Si hace diez años nos parecía una barbaridad que la generación mejor formada de nuestra historia se incorporase al mercado de trabajo con un salario que no superaba los mil euros al mes, hoy, una década después, mil euros es el sueldo más habitual en nuestro país y una aspiración para muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que malviven con nóminas más próximas al Salario Mínimo Interprofesional (655,20 euros) que al millar de euros. Son los nimileuristas, una nueva clase social que representa la precarización extrema de nuestro mercado de trabajo. Un fenómeno que no puede entenderse sin tener en cuenta la elevadísima tasa de desempleo juvenil, que la última Encuesta de Población Activa (EPA) situó en el 41,94% para los menores de 25 años.
“El nimileurista es un joven que cobra menos de mil euros al mes, de entre 16 y 29 años, con contrato temporal o a tiempo parcial, en muchos casos sobrecualificado para el trabajo que realiza, y que corre un grave riesgo de exclusión social” dice Víctor Reloba, responsable del área socioeconómica del Consejo de la Juventud de España. “Si hace una década hablábamos de la dificultad de tener una vida normal porque con mil euros no llegaba, ahora nos hemos instalado en la precariedad como forma de vida –añade-. Hemos puesto a los jóvenes en un coche y les hemos quitado el volante. Ya no tienen capacidad de dirección ni de elección sobre su propia vida. Ese es el drama de esta generación”.
Luis es una de esos nimileuristas que han crecido al calor de la crisis económica. Tiene 29 años, es licenciado en Ciencias Políticas y lleva desde que acabó la carrera trabajando en una importante cadena de tiendas de ropa y material deportivo con una plantilla que supera los 12.000 trabajadores en toda España. “No encontré trabajo de lo mío y desde hace nueve años trabajo por un salario de entre 600 y 750 euros netos mensuales, dependiendo de las ventas de la tienda, por una jornada a tiempo parcial de 24 horas a la semana”. Luis cobra la hora de trabajo a 7,30 euros brutos, una vez prorrateadas las pagas extraordinarias, y si quiere incrementar su salario tiene que hacer lo que llaman ‘horas complementarias’, las antiguas horas extras, con la diferencia de que las de ahora se pagan al mismo precio que las ordinarias. “En mi situación está el 50% de los trabajadores de la empresa, la mayoría estudiantes. Suelen contratar a menores de 25 años que sacan de las oficinas del paro para cobrar las subvenciones, y cuando transcurren 3 meses, que coinciden con las etapas de más trabajo, la Navidad y el verano, los despiden. Cada año abren más tiendas y crece la plantilla, pero a costa de una creciente precariedad”.
Los datos
Vayamos ahora a los datos fríos, que no tienen cara pero ilustran a la perfección de lo que estamos hablando. La Encuesta de Estructura Salarial correspondiente a 2014, la última disponible, que fue publicada el pasado mes de octubre, dice que el salario medio anual de los jóvenes de entre 20 y 24 años es de 11.835 euros brutos, que desciende a los 10.603 si hablamos de mujeres. Réstenle las retenciones y se quedarán muy por debajo de los mil euros mensuales y acercándose al SMI, que este año es de 655,20 euros brutos mensuales por catorce pagas, o 9.172,80 al año.
“Somos esclavos de nuestras necesidades –dice Tania Pérez, responsable de Juventud de Comisiones Obreras (CC.OO)-. El mercado laboral está como está y la gente joven tiene muchas dificultades para incorporarse a él, lo que la obliga a aceptar trabajos de subsistencia que no se corresponden con la formación que tiene. Recuerdo alguna discusión con gente de la CEOE (la patronal de los empresarios) que decía que el SMI no servía para nada porque lo cobraba muy poca gente, cuando la realidad es que cada día son más los que tienen que vivir con ese sueldo”.
Un sueldo de miseria que a Luis María Linde, gobernador del Banco de España, le pareció demasiado elevado cuando estaba aún más bajo, 645,30 euros en 2013, y propuso suprimirlo “para evitar que actúe como una restricción para grupos específicos de trabajadores con mayores dificultades para su empleabilidad”. Dicho de otra manera, 645,30 euros mensuales era una barrera que impedía que se contratara gente y era necesario prescindir de ella. Lo dijo quien ganó 81.320 euros entre junio, cuando tomó posesión del cargo, y diciembre de 2012, los seis primeros meses que estuvo al frente del organismo. Claro, que en 2014 calificó de “absurdo” decir que era el momento de subir los sueldos y se incrementó el suyo un 5%.
