He viajado en velero por el indomable Cabo de Hornos. He formado parte de la tripulación de un temido barco pirata. He consumido basuco y dormido en alcantarillas con niños que luego fueron sicarios. He recogido caucho en el corazón de la selva amazónica. Y puedo contarlo.
La agencia de viajes era la estantería en la que mi tía Luisa Carmen Sierra guardaba con celo sus libros. El avión en el que me desplazaba era la imaginación, y el comandante al mando era Alberto Vázquez-Figueroa, un piloto con más de cien libros de vuelo a sus espaldas.
Alberto Vázquez Figueroa (Santa Cruz de Tenerife, Canarias, 11 de octubre de 1936) nos recibe en su casa de Madrid como lo haría un ibicenco. De blanco inmaculado de la cabeza a los pies. Sigue siendo coqueto a pesar de sus ochenta años. "Sácame bien, niña", le dice a Tere García, la fotógrafa que ilumina estas palabras.
El despacho sigue igual que hace años. Carteles de películas basadas en sus libros, una gran mesa de trabajo y, tras ella, un ordenador. "Me defiendo con la tecnología, pero nada más", asegura con un tono, con un acento, que transita entre el canario y el de algún país de Sudamérica. Indeterminado. Indefinido. Crisol de crisoles, como es Alberto. Inquieto desde la tranquilidad. Joven pero octogenario.
A sus 80 años lo que menos le preocupa es la muerte. "Estoy deseando que me llegue la muerte. No me preocupa en absoluto. Lo que no quiero es perder mi capacidad de trabajo, de ser la persona que he sido. Tengo amigos de mi edad que se cagan encima. Yo no quiero eso. Yo quiero morirme ya. Sería perfecto que viniese un terrorista y me pegase un tiro. Que me liquidase rápido. Quiero morir como he vivido".
Lo dice quien tantas veces se ha echado bailes con la de la guadaña. De naturaleza aventurera, periodista de profesión, su talante es como el de aquella raza de reporteros ya en peligro de extinción. Como Miguel de la Quadra Salcedo. "Miguel le echaba huevos, muchos huevos, cuando cubría guerras", dice. Gira la cabeza y su mirada cruza el cristal de sus gafas hasta depositarse sobre una fotografía de tamaño póster. Levanta el dedo. Lo agita. "Ese también tenía muchos huevos. Tacho de la Calle. Mi cameraman", y refuerza el argumento asintiendo con la cabeza, volviendo al pasado.
Tacho le acompañó en seis de los nueve conflictos sobre los que informó. República Dominicana, Marruecos, Bolivia, Chad, Guinea Conakry... Guerras antiguas, en las que las bombas se lanzaban con onda. "Nunca bebí. Jamás he tomado drogas. Los que van a cubrir la guerra en esas condiciones están condenados a morir. Los periodistas de guerra no deben ser unos crápulas, todo lo contrario". Después de esta frase mantiene sus ojos fijos en los míos durante unos segundos, el dedo índice ahora sobre el escritorio de madera, en perfecto ángulo recto, golpeando al ritmo de las manecillas de un reloj. "Todo lo contrario", reitera. La pausa, el dedo, su 'toc toc', tienen la intención de fijar su razonamiento en mi memoria. Y lo consigue. De momento no he tocado la grabación, aunque al final será el notario que apuntale esta entrevista.
"Si vas a una guerra sabes a lo que vas. Sabes que puedes morir. Debes controlar los nervios y tener una gran capacidad mental para salvarte. Si entras en el mundo del alcohol no sobrevives a tres guerras, que es lo que le ha pasado a la mayoría de los reporteros. Yo he sobrevivido a nueve. Si estás en una guerra en campo abierto, debes llevar un cuatro por cuatro de ruedas anchas, con mucho caucho y con mucho combustible para salir pitando cuanto antes. Si es una guerra en ciudad, mejor un coche pequeño, con el motor atrás y sacos de arena protegiendo la parte de delante. Poca gasolina para no salir ardiendo si disparan al motor. Cuando te disparan con un mortero hay que meterse en el agujero que deje la primera detonación. Es improbable que vuelva a caer otro explosivo en el mismo sitio. Son cosas que se aprenden con la profesión, que te salvan la vida". En ese momento se refiere a la muerte de José Couso, cámara que falleció mientras cubría la última guerra de Irak, tras recibir fuego del ejército estadounidense.
