Opinión

¡Hay gente pa tó!

En el balance del ministro Urtasun, última infortunada aportación de la Escuela Diplomática al Gobierno de España, resaltan sobre cualquier otra iniciativa de su gestión dos intentos capitales: la depuración anticolonialista de nuestr

  • Pedro Sánchez y Begoña Gómez. -

En el balance del ministro Urtasun, última infortunada aportación de la Escuela Diplomática al Gobierno de España, resaltan sobre cualquier otra iniciativa de su gestión dos intentos capitales: la depuración anticolonialista de nuestros museos y la abolición del toreo. A trancas y barrancas la primera, con el paradójico resultado de estimular los aforos la segunda que en la Feria de Sevilla ha superado su record de “No hay billetes”. Viene a sumarse el ministro extremista a la consabida y fracasada tradición antitaurina que incluye desde el padre Mariana a Quevedo y desde Pío Baroja a Azorín, aunque, por alguna razón que no se me alcanza, es Eugenio Nöel la lumbrera que se viene a la boca cada vez que se plantea el tema. Y lo que suele olvidarse cuando se vuelve sobre el asunto es que, junto a esas minervas antitaurinas, también militó a favor de la Fiesta Nacional, a través de los siglos, una respetable colección de indiscutibles talentos, con Goya a la cabeza pero a continuación del delicado Fray Luis, de Cervantes o de García Lorca en una ininterrumpida tradición que no hace tanto explicó con rigores antropológicos el poeta Luis Alberto de Cuenca.

El carnaval de Múnich

El ministro sabrá lo que hace y el presidente lo que consiente, que, al fin y al cabo, uno y otro, como casi nadie ignora, no hacen más que agitar el embeleco para distraer al pueblo soberano de sus problemas reales. El cuento es de nunca acabar y es probable que siga siéndolo incluso si amaina la ya preciosa contribución anual de Manuel Vicent o si a otro versadísimo crítico tan memorioso como Gregorio Morán se le ocurre exhumar --en ese jocundo y demoledor ensayo que es El maestro en el erial-- la figura humana de Ortega y Gasset, el complicado taurino que, ya en sus postrimerías y con seguridad huyendo de ciertas mediocridades, concibió la idea de participar en el carnaval de Múnich con una exhibición castiza en la que, con sus distinguidos chisperos y manolas, habrían de intervenir, junto a él mismo, los diestros Domingo Ortega y Luis Miguel Dominguín. El filósofo sabía que la tradición de un pueblo conserva y transmite algo históricamente más grave que el uso y la costumbre, y aunque ignoro, desde luego, cuál podrá ser la ida que de don José Ortega tengan Urtasun y su jefe, apenas dudo de lo que nuestro primer filósofo, si viviera para contemplar este esperpento, pensaría de ese ministro de Cultura antisistema –consideren la gravedad del oxímoron— y un presidente que tal baila proyectados sobre el telón de fondo de un país en almoneda.

Ortega veía en la fiesta de los toros un vigoroso rasgo del psiquismo nacional y una inmemorial liturgia que ahondaba sus raíces en el magma cultural que, para bien y para mal, nos constituye, y gustaba de ella sin excesos de afición, motivado más por la curiosidad intelectual que por el instinto. Por eso cultivaba sus amistades taurinas y frecuentaba, no sin fascinación, la galaxia mental en que se sostiene la afición de una Fiesta que de ejercicio y demostración aristocráticos pasó a ser patrimonio del pueblo, sin renunciar a mantener nunca, frente a ella, una discreta distancia. Cuando lo presentaron como filósofo a Rafel el Gallo –creo que en una comilona castiza en Lhardy— el torero le adjudicó su tolerante visto bueno con la sentencia más célebre: “¿Filósofo? ¡Hay gente pa to”! En el ministro Urtasun tenemos hoy la mejor prueba de esa desdichada diversidad de la especie humana.

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