No hay pudor. Ninguno. Los mensajes totalitarios se sueltan sin vergüenza, y lo que es peor, sin respuesta. Dos periodistas de la izquierda orgánica entrevistaron hace poco a Pablo Iglesias al objeto de que el vicepresidente del Gobierno pudiera colocar sus eslóganes y excusas. Ante el fracaso del plan de vacunación, el vicepresidente decía que si por él fuera nacionalizaría las multinacionales farmacéuticas.
No importa la realidad; esto es, que el Gobierno dedique 76 millones al sector cultural, más del doble de lo asignado a investigación de la vacuna, o 50 millones al estudio de la semana laboral de cuatro días. Lo que importa es el mensaje: lo estatal es mejor y está al servicio del pueblo, no como el mercado. Conclusión: cuanto mayor sea el Estado en manos de un Gobierno de izquierdas, el suyo, mayor será el bienestar del pueblo.
A esto sumó Pablo Iglesias una frase totalitaria: “Toda la dureza que sea necesaria para defender el interés general es democracia”. ¿Qué es el “interés general”? Lo que diga Pablo Iglesias. En consecuencia, la democracia es él. Esto tiene su reverso: todo aquel que critique sus caprichosas decisiones se convierte en un antidemócrata; es más, en un enemigo del pueblo, en un antipatriota confeso.
Obsérvese que Iglesias y sus comunistas sostienen que solo es democracia si las instituciones públicas y privadas que conforman una comunidad están al servicio del “interés general” definido por el Gobierno
Además, ¿qué quiso decir con “dureza”? ¿Saltarse la ley? ¿Elaborar una ley nueva que permita la expropiación arbitraria? ¿Ocupar con fuerzas del orden las instalaciones de esas empresas? Podría pensarse que solo es retórica, pero no es así. Es la expresión totalitaria de una mentalidad dictatorial.
Y si damos una vuelta más a la frase, ¿qué entiende Pablo Iglesias por “democracia”? Para el podemismo se trata simplemente de un instrumento que permite usar los poderes del Estado para transformar la sociedad. Obsérvese que Iglesias y sus comunistas sostienen que solo es democracia si las instituciones públicas y privadas que conforman una comunidad están al servicio del “interés general” definido por el Gobierno. Esto supone la exclusión de los que no estén de acuerdo, lo cual es una negación de la libertad incompatible con la democracia.
La atmósfera previa al golpe
Cierta crítica al nacionalpopulismo ha venido a blanquear el comunismo, etiquetado ahora como “antifascismo”. En este sentido escribían Steven Levitsky y Daniel Ziblatt que la democracia ya no se pierde en un golpe de Estado militar, sino en las urnas. Error. Hay un paso previo que crea la atmósfera totalitaria que lleva a la gente a votar a opciones políticas autoritarias.
La democracia se pierde en la educación y en los medios de comunicación tras décadas de banalizar los derechos y la libertad, y de priorizar el colectivismo y el estatismo. Cuando a las personas se les hace creer que el Estado concede derechos gracias a un Gobierno que quita a los ricos para dárselo a los pobres. Que la virtud en la vida pública se juzga por las intenciones de realizar la “justicia social”, no por los hechos. Que la única moral es la que dicta la legislación que produce el Gobierno. Que la separación de poderes y la oposición son obstáculos que hay que derribar cuando se oponen al “proceso constituyente” y beatífico del “Gobierno transformador”.
Todo esto precisa de una enorme ingeniería social, heredera no de la Ilustración, sino del despotismo ilustrado -aunque de ilustrado tenga muy poco-.
La democracia se pierde cuando educadores y periodistas hablan de “construir ciudadanos” con un pensamiento único, colectivista, asentado en los valores y principios que sustentan la ideología izquierdista. Eso sí es democracia, dicen, porque por fin la gente habrá comprendido la verdad, orillado a los que piensan de otra manera, y el mundo será un lugar perfecto. Todo esto precisa de una enorme ingeniería social, heredera no de la Ilustración, sino del despotismo ilustrado -aunque de ilustrado tenga muy poco-.
Resulta chocante que la izquierda diga que el capitalismo se basa en negar la “experiencia acumulada”, cuando es precisamente ese su éxito sobre el comunismo. ¿O es que la experiencia soviética en la Europa del este, o del chavismo y el castrismo, incluso de Tsipras en Grecia, han sido positivas? En su desvergüenza dicen que sí mereció la pena porque sirvió para “hacer conquistas sociales” al otro lado del Muro. ¿Y los europeos que vivieron el futuro bajo una bota, como decía el sicario del “Gran Hermano”, fueron vidas arruinadas por un bien superior?
El comunismo, y derivados, es la ideología que permite con mayor facilidad el gobierno de una oligarquía. Sí, de un grupo que dice gobernar en nombre del pueblo, al cual somete a todo tipo de medidas legislativas para ahormarlo a su doctrina. El error político que cometen estos comunistas, o la trampa con la que nos quieren engañar, es considerar que el éxito de una comunidad política está en la ausencia de descontentos; es decir, un imposible ontológico. El fallo de siempre: una doctrina contra la naturaleza humana.
En las declaraciones de Pablo Iglesias se respira esa doctrina. El propósito, con la aquiescencia de los periodistas orgánicos, es hacer normal las declaraciones totalitarias, de ingeniería social completa, con soluciones falsas a problemas complejos, que, además, hacen creer a la gente que son gratis o mejores. El vicepresidente lleva seis años de vida pública encadenando expresiones de este tipo, generando la atmósfera totalitaria necesaria, para que se vea de forma natural el surgimiento de un régimen que, aún llamándose “democracia”, ya no lo sea.