Quieren juzgar al militar que mató a Couso. ¿Están locos? Deberían juzgar a Couso. Si un militar está metido en un tanque al que le están disparando de todo y desde una ventana sale una cosa negra, el militar dispara contra ella"
"Quieren juzgar al militar que asesinó a José Couso. ¿Están locos? Deberían juzgar a Couso. Si estás en una guerra en una ciudad como Bagdad, donde un militar está metido en un tanque donde le están disparando balas, granadas, de todo, y de repente ve un edificio enorme y desde una ventana sale una cosa negra y muy larga, el militar no piensa ni sabe que ese es el hotel de los periodistas. Nadie se lo ha dicho. Lo que piensa es que le están apuntando con un bazuca y dispara al del bazuca y a las tres personas que hay detrás, que no tenían ninguna culpa. ¿Eres corresponsal de guerra? Pues vas a primera línea con tu chaleco identificativo de prensa. Si te matan, la culpa es del que te mata, pero tú estás donde tienes que estar, no en lo alto de un hotel poniendo en peligro al resto. Ser periodista de guerra es interesante, te pagan bien, pero tienes que ser consciente de lo que eres".
Una de sus pasiones ha sido la guerra. La otra las mujeres, el amor. Lo uno separó a lo otro. Alberto prefirió hacer el amor y no la guerra cuando su mujer quedó embarazada de uno de sus hijos.
A la pregunta de cuántos tiene, responde con un sucinto -pero extenso- "muchos". Se dirige a Tere. "Si vieras lo altos y guapos que son de la cabeza", matiza orgulloso. Tampoco sabe con cuántas mujeres ha estado, pero se le escapa una sonrisa de niño travieso. Vuelve a levantar el índice. "El hombre que recuerda con cuántas mujeres ha estado no ha debido tener una buena vida sexual". Alberto ha estado casado dos veces. Su actual mujer es Mari Claire Mathias, quien en su día fue la mujer más bella del mundo. Tiempos en los que las modelos eran maniquíes, y los fotógrafos, cameramans. Tiene dos hijos con ella.
Nació en el mismo año que estalló la Guerra Civil, poco después de la República, a la que se refiere como la "semidemocracia española", que dio paso a la dictadura franquista. A su familia le golpeó de lleno. "Unos murieron, otros fueron a la cárcel y otros emigraron. Es curioso cómo entonces algunos nos fuimos del infierno que era España al paraíso que era Venezuela, y ahora muchos venezolanos están viéndose obligados a emigrar a España".
En ese momento suena su móvil. Lo coge. "¿Dígame? ¡Ooooooooh! Encarnación, qué alegría escucharla. Yo bien. Ya sabe usted que con los calores no salgo de casa. Estoy con un periodista... Mi hermano muy mal, tal y como está la situación en Venezuela, pues imagínese. Llámeme mañana y charlamos, que hace mucho que no hablo con usted".
Ahora muchos tienen que volver porque Venezuela es una dictadura y España una democracia. Venezuela era el sueño y ahora es la pesadilla. España era la pesadilla y ahora es el sueño"
Tras colgar, nos explica que Encarnación es una mujer de servicio que trabajó durante muchos años en su casa, y está jubilada desde hace tiempo. Se le pinta una mueca de cariño.
"Como te decía, mi familia tuvo que emigrar a Venezuela. Yo mismo viví allí seis años y una de mis hijas, Silvia, nació y vive allí. Ahora muchos tienen que volver porque Venezuela es una dictadura y España una democracia. Venezuela era el sueño y ahora es la pesadilla. España era la pesadilla y ahora es el sueño", recalca con tristeza. La novela que le mantiene ahora activo está centrada en la historia de su familia, donde trata también este tema, el de Venezuela.
No cree en la política. "Podemos es una especie de Venezuela. Ciudadanos me convenció al principio y quisieron, incluso, que entrara en el partido. Pero no debo pertenecer a ninguna formación. Vengo de una familia tradicionalmente socialista pero tampoco creo en el socialismo. La condición de un escritor como yo es poder decir lo que está bien y mal de unos y otros. Si perteneces o simpatizas con un partido pierdes tu independencia y neutralidad. Este es el motivo por el que me dan palos por la izquierda y la derecha. No comprometerse es muy comprometido, te joden por todos los lados".