Los países de nuestro entorno duplican el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) español, fijado en 655,20 euros
El SMI, por debajo del cual no puede estar el salario de ningún trabajador con jornada completa, es un dato que ayuda a evaluar el desarrollo de un país. Algunos de nuestro entorno como Francia (1.458 euros), Bélgica (1.502), Alemania (1.473), Países Bajos (1.508) e Irlanda (1.462) duplican el salario mínimo español. Algunos podrán argumentar que el nivel de vida en esos países es más elevado que en España, lo que sería discutible en alguno de los casos citados, pero aun aceptándolo, ¿de verdad que la diferencia es tan grande?
Cristina es, como Luis, otra víctima de la creciente precarización del mercado laboral. Tiene 28 años, estudia Derecho en la UNED, y desde hace cuatro trabaja de cajera en un supermercado. “Tengo una jornada completa de 40 horas a la semana, a razón de 6 horas y 40 minutos de lunes a sábado, por un sueldo de 746 euros netos mensuales –cuenta-. Antes trabajé en varias tiendas de ropa en las que ganaba algo más de dinero, en torno a los 800 euros, pero eran contratos de tres meses y después te echaban a la calle. Ahora, por lo menos, me han hecho fija y eso me da más estabilidad. El salario es muy bajo, pero a algo te tienes que agarrar, porque hay que comer”.
“Los bajos salarios se explican por la crisis económica, que ha arrasado con todo, y con la desregularización de las relaciones laborales que provocaron las reformas laborales de PSOE y PP en 2010 y 2012 –dice Cristina Antoñanzas, vicesecretaria general de UGT-. Entre los cambios que auspiciaron está la prevalencia del convenio de empresa frente al sectorial, de manera que muchos de los primeros se están firmando con garantías por debajo del de sector, que tradicionalmente era el suelo a partir del cual mejorar. Eso se ha roto”.
Temporalidad
El nimileurismo tiene otros síntomas además del sueldo menguante, como la elevada temporalidad. Este no es un concepto nuevo, aunque la crisis lo haya agravado. De hecho, su génesis se remonta a 1984, cuando el Gobierno de Felipe González generalizó la contratación temporal para incentivar la creación de empleo y rompió el principio de casualidad exigido para este tipo de contratos. Desde entonces han pasado 30 años, que son muchos años, que han servido para que la tasa de temporalidad se haya instalado en torno al 30%, frente al 13,8% de media en la Unión Europea. “En los últimos años han crecido de manera alarmante dos tipos de contrataciones que antes no eran habituales: a tiempo parcial y temporal, que son las dos fórmulas con las que la mayoría de los jóvenes entran en el mercado laboral”, añade Cristina Antoñanzas.
El 70,6% de los jóvenes entre 16 y 24 años tienen contratos temporales
En la actualidad, más de la mitad de la población joven ocupada de menos de 30 años, el 55,1% exactamente, tiene contratos temporales, de los cuales casi la mitad son de menos de un año. El colectivo que padece más temporalidad laboral es el de las personas asalariadas de 16 a 24 años, el 70,6% de las cuales están afectadas por la misma, según datos del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud correspondiente al segundo semestre de 2015. Un panorama desolador que se completa con los datos del Servicio de Empleo Público Estatal (SEPE), que en el cuarto trimestre de 2015 confirmaba que el 92,9% de las contrataciones realizadas a personas jóvenes de 16 a 29 años fueron de carácter temporal.
“Desde hace cuatro o cinco años nueve de cada diez contratos que se suscriben son temporales, y uno de cada cuatro tienen una duración inferior a una semana. A esto se añade que los salarios son un 35% inferiores a los de los contratos indefinidos –dice Eduardo Ocaña, portavoz de Oficina Precaria, un colectivo de jóvenes que se han organizado para combatir el paro y la precariedad-. Asistimos a una estafa, a un uso fraudulento del contrato temporal que genera una enorme precariedad, que tiene que ver con el salario, pero también con la incertidumbre, con no saber qué va a ser de ti mañana. Si a los 4,7 millones de parados que hay en España le añadimos los 5 millones de personas que tienen trabajos temporales de corta duración, lo que equivale a decir que son parados que eventualmente trabajan, se puede concluir que hay casi 11 millones de persones que viven en la precariedad, que malviven”.
Y como lo que es susceptible de ir a peor, empeora, al trabajo temporal le ha salido un primo hermano que hace aún más sangrante la situación: los contratos a tiempo parcial. Es decir, aquellos que no lo son por una jornada completa de trabajo. Este tipo de trabajos son los que el Gobierno utiliza para maquillar las estadísticas y hablar de descenso del paro y de la tan cacareada recuperación del mercado de trabajo, cuando lo que se esconde tras ellos no es un crecimiento del empleo, sino la fragmentación del mismo. La jornada que antes hacía una persona la hacen ahora dos o tres que causan baja en los servicios de empleo. Un ejercicio de prestidigitación para ocultar una triste realidad: que la reducción del tiempo de trabajo va acompañada de otra proporcional de salario, lo que incrementa la precariedad. Una situación que hace que el 38,2% de los jóvenes esté en riesgo de pobreza y exclusión social, según el Consejo de la Juventud de España. Es decir, que aun teniendo trabajo su sueldo no les permite llegar a final de mes.
