Hay una generación de lectores que aprendió a distinguir entre Carabanchel Alto y Bajo. El primero era, sin discusión, la parte más noble de ese barrio. Manolito Gafotas se encargó de presentarlo a todo "el mundo mundial" durante años. Y Elvira Lindo le dio la voz y la palabra a un niño que, a través de sus gafas, empujó a varias generaciones a un mundo literario inocente, rebosante de humor y también sensible. Algunos de los niños que crecieron con Manolito siguen releyendo sus páginas algunas noches. Años después de la primera lectura, los personajes de estos libros enseñan cosas nuevas. Más reales si cabe, más humanas también. Pero inocentes como el primer día. Tal vez por eso tienen forma de refugio.
Conseguir todo esto con un libro no es fácil. Pero Elvira Lindo tiene bien aprendida la receta. Y durante años la ha aplicado a muchas de sus creaciones. Empezó como proyecto de periodista y terminó como escritora. Durante su trayectoria ha colaborado con numerosos medios y ha dedicado mucho tiempo a los sueños de los lectores. Algo más inesperado que la muerte, Lo que me queda por vivir, Lugares que no quiero compartir con nadie y Noches sin dormir son algunas de sus novelas publicadas.
Y tú, ¿por qué escribes?
Empecé, como ocurre con mucha gente que escribe, desde muy niña. Para mí era un juego. Mantuve las letras como entretenimiento durante toda mi infancia. Después, en la adolescencia, llegó la vocación. Con la escritura buscaba una independencia y autonomía personal. Más tarde, aunque todavía era muy joven, empecé a trabajar en la radio. Y ahí comencé a escribir para el medio. No tenía conciencia de ser guionista ni trabajar para ello, pero era lo que había que hacer. No se me daba mal y, además, necesitaba el trabajo. Durante un tiempo abandoné mi vocación literaria porque me ganaba la vida en un medio que me gustaba mucho.
Si trabajas para un periódico, el mecanismo laboral está muy claro, pero si escribes novelas eres un insensato"
¿Qué es lo más difícil, el peor miedo al que te enfrentas cuando empiezas a escribir un borrador de un nuevo libro?
Lo más difícil es la disciplina. El compromiso con uno mismo para ponerte todos los días a escribir, a una hora determinada y hacerlo a diario. Ideas siempre hay muchas. Nunca me ha faltado la imaginación para crear nuevas historias o personajes, pero no siempre he tenido la fuerza de voluntad para ponerme a escribir. Y eso es lo más complicado. Escribir un libro es algo que nadie te pide. Si trabajas para un periódico, el mecanismo laboral está muy claro, pero si escribes novelas eres un insensato. No existen horarios, por eso no es un trabajo normal.
Entonces, el de escritor no es oficio como otro cualquiera. Funciona a golpe de inspiración.
Es un oficio, sí. Pero es distinto a todos los demás. Por eso merece más disciplina que cualquier otro. En los trabajos existe un horario y unas obligaciones determinadas. Tienes que cumplir ante alguien. En la narrativa se cumple con uno mismo. Nada más. De hecho, cuando voy a las librerías y veo todos los libros que hay en las mesas de novedades, siento cierto desasosiego. Y es entonces cuando te preguntas: "¿Para qué hacerlo?". Por eso, escribir es una mezcla de entre bendición y condena.
Manolito es el personaje que me enseñó a escribir un libro"
De todo lo que has escrito, ¿a qué carta, cuento, lista de la compra o novela le tienes más cariño?
El libro Lo que me queda por vivir es especial. Escribirlo fue muy complicado porque tenía algo de mi historia personal. Al mismo tiempo era una novela en la que todo estaba a favor de una invención. Disfruté mucho escribiendo Noches sin dormir. Si me preguntas por Manolito, él es el personaje que me enseñó a escribir un libro. Él me sirvió para tener una disciplina, a saber cuándo empezar y terminar, a sostener el esfuerzo de escribir.