Está a punto de publicar 'Adiós Mr. Trump'. "Trata de todas las barbaridades que está cometiendo el presidente de los Estados Unidos, pero principalmente del estrecho de Panamá. "Es un absurdo que en el mundo actual el único canal que comunica el océano Atlántico con el Pacífico sea éste. Podemos llegar a Marte pero no construir un canal en condiciones que una dos océanos. En pleno siglo XXI no entiendo que sólo puedan cruzar ese estrecho veinte barcos al día, y encima no pueden ser de cualquier tamaño. Lo hacen a través de un arcaico sistema de esclusas que tienen que subir y bajar el nivel del agua para que puedan atravesarlo. Es de locos".
Alberto empezó a darle vueltas a la sesera -otra de sus facetas, amén de la de periodista y escritor, es la de inventor- y descubrió que allá por 1800 el rey Fernando VII estaba preocupado por lo mismo. "El monarca mandó a un grupo de ingenieros a Sudamérica a que estudiaran por dónde podría realizarse un canal al mismo nivel. Tardaron años, pero encontraron un trazado por el cual podría construirse un paso a nivel del mar. "Tan llano como esta mesa", refrenda Figueroa, golpeando los nudillos sobre la madera. Ese trazado está en México.
Cuando ves a un señor como Rajoy mintiendo descaradamente sobre la corrupción de su partido te das cuenta de que no hay solución. Es como si llevo treinta años viviendo en un apartamento y descubro ahora que tiene otro baño. Al final dices, que le den"
"Los americanos se enteraron de esta posibilidad e intentaron comprarle a México ese pedazo de tierra. Pero el gobierno mexicano se negó en redondo. Fue en ese momento cuando Estados Unidos invadió Panamá y construyó el canal".
Para desarrollar el canal por México habría que levantar un kilómetro de tierra, el equivalente a construir una autopista de Madrid a Valladolid con algunos cientos de metro de ancho. "Su coste es de 80.000 millones de dólares. El canal de Panamá, por el que solo pasan el 30% de los barcos que podrían realmente pasar, genera 7.000 millones de dólares al año. El canal de Suez, que es un poco más corto y por el que tampoco pueden pasar todos los barcos, da 8.000 millones de dólares de beneficio al año. Un canal como el que propongo generaría unos 12.000 millones de dólares anuales y se puede construir en cinco años. En 1850 se tardaron ocho años en construir el canal de Suez, pero a pico y pala, sin máquinas extractoras".
Gesticula con las manos como un director de orquesta. Cruza las piernas y se acomoda en la silla. Vuelve a levantar el dedo.
"Es paradójico que Trump quiera levantar un muro con México. En lugar de un muro, como compensación sería bonito construir un canal que permitiera pasar a todos los barcos del mundo, salvo a los de guerra. El problema es que la mayoría de los accionistas del canal son norteamericanos, y Trump no va a permitir que se construya un canal que le haga la competencia a Estados Unidos".
Todos los estudios de los que habla Figueroa están avalados por catedráticos de diferentes universidades, pero no hablará con el presidente de Panamá hasta que no haya cambio de gobierno. "Está a punto de haber elecciones en Panamá. La experiencia me ha enseñado a que cuando un Gobierno aprueba algo, el siguiente Ejecutivo lo echa abajo. Esto me pasó con las desaladoras de agua que yo inventé. Las democracias son lo mejor que hay pero tienen este problema. Es lo que ellos llaman la ley de Penélope. Destruir todo lo que proponga el anterior. La rivalidad política no permite avanzar. Franco decía: 'Aquí se hace un pantano', y se hacía. Hablaré con el gobierno panameño cuando haya nuevo presidente".
El exministro Soria me dijo literalmente que era necesario que la energía fuese cara"
Vázquez-Figueroa inventó una desaladora que el Gobierno del Partido Popular decidió instalar en Almería. "Después de invertir diez millones de euros, tres de ellos de mi bolsillo, y de tener todo listo, llegaron a la Presidencia los socialistas. Cristina Narbona, entonces responsable de Medio Ambiente, sacó adelante un Decreto Ley que impedía la construcción de la desaladora porque se electrocutarían las gaviotas", subraya con enojo y extrañeza a partes iguales.