“Un tema fundamental que afecta a los bajos salarios es la contratación a tiempo parcial –señala Tania Pérez, de CC.OO-. Es cierto que es un salario proporcional al tiempo de trabajo, pero incide de manera importante en el poder adquisitivo de los trabajadores y, una vez más, los principales afectados son la gente más joven y las mujeres. Es uno de los elementos que se utilizan para decir que el desempleo ha bajado”. ¿De verdad hay alguien que pueda afirmar que con este panorama nuestros jóvenes pueden tener un proyecto de futuro? Juan Rosell, presidente de la CEOE, cree que sí y asegura que “el trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX”.
Alberto, de 23 años, lleva cuatro y medio trabajando para la empresa encargada del servicio de estacionamiento regulado de Madrid por un salario de 830 euros netos mensuales a cambio de una jornada parcial de 5 horas. “Soy afortunado porque estoy trabajando, pero malvivo –cuenta-. Mis padres se han separado y me he traído a vivir conmigo a mi padre, que está en paro y tiene un trastorno bipolar. Con mi salario tengo que pagar el alquiler, la manutención y las medicinas… O haces maravillas o el sueldo no te llega, y aun así hay ocasiones en que tengo que pedir ayuda a la familia. Llevo tres años solicitando pasar al turno de mañana, que es de 7 horas, para ganar algo más de dinero, pero aún no me lo han concedido. Tal y como está el trabajo no me queda más remedio que aguantar”.
Éxodo forzoso
Uno de los efectos de la creciente precarización del mercado laboral es el éxodo de jóvenes a otros países en busca de mejores condiciones de trabajo. “El Ministerio de Trabajo cifra entre 300.000 y 500.000 los jóvenes que han emigrado desde 2008, pero es una estadística poco fiable, porque contabiliza tan sólo a los que se apuntan en el padrón del país de destino, cosa que hacen muy pocos”, dice Víctor Reloba, del Consejo de la Juventud, que pone como ejemplo un estudio del Reino Unido que concluyó que el número de migrantes españoles era cinco veces superior al oficialmente reconocido.
Iván es arquitecto, tiene 29 años, está en paro y sobrevive con trabajos puntuales que le reportan pequeños ingresos. Un ir de aquí para allá para cubrir gastos. “Como otros muchos, yo también probé suerte fuera de España –cuenta-. Me marché con una beca a un despacho de arquitectos en Lisboa. Al concluir la misma el despacho me contrató como becario, y así he estado trabajando durante dos años por un salario mensual de 650 euros, de los que 350 se me iban en el alquiler de una habitación en un piso compartido. He vivido con muchas apreturas, trabajando 10 y 12 horas diarias, hasta que no pude aguantar más. Malvivía sin expectativas de mejora y decidí regresar a casa y buscar nuevas oportunidades en otros países, porque trabajar como arquitecto en España por un salario digno es una quimera”. En eso está, de momento sin éxito.
La edad media de emancipación de los jóvenes está en los 29 años y la de maternidad supera ya los 30
Otra de las consecuencias de la precarización laboral de los jóvenes es la imposibilidad de emanciparse, lo que les obliga a permanecer en el domicilio familiar hasta prácticamente la treintena. Según datos del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud, la edad media a la que los jóvenes se marchan de casa se sitúa en los 29 años, cuando la media europea está en los 26 y hay países del norte de Europa en los que lo hacen a los 21 o 22 años. “Esto produce un efecto dominó, que empieza porque forman una familia y tienen hijos más tarde, lo que provoca un envejecimiento de la población. De hecho, la edad de primera maternidad está ya por encima de los 30 años”, dice Víctor Reloba.
La Organización Internacional de Trabajo (OIT) define como trabajo decente el que permite a hombres y mujeres realizar una actividad productiva que les aporte un salario justo, seguridad en el trabajo, protección social, que garantice los derechos de asociación, ofrezca la posibilidad de desarrollo personal y dé a todos las mismas oportunidades, ya sean hombres o mujeres. También la Carta Social Europea, el tratado europeo de derechos sociales por excelencia, dice en su artículo 4 que hay que reconocer “el derecho a una remuneración suficiente que les proporcione a ellos y a su familia un nivel de vida decoroso”. Juzguen ustedes si se cumple en España.