Un año después del primer caso de coronavirus tenemos las vacunas. De aquella manera, pero las tenemos. Incluso para los que lo intentamos, no resulta fácil entender el mundo de las vacunas y el de las empresas que las fabrican. Pensamos que, una vez descubierta, todo sería más fácil para detener al virus, pero lo que estamos viendo es que, desde que está en el mercado, todo se complica más de lo que estaba. Las prometidas dosis no llegan, el reparto se hace mal, los poderosos se vacunan antes de tiempo, algunos políticos, algún obispo, algún militar, algún sindicalista, algunos tramposos se la han puesto sin que les tocara. El Gobierno insiste en que en junio estaremos vacunados el 70% de los españoles.
Saben que es mentira, pero insisten en proclamarla, y por eso cunde el desconcierto. Podemos darnos por satisfechos si por Navidad nos han puesto a la mayoría la primera dosis.
"Si yo tuviera poder", dice el vicepresidente
Quizá por eso, y pensando en los incautos que compran la mercancía tóxica del vicepresidente de lo social, ese que no me apetece nombrar, ese que sigue sin pisar una residencia, un hospital -aunque sea público-, viene ahora anunciando que si él tuviera poder nacionalizaría las empresas de las vacunas.
-No me temblaría el pulso en nacionalizar farmacéuticas si tuviera el poder
Sólo habla, bla, bla, bla. Ni tendrá el poder, ni aún teniéndolo podría hacer lo que proclama. La Historia está llena de tipos que proclamaron que el pulso no les temblaría, y llegado el caso perdieron los esfínteres cuando les tocó hacer lo que proclamaron. Creo que lo mejor que podemos hacer, y a eso me voy a empeñar, es a pasar, olvidar, ignorar que hay en el Gobierno de España un tipo con estas hechuras. Cansa su provocación, su discurso de tono curil y conventual; cansa el moño y la coleta, y ese ir por ahí representando a España con la pinta de un antisistema.
La distorsión que tiene este muchacho y el desconocimiento del que hace gala sobre cómo funciona una multinacional en territorios en los que la seguridad jurídica está asegurada resultan escandalosos. Lo suyo es el exprópiese de Chávez, pero esto, felizmente ni es ni será Venezuela, y tampoco Irán. Es un escarnio que esto lo diga quien se sienta en el Consejo de Ministros. Y aquí me quedo con un personaje que no distingue entre intereses, que tiene, y principios, que no conoce. No toda la culpa es de este provocador de medio pelo. Sin nuestra inestimable ayuda quedaría para ocupar espacio en ese libelo que le ha regalado a la señora Dina Bousselham.
Entre Messi y las vacunas
El mundo, en este segundo día de febrero, es tan inhóspito como antes de la covid. No hemos aprendido nada. Los periódicos, tan despistados como aquellos que los leemos, anuncian a bombo y platillo que AstraZeneca se ha comprometido con Bruselas a entregar nueve millones de dosis más de las previstas hasta marzo. Nueve millones en una Europa de más de 300 millones de almas. Nueve millones son cuatro millones y medio de vacunas. Si esto es noticia, no me extraña que lo sea que a Nicaragua, uno de los países más pobres del mundo en manos del siniestro Daniel Ortega, le de por crear un Ministerio de asuntos ultraterrestres y cuerpos celestes. Y no me lo estoy inventando.
Hay días, semanas, que cuesta mucho empezar, y sobre todo con el sueldo de Messi pregonado en las tertulias, las portadas de los periódicos y los bares. Qué sería de nosotros sin poder criticar esos excesos del mercado, esos sueldos que sólo unos pocos seres humanos alcanzan. Y sin embargo, uno cree que Messi gana poco para lo que genera en un mundo de desmesuras que no responde a las normas que impone el esfuerzo y el trabajo, disciplinas en las que nos han educado a la gran mayoría de nosotros. El mercado impone sus normas. Gana y da a ganar, y mejor no reparar que lo suyo no es más que una bota que toca con gracia el balón de cuero, ese que Di Stefano llamaba la vieja y la pelleja. El 10 del Barça gana al día 380.000 euros. Es tan desmesurado que la razón nos dice que es imposible. Y casi es mejor pensar así.
La normalidad para 2024
Coinciden en el tiempo el desbarajuste de las vacunas y el sueldo de Messi, y mientras nos entretenemos, nos advierten que la normalidad no volverá hasta 2024. Incluso hay quien ya anuncia que en ese año empezará el desenfreno. Ya veremos. Hasta el más simple sabe a estas alturas que la pandemia dejará entre nosotros huellas que costará borrar y olvidar.
En estos días se cumple un año del primer caso de coronavirus en España. Quizá lo recuerden, el virus entró por primera vez en España a través de un ciudadano alemán en La Gomera. A poco de esto, Fernando Simón, ese señor que pasa por ser jefe de un equipo de expertos fantasmal y coordinador de la pandemia, dijo con su voz de lija,
-En España sólo tendremos casos aislados. (…) No habrá transmisión local.
Y ahí sigue Simón, con sus desaciertos encadenados sin que la vergüenza le haga pensar que quizá haya llegado el momento de que salga otro por la televisión. Incluso el Gobierno ha sabido quitar, que no explicar, el cambio de un ministro de Sanidad por una ministra. Un movimiento inocuo que deja las cosas como estaban. No peor, porque gestionar peor la pandemia es ya muy complicado. Ni Illa pudo, ni Darias podrá decirnos cuándo estaremos vacunados. No se hagan ilusiones, y vayan pensando en las próximas navidades, si es que antes el señor al que no le tembló el pulso al firmar la hipoteca de su casa de Galapagar no ha nacionalizado -y cerrado- las farmacéuticas que han inventado la vacuna. Y dicen que son 80.000 los muertos, y que sube la incidencia, y los contagiados, y los muertos diarios, y la presión hospitalaria, y el agotamiento de nuestros sanitarios…Y dicen que es el vicepresidente social del Gabinete. Y dicen y no terminan de decir.
Daniel Gascó asegura que "al final, el éxito de los discursos más delirantes depende del grado de desesperación de la gente". Eso y no otra cosa mantiene al mentiroso con buen pulso. Fijo.