Cultura

23 balas al hombre que en la Transición pedía euskera en las escuelas y fueros para el País Vasco

El historiador Juan José Echevarría Pérez-Agua acaba de publicar la biografía de Juan María Araluce asesinado por ETA en 1976

  • Vehículo en el que fue asesinado Juan María de Araluce.

Sus hijos estaban comiendo espaguetis en casa cuando escucharon el atronador ruido de más de 80 impactos de balas reventando dos coches. Cuando dos de los nueve hijos llegaron al coche acribillado donde se moría su padre decidieron no esperar la ambulancia y llevarlo a la Residencia Sanitaria Nuestra Señora de Aránzazu de San Sebastián. A los pocos minutos, los médicos confirmaron la muerte del presidente de la diputación de Guipúzcoa y miembro del Consejo del Reino, Juan María Araluce, que había recibido 23 impactos de bala. Dos miembros de ETA armados con metralletas acababan de acribillar dos vehículos en los que también murieron otras cuatro personas.

Al día siguiente, el presidente de Estados Unidos Gerald Ford arrancaba la jornada laboral del 5 de octubre de 1976 con un informe de la CIA en el que le explicaban quién había sido el último asesinado por ETA: “Araluce era un tradicionalista vasco (partidarios de Franco) con lazos cercanos con la familia de Oriol, financieramente poderosa, aunque se sugirió que podría ser persuadido para que estuviera a las órdenes del Rey en el consejo [del Reino]”. El informe insistía en que el objetivo de la banda terrorista era torpedear la reforma democrática que emprendía el segundo gobierno de la monarquía, presidido por Adolfo Suárez. “El atentado de San Sebastián va directamente dirigido contra los varios intentos de consolidar en este país una democracia”, señalaba aquella semana un editorial del recién fundado periódico ‘El País’, según recoge el historiador Juan José Echevarría Pérez-Agua en el libro Juan María Araluce. El defensor de los fueros asesinado por ETA.

Araluce era desde el 14 de noviembre de 1968 presidente de la Diputación Provincial de Guipúzcoa, dejando aparcado su puesto en una notaría. En sus primeras entrevistas como político ya se mostraba “inequívocamente favorable a favor de una autonomía provincial que propiciase una mejor una mejor administración para Guipúzcoa, sin querer aún explicitar que esta debía de ser de carácter neoforal, recuperando el Concierto Económico”, señala la biografía. También apoyaba el fomento del euskera despojándole de cualquier significación política: “La promoción del vascuence, que ciertamente hemos descuidado muchas generaciones, recobre felizmente en nuestros días un claro impulso. Personalmente opino que esta labor de promoción deberá estar marcada por el signo de estas dos circunstancias concurrentes: privarla de cualesquiera prejuicios e implicaciones políticas y evitar a todo trance la división del pueblo vasco en dos comunidades idiomáticas repartidas según sus distintas circunstancias geográficas y sociales. Lo ideal sería el empleo indiscriminado de ambos idiomas con arreglo a su peculiar funcionalidad”, decía Araluce en 1968.

El 29 de marzo de 1971 alcanzó la cúpula de su carrera política al ingresar en el Consejo del Reino, el máximo órgano consultivo de la Jefatura del Estado. Según explica su biógrafo, durante toda su carrera política, Araluce "deshizo los nudos del centralismo franquista" mientras trataba de recuperar el sentimiento español de muchos vascos y trabajaba por incorporar el euskera en las escuelas vascas.

Persecución, extorsión y asesinatos

El mismo día que el presidente Ford desayunaba con el informe del atentado de Araluce, el diario ‘El Correo Español-El Pueblo Vasco’ destacaba un rótulo que anunciaba la muerte del presidente de la Diputación y la coincidencia de que minutos antes del asesinato acababa de realizar una entrevista. El titular escogido "La democracia debe ejercerse sin soslayar la tradición de nuestro pueblo", resumía una de las mayores reivindicaciones del político, la recuperación de los fueros vascos.

Las más de ochenta balas de ametralladora segaron la vida de Juan María, su chófer, José María Elícegui Díaz, y a los escoltas, Alfredo García González, Luis Francisco Sanz Flores y Antonio Palomo Pérez. Aunque como en cada asesinato hay que preguntarse cuántas otras almas quedaron destrozadas en vida después de aquel atentado.

En tiempos de mítines con falsos exiliados, también conviene recordar a todos aquellos que tuvieron que irse para siempre del País Vasco o Navarra ante la amenaza, el chantaje y el asesinato. Nada puede superar la pérdida de una vida, pero uno de los síntomas más dolorosos del cáncer de la sociedad vasca durante la era etarra fue el repudio y escarnio que sufrieron las propias víctimas. Vecinos y familiares que durante generaciones habían compartido pueblo, daban la espalda y negaban el saludo e incluso la mirada a viudas y huérfanos de asesinados por la banda. 

Maite Letamendía y Juan María Araluce.

La mujer de Araluce, Maite Letamendía, como tantas otras viudas prematuras generadas por el nacionalismo radical, había abandonado el País Vasco por un Madrid que apenas conocía, pero cada julio regresaban a Estella, en Navarra. Más de 15 años después del asesinato, compartía una tranquila velada con varias de sus hijas y nietos en el jardín de su casa. Era una de esas agradables noches de verano de tertulia y helado que coincidían con las fiestas del pueblo, hasta que unos golpes en la valla de la entrada interrumpieron charlas y juegos. Unos encapuchados increpaban a la familia vociferando y golpeando la reja con una barra metálica. 

Gonzalo Araluce, con el que tengo la fortuna de compartir periódico, relató en primera persona esta escena, puesto que él era uno de aquellos niños que correteaban bajo la luna y al que sus mayores convencieron de que solo se trataba de una broma por las fiestas del pueblo. De aquel episodio estremece la entereza de la matriarca familiar, sentada en la terraza e impávida ante las amenazas de los que posiblemente no fueran más que unos niñatos radicalizados. Después de haberle robado el padre a sus hijos y el abuelo a sus nietos; después de haberle hecho emigrar de su tierra; después de haberle privado de una jubilación junto al hombre de su vida, ¿de qué iba a tener miedo aquella mujer ante los aspavientos de aquellos aspirantes a borrocas?

En el momento en el que Juan María Araluce y sus compañeros fueron ametrallados, la banda “solo” llevaba una veintena de asesinatos. Nacida en el contexto de una dictadura criminal, ETA desarrollará la práctica totalidad de su sanguinaria carrera en un país democrático con garantías judiciales y entregará las armas en la segunda década del siglo XXI con un historial de más de 850 asesinados y miles de familias extorsionadas y amenazadas de muerte. La biografía de Araluce termina con una declaración de su mujer al programa 'Informe Semanal', unos meses después del atentado: “Estamos muy contentos de que lo tenemos, a Juan Mari, en el cielo y nos está ayudando desde allá (...). Les perdono a todos los que le han matado y queremos que se termine el odio (...). Estamos rezando mucho por todos ellos y les perdonamos de todo corazón”.

Esta semana, casi medio siglo después de aquel atentado, Pello Otxandiano, candidato de EH Bildu en las elecciones vascas y favorito entre la ciudadanía vasca según varias encuestas, se negó, en repetidas ocasiones, a calificar a ETA como una organización terrorista.

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