Dicen que una de las condiciones que exige la creación es la admiración. ¿A quién admiras tú?
Admiro a muchísima gente. Tengo un gusto muy ecléctico y leo continuamente. No tengo un escritor favorito. Yo dependo de la época de mi vida para encontrar a un escritor de cabecera.
¿Existe ya una nueva generación de novelistas jóvenes y de calidad?
Yo creo que hubo una época brillante que fue la que comenzó en los años ochenta. En esa época se inventó no sólo una serie de escritores, sino que se renovó el batallón de lectores. Todo el país cambió literariamente. Y puede resultar fácil quedarse ahí. Pero yo creo que ahora empieza a ver la luz una nueva narrativa. Yo leo a gente joven y me parece que tienen una conexión diferente con el lector. Yo aprendo a tener una sensibilidad distinta a la que encontré con el primer boom generacional del que hablamos.
Para escribir hace falta meditar el pasado. Pero cuando uno es joven no tiene paciencia para eso. En tus novelas de ahora, ¿qué queda de la niña que empezó a escribir sin pensar en nada más?
Me gustaría que quedase algo del desparpajo, incluso de la falta de conocimiento, de cierta espontaneidad y frescura. Pero el oficio se aprende con los años. Hay algo de inconsciencia en mis primeros escritos que tampoco me gustaría perder. Las cosas siempre tiene que tener un punto de negligencia para ser interesantes.
¿Crees que la nostalgia es una buena arma para escribir?
Yo no soy nostálgica ni miro hacia atrás con ese sentimiento. Pero escribir tiene mucho que ver con la mirada hacia el pasado. La cuestión es que hacia atrás se puede mirar de muchas maneras. En mi caso no hay una mirada nostálgica.
Entonces, escribir, ¿consiste en el arte de fijarse en lo cotidiano y traducirlo al lector en forma de historia?
Sí, pero también se puede contar el pasado. O sobre un futuro cercano. Cada historia lleva su tiempo.
Tus personajes tienen vida propia y sé que no hablas por ellos, pero si pudieras pasar un día en uno de tus libros, ¿qué personaje serías?
Todos ellos tienen parte de mí. Desde un niño de un barrio hasta las barrenderas de Madrid. Pero no me quedaría con ninguno. La vida que me gusta es la mía. Los personajes eran, efectivamente, pura invención. Tal vez tengo algo que ver con el personaje que interpretó Javier Cámara en el cine, en La vida inesperada.
No me parece mal que el mundo editorial vuelva con un aspecto más artesano y humilde que el de los años noventa"
¿La literatura va por buen camino?
No está mal. Incluso me atrevería a decir que está mejorando en el último año. Los agoreros decían que el papel iba a morir. No ha muerto. Y creo que hay nuevas editoriales bastante interesantes. A mi no me gusta aferrarme a un optimismo bobo, pero no creo que sea un mal momento. Lo que sí es cierto es que se venden menos libros y hay menos editoriales. Todo el mercado tiende a ser más modesto, pero no me parece mal que el mundo editorial vuelva con un aspecto más artesano y humilde que el de los años noventa.
¿Qué le dirías a los que fueron niños y ahora son adultos y fieles lectores -todavía hoy- de Manolito Gafotas?
Primero, gracias. Yo tengo mucha relación con gente joven. Son personas que se han enganchado a la lectura con ese personaje. Yo creo que entre Manolito, los lectores y yo existe una conexión que puede perdurar toda la vida. En las presentaciones de estos libros yo siento un cariño muy cándido. Inocente. Que tiene que ver con un lazo que todos tenemos hacia la persona que guió tus primeros pasos en la literatura. Me emociona sentir eso. Todas las historias particulares, lo que Manolito es para los que fueron niños y ahora son adultos, es una red de lazos que crea la literatura y que son, para mí, muy especiales.