuevo partido salió a la escena pública en enero, muchas de las críticas recibidas han tenido en común ver un oxímoron en la utilización simultánea de esos dos términos; y es que el desnorte que caracteriza a nuestras izquierdas desde hace casi un siglo las lleva, en sus posiciones más vulgares, a recelar hasta del nombre del país que pretenden gobernar y a asociar sus símbolos con la derecha.

Cabe preguntarse por qué esas personas no encuentran tal contrariedad en las denominaciones del PSOE o el PCE. Probablemente sean más fáciles de tolerar por llevar en sus programas proyectos de fragmentación del Estado por vía federal o confederal, o directamente por su democrática tolerancia hacia el separatismo. No parece haber problema en incluir a España en las siglas de un partido autopercibido de izquierdas, si con ello se avanza hacia la ruptura de su unidad —salvo que seas Íñigo Errejón, en cuyo caso lo hay de todas formas—. Se puede mentar al diablo si es para combatirlo, pero si no se busca acabar con España, la acusación de derechista camuflado no tarda en llegar.

Resulta que, sin saberlo, los izquierdistas hispanófobos son en parte continuadores de la idea de la anti-España, recurrente en algunos sectores de la derecha y con bastante éxito durante la Guerra Civil y la dictadura. Una idea que asocia a las izquierdas con la destrucción de España, y viceversa; y que asombrosamente algunas de ellas han hecho suya, hasta el absurdo de que alguien nacido y residente en Cáceres no pueda contener su emoción por votar en estas elecciones a ‘Ahora Repúblicas’, coalición de ERC, Bildu, BNG y Ara Més.

Hoy en día, dicha idea puede escucharse en partidos como Vox, o también en boca de Federico Jiménez Losantos, por ejemplo en estas palabras que dijo hace unos meses en esRadio: «Eso que se llama Izquierda Española: que si es izquierda no es española, y si es española no es izquierda. Y hay quien dice que eso es para quitarle votos al PSOE. Será para quitarle votos al PP, porque si quieres defender España, desde luego, ponerte a defender un partido de izquierdas… Hace falta ser merluzo».

La convivencia entre españoles exige un mínimo compromiso compartido por izquierdas y derechas, cada cual con sus ideas sobre cómo regir los asuntos públicos

Así, a lo largo de todo el panorama ideológico, se pueden encontrar posiciones contrarias a la posibilidad misma de que existan partidos de izquierdas que asuman como propia la nación política española y defiendan explícitamente su unidad. Y todas ellas se equivocan. Si de algo está sedienta España es de españoles que la defiendan. En un contexto crítico tanto en el interior —por la patente amenaza separatista— como en el exterior —por la velada intención expansionista de Marruecos—, pretender dividir el país en bloques políticos inconexos es una temeridad. El que sin duda está encantado con esa polarización es el presidente Sánchez, ya que así puede seguir indefinidamente mostrándose como campeón del progreso frente a la fachosfera.

Es un error pensar que la defensa de la unidad de la nación pertenece a la derecha —a la derecha no separatista—. La convivencia entre españoles exige un mínimo compromiso compartido por izquierdas y derechas, cada cual con sus ideas sobre cómo regir los asuntos públicos, pero reivindicando la continuidad de España. Si eso no ocurre, estamos destinados al desastre. Y si hay en las izquierdas un serio problema ideológico con la unidad de su comunidad política —que lo hay—, el objetivo debe ser en todo caso lograr que lo abandonen de una vez y que vuelvan a comprometerse con su patria.

Las izquierdas deben retomar la senda iniciada por las mejores tradiciones españolas del liberalismo y del socialismo, pasando por las Cortes de Cádiz hasta llegar, entre otros, al PSOE de Pablo Iglesias Posse —que poco o nada tiene que ver con el partido reflotado por Felipe González, salvo el nombre, y cuyo fundador rompería a llorar de la tristeza al ver en qué lo han convertido en estos cincuenta años—. Los primeros fueron los artífices mismos de la nación política española, a través de la transformación del Estado del Antiguo Régimen y de la nación histórica; mientras que los segundos representaron un marxismo que, antes de ser contaminado por Lenin y Stalin, asumió la nación política como el terreno idóneo donde llevar a cabo su proceso revolucionario.

En Izquierda Española lo tendrán realmente difícil para despegar. Convencer a sus potenciales votantes requiere primero hacerlos romper con cien años de sucesivas renuncias ideológicas en favor de los enemigos internos de España, y eso lleva tiempo —y tener bien claras las ideas—. Las elecciones al Parlamento Europeo son un comienzo, y han tenido el arrojo de utilizar como eslogan: “Si no es española, no es izquierda”. Dichosos merluzos, Federico.

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