Muy pocos aforismos o ninguno de este mes pasarán al futuro libro que los seleccione. Son de gasto corriente. El dinero es fungible, y contagia a todo lo que toca. Sin embargo, qué remedio que los que nos dedicamos a escribir pidamos lo nuestro, como si fuésemos, no sé, electricistas.
Hay quien no lo pide porque con tener quien le lea o le escuche se siente más que pagado. Yo estoy completamente de acuerdo con ellos. Jamás cobro la poesía que pueda leer o las ideas que pueda exponer, sino el tiempo de desplazamiento, los trabajos anejos y el desprendimiento de rutina. Volviendo al electricista, no el arreglo, se haga o no, sino sólo la visita.
Hay quien piensa como yo, pero prefiere coger las vueltas para no tener que mancharse. Magistralmente, Montero Galvache. Le llamaban por teléfono: "Don Francisco, que en el último pleno hemos pensado en usted para que diese el pregón de las fiestas que el ayuntamiento convoca este año…" "¡Qué honor! ¿Y eso cuánto sería?". "Ah, vaya, verá don Francisco, es que no tenemos partida económica al respecto". "No, hombre, no, no se preocupe usted, me ha debido de oír mal, le había preguntado que cuándo es, que cuándo sería…" ."Ah, qué bien, el domingo, 23 de abril". "Oh, qué contrariedad —exclamaba un extremadamente abatido Montero Galvache—. Justo ese día tengo una boda en Madrid".
Yo lo entiendo, pero creo que compensa atacar el problema. Por su valor pedagógico y hasta sindical, si se me permite. Y también porque a menudo los que no habían caído, te comprenden y lo asumen con una elegancia sobrevenida que emociona y abruma. Por tanto, estoy más con Fernando Savater que advertía: "Si no cobro por trabajar en lo que me gusta, voy a tener que trabajar en lo que no me gusta". [Pongo comillas pero no sé si la cita es literal, pues la puedo haber transformado de tanto usarla.]
Aunque lo que duele es el cortecito en el dedo chico y parece que ahí van a dar todos los roces, quienes pagan son mayoría y se merecen un reconocimiento muchísimo mayor. Mis razones serias y sensatas además ya las expliqué aquí. Los que siguen son sólo los aforismos más refunfuñantes, perdón:
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Hablar de dinero es feísimo. De acuerdo. Pero la mejor manera de no hablar de él es ofreciéndolo a la primera y pagando después con puntualidad.
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"Dickens reclamaba su dinero en un tono valeroso y vibrante, como un hombre que reclama su honor", nos recuerda Chesterton.
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Acabo de entender el verdadero significado de la expresión "batirse el cobre".
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Las primeras veces que preguntas por un cobro pendiente, todo son comprensiones, porque "es normal, sobre todo cuando han pasado tres meses, etcétera». Pero si pasan más meses y preguntas más veces, de pronto, te transformas en un impertinente. ¿A partir de cuándo las facturas se pudren?
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"Tranquilo. Pensaba que también querías darte a conocer en otros ámbitos. Gracias"; me contestan cuando sugiero que cobraría por ese artículo que me encargan con todo lujo de detalles (extensión exacta, fecha innegociable, tema cerrado). Directamente me dicen que necesito publicitarme. E indirectamente se sugiere que, si fuese más famoso, me pagarían. Tranquilo, en efecto, sí que me quedo.
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"Qué feo es el dinero", dicen; pero no lo sueltan.
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Léon Bloy tenía un método infalible para saber quién era su amigo. Le pedía un billete de 50 francos y si se lo daba, era su amigo. Yo no llego a eso, pero tengo otro método: amigo es el que, si me ofrece un trabajo, me lo paga.
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Gente que cobra un sueldo por organizar el acto de tu intervención pero que se extraña una barbaridad de que tú quieras cobrar.
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Feliz subproducto. Cuando no te invitan a participar en un acto o a colaborar en una revista, lo achacas a que no tienen presupuesto, y les quedas más que agradecido.
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Firmes defensores de la justicia social o del libre mercado o de la redistribución de la riqueza o incluso de la doctrina social de la Iglesia que tienen una cosa en común: no pagar.
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En cuanto noté el descuido con el que me recibieron los anfitriones, supe que no me pagarían.
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Del dinero sólo puede hablar mal el que no lo tiene. El que lo tiene puede darlo.
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Te invitan a dar una conferencia, pero el que invita, por lo visto, eres tú.
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Encima, te hacen el minucioso listado de escritores mejores que tú que van sin cobrar.
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Algo estoy siempre dispuesto a hacer gratis, porque pagaría por ello: quedarme en casa leyendo en mi cuarto.
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Doble imposición
El módico pago se suma a la base para el IRPF, pero se te ha ido, en buena medida, en pagar los libros que has trabajado para preparar la conferencia, el papel y la tinta de la impresora, el coche a la estación, el café en el ave, el taxi, el desayuno, y, en su caso, la invitación gustosa y justa a la copa a los piadosos amigos que fueron oírte. Todo lo cual lleva, recordémoslo, su correspondiente IVA.
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Hay quien da conferencias o clases sin cobrarlas, o escribe artículos gratis. Gente de enorme prestigio. Son el complemento perfecto de quienes las organizan sin pagarlas. Sin embargo, los que no pagan tampoco hacen, por lo visto, el mínimo trabajo de campo de investigar quiénes no cobran.
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Y hay algo que no es bonito de algunos de los que no cobran, todo hay que decirlo. Cuando rajan de quienes no les pagan. Consuman así una traición doble: hablan mal por la espalda, aunque no lo han pedido de frente, dando la oportunidad de la rectificación; y hacen quedar como tontos a los que sí les pagan, aunque ellos igual lo hacen gratis.
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Si no me pagan, tengo la sensación de darle al público algo que no vale nada.
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El hombre tranquilo
Pido el pago con el mismo espíritu que Mary Kate Danaher su dote. Exactamente: ni más ni menos.