"En su lugar han construido más de cincuenta desaladoras que no funcionan. Se han gastado 2.000 o 3.000 millones de euros para nada", su enfado va en aumento. "Todo es un problema político. Dónde pueden robar, dónde pueden favorecer a los suyos, dónde pueden beneficiarse...". Le preguntamos si hay solución, y su lengua se convierte en un dardo. "No. Cuando ves a un señor como Rajoy mintiendo descaradamente en televisión, diciendo que no sabía nada de la corrupción en su partido, te das cuenta de que no. Es como si llevo treinta años viviendo en un apartamento y descubro ahora que tiene otro baño. Al final dices, que le den". Le da por reírse. Ha pasado de la irritación a la carcajada en segundos.
"Cuando veo a los agricultores con necesidad de agua y la solución tan cerca, en el tejado de los políticos, me digo, que les den. Pero en el fondo estoy haciendo mal. Ellos no tienen la culpa. La culpa es que votaron a quien no debían, pero da igual, sucederá lo mismo voten a quien voten".
Su semblante toma un tinte más reflexivo cuando se le habla de su llegada al otoño de la vida. "Los años te vuelven más solitario. No necesito a la gente, no me interesa para nada. Tengo lo que necesito, mis libros, mis inventos. Ahora estoy con uno que podría hacer que no hubiese tantos incendios en los montes, que se acabaran en diez minutos. Hablo de que el 70% de los incendios se podrían sofocar casi al principio, algo que además permitiría generar energía más barata".
Un invento que hace años sufrió la misma suerte que el anterior. Un Gobierno lo puso en marcha, y el siguiente lo tiro para atrás. "El exministro Soria me dijo literalmente que era necesario que la energía fuese cara".
A pesar de las trabas políticas y de la edad, sigue inasequible al desaliento. "Es muy fácil decir dónde están los problemas. Mi misión es decir dónde se encuentra el problema y dar también la solución, y eso es lo que hago".
Cuando se le habla de desiertos se le iluminan los ojos, muy vivos a pesar del marco de arrugas bajo el que se cobijan. "Provengo del desierto. Allí es donde me crié, y allí los contadores de historias eran como la televisión. Nos sentábamos alrededor de una hoguera y escuchábamos esos relatos sin pestañear", explica con emoción. Las historias eran narradas en hassanía, dialecto del árabe hablado en el Sáhara y que el escritor aún comprende.
A veces los buenos libros salen con poco esfuerzo y los malos con mucho. Al final -pide perdón a la fotógrafa antes de pronunciar la frase- escribir es como echar un polvo. Un día te sale uno bueno y otro día uno malo, de esos que dices, no me tenía que haber quitado ni los zapatos"
De esos años es su primer libro, para él, el mejor, Arena y viento, publicada cuando contaba con 16 años. "De todas formas, aunque para mí sea el mejor, los primeros libros de los escritores son siempre sobre sus vivencias, y yo creo que hasta que no dejas de lado tu 'yo' y lo importante son los personajes, no eres un escritor. Hasta que no llegue ese día solo eres un tipo que escribe". La consagración quizá le llegó con Tuareg, un libro también con el desierto como protagonista. Para muchos, la mejor obra del escritor.
Reniega de autobiografiarse por caballerosidad. "El 90% de mi vida está basado en mujeres y no puedo contar mi historia con nombres y apellidos, porque sería de mala educación, y si no digo con quién he estado van a decir que me estoy tirando el pegote. Por eso no quiero que se escriba mi biografía".
Cuando le preguntamos sobre cuál es el peor libro de los más de cien que ha escrito, es descaradamente sincero. "Tengo muchos muy malos, pero como dicen por ahí, cortando cojones se aprende a capar. A veces los buenos libros salen con poco esfuerzo y los malos con mucho. Al final -pide perdón a la fotógrafa antes de pronunciar la frase- escribir es como echar un polvo. Un día te sale uno bueno y otro día uno malo, de esos que dices, no me tenía que haber quitado ni los zapatos. Para esto me quedo en casa. Lo haces siempre con buena voluntad, pero a veces no te sale bien. Unas veces te sale una buena faena y otras una de aliño", concluye.
Hay pocos que salgan a hombros con 80 años. Que me digan dónde hay que firmar, que rubrico.