Todos los años se repiten las quinielas. Y entonces las casas de apuestas sustituyen el sentido común por la ludopatía. Una forma de dar manguerazo al saludable acto de resistirse, de cuestionar. En la víspera del anuncio, los favoritos para ganar el Premio Nobel de Literatura recorren la red como una plaga. Que si Murakami, que si Roth; que si DeLillo se paga hoy el doble y mañana la mitad. Por esa vía, hasta Cristiano Ronaldo o Totti se lo llevan por goleada.
La de estos días es una larga procesión de probabilidades estadísticas que sirve, acaso, para disimular la arbitrariedad de la Academia Sueca, una institución a la que se le ha dado bastante bien aquello de fallar en el designio de los escritores de su tiempo. Su lógica comienza a ser -¿ha sido?- cada vez más política que literaria. No hay nada más que ver cómo dio esquinazo a Borges, Kafka o Proust al mismo tiempo que se hinchaba a dispensar parabienes geopolíticos.
Tampoco hay que ser malagradecidos. Que este Nobel no es el de la Paz y podemos gozar de cierta tranquilidad al saber que el inmenso Octavio Paz se fue al sepulcro con el laurel del canon universal. Sin embargo, la confusión de un premio del que todavía no sabemos si reconoce una vida o una obra ha dado para todo, incluyendo agrias lagunas de vinagre y olvido, ese caldo de cultivo donde se maceran las apuestas.
Este año suena -como todos aunque con algo más de insistencia-Don DeLillo, quien se suma a la quiniela estadounidense con Phillp Roth y Joyce Carol Oates, lo eternos candidatos de un país que este año atraviesa sus días más oscuros. Sí, hay tinieblas en el peluquín de Donald Trump. Según informa el diario The Guardian, las casas de apuestas han cambiado el valor de las apuestas que dan por ganador a DeLillo al pasar de 66/1 a 14/1. Bien. Pero … ¿y Roth?
Recientemente DeLillo publicó Zero K y recibió la Medalla del National Book Award por su contribución a las letras estadounidenses con los más de 15 libros que ha publicado a lo largo de más de 40 años de carrera. Sin embargo, una sensación de agravio persiste entre los lectores de Philip Roth, por considerar que su ciclópea obra ha sido ignorada por la Academia Sueca; acaso porque es incómoda y políticamente incorrecta.
Roth -que puntea en las apuestas con 12/1- tuvo como maestros a Bernard Malamud y Saul Bellow; como contemporáneos a Thomas Pynchon, John Updike o Normal Mailer. Es el único superviviente de una generación decidida a crear la gran novela norteamericana. A diferencia de John Updike, el cronista de la clase media americana, Philip Roth concentró su energía en una ficción rabiosa y polémica. En su obra ha abordado y descrito la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo. "Su chorro de creatividad es casi shakespeareano", declaraba a finales de los noventa el crítico Harold Bloom.
Podríamos decir lo mismo de Joyce Carol Oates, una mujer arbitraria y brillante a partes iguales y que merece ser reconocida no por un asunto de cuotas de género, sino porque su obra se mantiene firme y áspera como un roble. ¿Por qué la Academia sueca lleva tanto tiempo excluyendo a Estados Unidos de sus distinciones? No les concede un solo Nobel de Literatura desde hace 23 años, desde que Toni Morrison salió a recogerlo, por cierto, arropada por la bandera de la reivindicación racial.
Siguiendo esa lógica, hay que insistir: ¿geopolítica o apuestas? Siria, un país pulverizado por la guerra y el oprobio, tiene bastantes papeletas. Aun así, parece legítimo preguntarse si la máxima distinción literaria se ha convertido en una compensación política, por no decir que siempre lo fue –ejem, ejem Camus-. Sea como fuere, la obra del poeta y ensayista sirio Adonis, cuyos versos e ideas no tienen culpa alguna de los estropicios y los lobbies europeos, tambié puntea en la ludopatía, esa operación que disculpa y frivoliza un canon que reparte dádivas, que disculpa y repara asuntos que nada tienen que ver con la literatura.
Aunque el español obra el milagro de una patria literaria –Vargas Llosa ganó el premio en 2010, cuota iberoamericana de gloria l-, también habría que decir que las pujas por Javier Marías –las apuestas por él se pagaban hace 15 días 66/ 1 y ahora 13/1- arrojan luz sobre la sequía castellana desde el Nobel a Camilo José Cela. La lógica de las pujas es lo que aporta vidilla y tensión a las horas previas del anuncio. Y es entonces cuando aparecen los esperpentos. Ya sabéis, Haruki Murakami. El año pasado, fue reconocida con el premio la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich "por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo". Entonces, nadie sabía nada de ella. El guiño –una manera de afear a la Rusia de Putin- parecía evidente… La pregunta es ¿será acaso perpetuo?