Cultura

Alvise y 'El señor de los anillos'

Ha echado raíces en Twitter la turbia costumbre de difundir imágenes privadas de políticos, periodistas y otros personajes públicos. Imágenes supuestamente comprometidas de diputados cenando en restaurantes de postín ―¡y

Ha echado raíces en Twitter la turbia costumbre de difundir imágenes privadas de políticos, periodistas y otros personajes públicos. Imágenes supuestamente comprometidas de diputados cenando en restaurantes de postín ―¡y en otros que no lo son tanto!―, de periodistas tomando el sol en piscinas comunitarias ―¡como si a alguien le importara el origen del bronceado de Ignacio Escolar!― o de alcaldes conduciendo coches de alta gama en compañía de lozanas amantes. Y cuando alguien ha tratado de mostrar sus reparos al respecto, cuando ha procurado sugerir que la práctica es indigna incluso de la degradadísima política española, hordas de tuiteros anónimos, parapetados tras su seudónimo cutre, han respondido diciendo algo así como que "¡la izquierda hace lo mismo! ¡Ya estamos hartos de tragar siempre! ¡Es por el bien de España!".

A uno le dan ganas de ponerse místico y canturrear aquel mandato evangélico que nos conmina a enseñar la otra mejilla, o de ponerse filosófico y señalar que el mal ajeno no disculpa el mal propio, pero se conformará con recordar ese axioma ―felizmente transmutado en cantinela― de que el fin no justifica los medios. Por muy noble que se nos antoje el propósito de destapar las vergüenzas de un político o de un periodista discrepantes, de uno de ésos que sermonea al populacho pero no se aplica el cuento de su sermón, no podemos emplear cualquier instrumento para lograrlo. Tal es la importancia de los medios que, en caso de ser inicuos, pueden acabar contaminando incluso el más loable de los fines. Y, de todos modos, si el fin es loable, ¿qué mejor que honrarlo con unos medios que estén a la altura?

Un ejemplo de 'El señor de los anillos'


En La comunidad del anillo ―el primer libro de la saga de El señor de los anillos―, J.R.R. Tolkien expone magistralmente el asunto que nos ocupa. Representantes de todas las razas de la Tierra Media se reúnen en Rivendel para discutir, en primer lugar, qué hacer con el anillo único de poder y, en segundo lugar, cómo resistir las acometidas de los ejércitos de Sauron. En un momento determinado del concilio, Boromir, hijo del senescal de Gondor, sugiere utilizar el anillo de poder para derrotar a Sauron. Parece una idea brillante. ¡Que pruebe su propia medicina! ¡Venzamos al señor del anillo con el anillo! Sin embargo, Elrond, señor de Rivendel, advierte el riesgo de la propuesta:

¿Combatir la degradación con la degradación es combatirla realmente o, más bien, alimentarla?

"No podemos utilizar el Anillo Soberano. Esto lo sabemos ahora demasiado bien. Le pertenece a Sauron, pues él lo hizo solo, y es completamente maléfico. La fuerza del Anillo, Boromir, es demasiado grande para que alguien lo maneje a voluntad, salvo aquellos que ya tienen un gran poder propio. Pero para ellos encierra un peligro todavía más mortal. Basta desear el Anillo para que el corazón se corrompa. Piensa en Saruman. Si cualquiera de los Sabios derrocara con la ayuda del Anillo al Señor de Mordor, empleando las mismas artes que él, terminaría instalándose en el trono de Sauron, y un nuevo Señor Oscuro aparecería en la tierra. Y ésta es otra razón por la que el Anillo tiene que ser destruido; en tanto que esté en el mundo será un peligro aun para los sabios. Pues nada es malo en un principio. Ni siquiera Sauron lo era. Temo tocar el Anillo para esconderlo. No tomaré el Anillo para utilizarlo".

La objeción de Elrond puede resultarnos melindrosa. Ante una situación de emergencia, ¿por qué no recurrir a una solución de emergencia como la que propone Boromir? Ante un mal evidente como el de los políticos corruptos, ¿por qué no servirse de unas simples imágenes comprometedoras? Quizá sólo quepa responder a estos interrogantes con otros interrogantes: si nos servimos del mal para combatir el mal, ¿cómo estar seguros de que no quedaremos atrapados para siempre en su dinámica? ¿Combatir la degradación con la degradación es combatirla realmente o, más bien, alimentarla?

"Este hombre es capaz de todo"

Pese a todo, insatisfecho con estas preguntas que en verdad son argumentos, alguien podría objetar que la corrupción de la política española es tal que debemos combatirla de algún modo, y que ese modo estriba en difundir por doquier imágenes privadas de sus corruptores. En un luminoso conjunto de ensayos titulado Límites acerca la dimensión ética del actuar, el filósofo Robert Spaemann nos recuerda que el deber de omisión es previo al deber de acción. Antes que por el mandato de combatir activamente la corrupción del conjunto, que también, estamos obligados por el mandato de no corrompernos nosotros mismos, de evitar esa miaja de mal que está en nuestra mano evitar.

El filósofo Robert Spaeman

"No hay mandatos de actuar incondicionados, que valgan sin tener en cuenta las circunstancias, pero sí mandatos de omitir incondicionados: hay cosas que una persona no debe ser capaz de hacer en ninguna circunstancia. ‘Este hombre es capaz de todo’ es una recomendación para gobiernos totalitarios y para bandas mafiosas. Para las personas normales es una advertencia (…) El deber de actuar no es de la misma incondicionalidad que el deber de omitir".

No, ningún fin ―¡y mucho menos la contienda partidista!― justifica la demolición, tan puritana, de la frontera que se alza entre lo público y lo íntimo. Hemos de proteger esa linde, guardarla como si de un bien sagrado se tratase, para impedir que nuestra política caiga aún más bajo de lo que ha caído ya.

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