Todo el mundo recuerda aquel partido por un hecho antideportivo que sucedió al final. El entonces entrenador del Real Madrid, José Mourinho, introdujo su dedo en el ojo del segundo técnico del Barça, Tito Vilanova, que respondió con un empujón. El momento álgido de una tangana final lamentable. Y, entre otras cosas, aquello resulta lamentable todavía hoy, una década después, porque ese suceso ensombrece un gran partido que casi nadie recuerda.
Corría el mes de agosto de 2011. Se disputaba en el Camp Nou el partido de vuelta de la final de la Supercopa de España. Un Clásico veraniego, sí, y por un título menor, también, pero jugado con un ritmo frenético. En el partido de ida, jugado tres días antes, azulgranas y blancos habían empatado a dos en el Santiago Bernabéu. Todo estaba por decidirse.
La rivalidad entre ambos clubes había llegado al paroxismo con Pep Guardiola en el banquillo del Barça y Mou en el del Madrid. Los enfrentamientos de la temporada anterior, 2010-2011, en Liga, Copa y Champions, todos jugados a cara de perro, aún pesaban en el ánimo de los contendientes. Quizás por primera vez en la historia, el tradicional pique entre los clubes, de por sí eterno, se había transformado en algo más fuerte, en una suerte de lucha a muerte entre dos estilos, entre dos formas de ser y estar en el campo y casi en la vida.
La tensión era máxima y no había espacio para las medias tintas. O los aficionados eran de Guardiola o eran de Mourinho. O eran de Cristiano o eran de Messi. O eran del control cansino del balón o de la velocidad cuando se tenía en los pies. O del ataque total o de la defensa aguerrida. O tiki-taka o resultadismo. En gran medida, esa dicotomía continúa hoy tan viva como entonces en el ánimo de los seguidores.
Quizás la tangana final de aquel partido, precipitada tras una brutal entrada de Marcelo a Cesc cuando moría el partido con victoria azulgrana, simboliza más que cualquier otra imagen esa batalla sin cuartel. Ahí, con ese dedo en el ojo y con las expulsiones de Özil y Villa, se vivieron los peores momentos entre los compañeros de la selección española que había conquistado el Mundial. Momentos que, como se sabe, fueron superados por la llamada de Casillas a Xavi por la que luego el entrenador portugués le pasaría su correspondiente factura al guardameta.
Pese a toda esa simbología, que ahí está para la historia, incluida la disculpa de Mou años después, la verdad es que aquella noche se jugó un bonito partido de fútbol en Barcelona. Un hermoso duelo, otro más, entre los dos mejores jugadores de la historia reciente de este deporte. Iniesta abrió el marcador con un gran gol. Empató el de siempre, Cristiano, que seguramente dispone del mejor olfato que nunca se ha visto. Messi volvió a adelantar a los culés pero Benzema -el fútbol le debe un Balón de Oro- empató de nuevo la contienda. Con 2-2, mismo resultado de la ida, y con pinta de prórroga, el diez argentino, tan añorado en la Ciudad Condal, desniveló el marcador en el minuto 88 con otro gran gol fruto de una hermosa jugada colectiva. Pero casi nadie recuerda todo eso.